Opinión
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Narciso Bassols, a 50 años de su muerte
M

éxico no puede permitirse aberraciones tales como olvidar a sus mejores hombres y pretender fundar un panteón neoconservador compuesto por los enemigos históricos de los tres grandes movimientos populares que nos dieron patria e identidad. Más aún en esta época de profunda crisis, cuando la nación está hundiéndose en un mar de incertidumbre, corrupción, servilismo, ineficacia y suplantación de los valores. Hoy, el chantaje de dentro y de fuera es insolente y quiere aplastar todo vestigio de autodeterminación y soberanía, y así cancelar el proyecto de país que el pueblo mexicano ha ido forjando desde 1810.

Por ello, México debe volver a nuestros grandes hombres, los que entregaron su sangre o su talento en aras de una profunda transformación, primero del México colonial y luego del porfirista, antes de que se iniciara la contrarrevolución (o la traición a la misma). Debemos reconocer a aquellos que tuvieron la clarividencia de advertir el desastre en el campo, el enganche al imperio, las corruptelas en el poder, la postergación de la reivindicación indígena, el quiebre de los principios revolucionarios en materia de educación, la cesión a los intereses trasnacionales; aquellos que pronosticaron una gravísima crisis debida a la confusión de los partidos políticos que carecen de inteligencia y de hombres que conduzcan al país al mínimo esperado de prosperidad colectiva y principalmente equitativa, y dignidad dentro y fuera de nuestras fronteras. Incluyo entonces no sólo a aquellos que ahora muestran una afinidad concupiscente, producto de la comunidad de intereses bastardos y que mutuamente se protegen, como también a la única opción verdadera de cambio y salvación del país, la izquierda social que hoy se empantana en contradicciones y protagonismos –ignorando incluso a sus líderes históricos.

Nacido en Tenango del Valle en 1897, en plena dictadura, sobrino nieto de Sebastián y Miguel Lerdo de Tejada, Bassols cursó la carrera de leyes con maestros como A. Caso, quien le reconoció como el más inteligente de su generación; si bien no perteneció al grupo de los Siete sabios, fue profesor de garantías y amparo y derecho constitucional y luego director de la Escuela Nacional de Jurisprudencia; redactó la Ley Agraria de 27 que interesó al general Calles, quien lo invitó a la Secretaría de Educación Pública, donde realizó uno de los trabajos más fecundos y visionarios: respeto al artículo tercero constitucional, fomento a la educación técnica, educación en las zonas indígenas, apertura de escuelas rurales, creación de las misiones culturales, etcétera. Pasó a la Secretaría de Gobernación porque el clero reaccionario atacó una educación sexual elemental y fue después el primer secretario de Hacienda del presidente Cárdenas. Por órdenes del general, solicitó la salida del país a don Plutarco y el presidente lo envió a Londres, donde advirtió la fuerza de las dictaduras que pretendían despedazar Europa; simultáneamente, fue representante de México ante la Sociedad de Naciones, donde denunció enérgicamente la agresión italiana a Etiopía. Pasó a París, donde sugirió al presidente Cárdenas acoger a los refugiados españoles, labor en la que lo apoyaron Gamboa y Bosques. Luego renunció y vivió en España en plena guerra civil, ayudando a la causa republicana. Ávila Camacho le invitó a presidir la Suprema Corte pero declinó porque consideraba que mutilaría su pensamiento si aceptaba integrarse a un gobierno que ya cambiaba el rumbo revolucionario. Aceptó la embajada en Moscú convencido de que había que abrir relaciones con el poderoso país del soviet. Antes, había fundado el Partido Popular y publicado Combate. Su último cargo gubernamental fue asesor del presidente Ruiz Cortines (nuestro genio, le llamaba), mas cuando éste devaluó la moneda en 1954, renunció. Nos deslizamos a la derecha, ¡nos hundimos! (¿Y hoy, cuál es el estado de cosas?). Falleció por un accidente en Chapultepec, el 24 de julio de 1959.

Jurista, conocedor profundo de La Justicia, de Del Vecchio, maestro universitario y magnífico orador. Diplomático, participó en la sustentación de la doctrina internacional de México, en la Sociedad de Naciones, ante las agresiones en Etiopía y en España; opositor del Tratado de Río (el gato y los 21 ratones: OEA), decidido luchador por la paz y la no continuación de la carrera nuclear. Defensor en Europa de la expropiación petrolera y opositor a la venta de petróleo al Eje. Ideólogo de una generación de mexicanos, honesto e incorruptible (hasta no haber tenido ni una casa ni un automóvil al morir), amigo de Heriberto Jara, Francisco Mújica, I. García Téllez, Diego Rivera, Frida, David Alfaro Siqueiros, Jaime Torres Bodet, Luis Padilla Nervo, Jesús Silva Herzog, Renato Leduc etcétera, mantuvo vínculos muy estrechos con el general Cárdenas hasta su muerte. Socialista porque consideraba que ese sistema haría más justa la organización de la sociedad. Albacea impoluto de la herencia de Diego Rivera. Precursor de la reforma electoral bajo el sistema de representación proporcional y candidato a diputado (defendió su caso con elocuente discurso en la Cámara), padre de seis ilustres profesionistas –entre ellos uno de los geógrafos más prominentes de México y mi madre–; esposo de la hija de Diódoro Batalla, notable tribuno enemigo de la dictadura: Clementina, mujer de talento e ideas avanzadas, digna compañera de su vida.

Estos trazos de la vida y obra de un notable mexicano merecen ser estudiadas por las nuevas generaciones, las que pueden abrevar de su pensamiento los principios básicos del proyecto revolucionario e identificar el momento, las causas y los hombres que provocaron desde los cincuentas, el quiebre del primer movimiento social del siglo XX.

Cuando el cambio del que hablaba Allende ocurra, los restos de Narciso Bassols deberán pasar a un sitio ampliamente merecido, la Rotonda de los Hombres Ilustres, con un hombre con el que guarda una enorme similitud, Valentín Gómez Farías.