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Se insistirá a Stephen Harper que levante la exigencia de visado a connacionales

El diferendo con Canadá ensombrece para México la cumbre de Guadalajara

Creciente percepción de que Ottawa se acerca a Washington y se excluye a la parte mexicana

Enviada
Periódico La Jornada
Sábado 8 de agosto de 2009, p. 7

Guadalajara, Jal., 7 de agosto. Durante el primer semestre del año, el presidente Felipe Calderón envió en tres ocasiones a Ottawa, Canadá, a su principal asesor en política exterior, Rafael Fernández de Castro, para intentar negociar bilateralmente lo que ya para entonces parecía una imposición unilateral inminente: la decisión del primer ministro Stephen Harper de pedir a los viajeros mexicanos visas para entrar a su territorio como medio –muy criticado por organizaciones sociales y humanitarias– de controlar el fenómeno de las solicitudes fraudulentas o sin sustento de refugio por parte de mexicanos.

Y no consiguió más que le cerraran la puerta en las narices.

Hoy, los mexicanos ocupan el primer lugar de solicitantes de asilo a Canadá –por temor a violencia homofóbica o de género, por inseguridad o amenazas del narcotráfico y por persecución política o laboral, violación a los derechos humanos e impunidad– con una lista de espera que pasa de los 9 mil, más alta que muchas otras naciones que enfrentan incluso situaciones de guerra civil y genocidio.

Harper ni siquiera aceptó dar rango de negociación al tema planteado por Los Pinos ni permitió abrir el asunto al debate bilateral, pese a que el delegado mexicano llegó, en aras de una eventual conciliación, con una posición que admitía que la figura de refugio canadiense es objeto de abuso por algunos emigrantes.

El enviado mexicano quería proponer alternativas: que las autoridades canadienses agilizaran y acortaran el periodo para evaluar las solicitudes de refugio a tres meses en lugar de dos años; que se ampliaran los programas de trabajadores agrícolas, que actualmente tienen una cuota de 18 mil braceros anuales, para contar con un proceso de inmigración económica ordenada. Que se instauraran filtros previos en los aeropuertos mexicanos para detectar a potenciales solicitantes de asilo.

Pero el primer ministro consideró el tema como asunto de política interna y a mediados de junio, adelantando hechos consumados, incluyó de la noche a la mañana a México y la República Checa (por otras razones) en la lista de países a los que su gobierno exige visado, con lo que creó una carambola burocrática que afectó a centenares, si no miles, de viajeros. Cada día salen de México 15 vuelos hacia esa nación.

En represalia, el gobierno de Praga retiró su embajador en Ottawa. El gobierno de México no lo hizo, pero aún ahora se lamenta por lo que, en algunos escritorios de Los Pinos, llaman incluso traición del primer ministro canadiense al óptimo nivel de comunicación y relación que había marcado los primeros tres años de Calderón con su homólogo del norte.

Calderón quedó sin la menor posibilidad de siquiera atenuar el impacto de la decisión canadiense. Y en su entorno lo tienen bien claro: mientras siga Harper en el puesto, no habrá oportunidad de un diálogo franco sobre la materia.

Este súbito deterioro de la relación bilateral México-Canadá, que cayó a su peor nivel en la historia, es uno de los factores que permiten prever que el quinto encuentro cumbre de los mandatarios de Norteamérica, los famosos three amigous del rebautizado mecanismo de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad (Aspan), integrado en 2005, cuando se reunieron tres ahora ex gobernantes –George W. Bush, Vicente Fox y Paul Martin– en Waco, Texas, arranca este fin de semana en la capital tapatía bajo pobres augurios.

Para colmo de males, el primer ejercicio del encuentro tapatío será la reunión Harper-Calderón, pues, según un programa preliminar que conoció este diario, el domingo 9 estará dedicado a las reuniones bilaterales y el día 10 a las trilaterales. Según informó el viernes el diario Global Mail, de Toronto, fuentes oficiales mexicanas aseguran que le plantearán nuevamente el tema al premier.

A esto, el vocero de Harper, Dimitri Soudas, respondió: No creo que se vaya a levantar la restricción como resultado de esta cumbre. Pero estamos revisando nuestras políticas de refugio. Al corto plazo, nuestra prioridad es preservar la integridad del sistema migratorio canadiense. Lo que hizo que otro observador abriera una rendija de esperanza. Las visas seguirán... por el momento.

¿Murió la vía trilateral?

Con su desproporcionada fragilidad ante la crisis global y su catastrófica realidad de inseguridad y empoderamiento del crimen organizado, a México se le hace cada vez más cuesta arriba aparentar que es un socio de las dos potencias hemisféricas.

Canadá, por su parte, se empeña en demostrar con gestos poco amistosos que para Ottawa la famosa alianza para la seguridad y la prosperidad, que tanto emocionó a Vicente Fox, caducó. Concretamente, según la visión canadiense, murió en su última cumbre de 2008, en Nueva Orleáns, y ahora ellos –Harper y Barack Obama– transitan por la carretera de una relación bilateral en la que el tercer amigo ya no tiene cabida, o muy poca presencia, en todo caso. Ese ha sido el caballito de batalla de los poderosos lobbistas de la iniciativa privada estadunidense y en particular del Consejo Canadiense de Directores Ejecutivos, que ahora encabeza el ex viceprimer ministro John Manley.

Este fue quizá el mensaje implícito en el anuncio de hoy en Canadá sobre la reunión bilateral que Harper mantendrá con Obama el 16 de septiembre en Pittsburgh, antes de la cumbre del Grupo de los 20.

Para rematar, hoy se reunieron en Regina, provincia de Saskatchewan, los siete gobernadores canadienses y acordaron suscribir un nuevo pacto comercial con Estados Unidos, con lo que acuerdan acogerse al paquete de estímulos que les propuso recientemente Obama, que incluye un vasto programa de exenciones arancelarias.

Mientras, para México sigue siendo una prioridad convencer a los escépticos de que la vía trilateral todavía es posible, repiten con buena dosis de voluntarismo los asesores de política exterior.

Se reconoce, desde luego, que la relación trilateral entre los gobiernos de Norteamérica pasa por un momento difícil. Pero se asegura que Calderón apuesta fuerte a consolidar este camino de entendimiento entre los three amigous –como los llamó W. Bush– en los temas que les corresponden.

A saber, según la agenda de Calderón: competitividad comercial, que pasa por no revisar el tratado de libre comercio, como pretende Obama, sino simplemente corregir sus cuellos de botella. En esto, Calderón sí coincide con Harper. Ambos mandatarios ven con mucha preocupación el discurso y el compromiso de Obama con sus electores de dotar al tratado de libre comercio un contenido más social o, dicho en sus términos, “apretarle la tecla restart”.

Además, la agenda trilateral en versión mexicana contiene crisis global, pandemias (y el espinoso asunto del virus A/H1N1), calentamiento global y Centroamérica en la perspectiva del golpe en Honduras y el dilema de los gobiernos conservadores de qué hacer con el presidente Manuel Zelaya. Temas para tensar al más fogueado de los diplomáticos.