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Hacen fuerte inversión para ampliar su presencia militar en el área

Moscú y Washington dejan su estatus de socios y se disputan Asia central
Corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 8 de agosto de 2009, p. 20

Moscú, 7 de agosto. Lejos de impulsar la cooperación entre sus fuerzas armadas, acorde con su proclamada voluntad de reiniciar la relación bilateral, Rusia y Estados Unidos –cada cual por su lado y para contrarrestar los avances del otro–, buscan incrementar significativamente su presencia militar en la estratégica región de Asia central.

El pretexto formal es minimizar los efectos desestabilizadores de Afganistán y, en realidad, el objetivo de rusos y estadunidenses no es otro que posicionarse mejor en esa vasta zona rica en petróleo y gas natural, clave en las rutas de tránsito de los hidrocarburos hacia Occidente.

Sin el estridente discurso del periodo de la guerra fría y con la invariable complicidad de unos gobernantes centroasiáticos, cada vez más dispuestos a escuchar ofertas para arrendar parte del territorio de sus países con fines militares foráneos, Moscú y Washington no escatiman para ampliar su influencia en la zona.

Precisamente lo contrario a lo que propuso aquí el titular de la Casa Blanca, Barack Obama, hace apenas un mes durante su visita oficial, en el sentido de que Rusia y Estados Unidos deben ser socios estratégicos y dejar de competir por establecer zonas de influencia en el mundo. Este es, en apretada síntesis, el recuento de movimientos realizados por rusos y estadunidenses en Asia central a partir de la propuesta de Obama:

El secretario de Estado adjunto para asuntos políticos, William Burns, uno de los diplomáticos estadunidenses de mayor rango, llevó a Kirguistán la promesa de invertir 110 millones de dólares y de triplicar hasta 60 millones la renta anual de la base aérea de Estados Unidos en Manás.

El gobierno kirguís, en febrero anterior, rescindió de repente el contrato de arrendamiento de dicha base, el mismo día que recibió de Rusia 150 millones de dólares a fondo perdido, un crédito preferencial por otros 300 millones y la condonación de 180 millones de deuda, entre otros beneficios contantes y sonantes. De modo paralelo, extendió a 49 años el plazo de vigencia del respectivo contrato que permite a Rusia mantener en su territorio la base aérea de Kant.

Tras escuchar a Burns, el presidente Kurmanbek Bakiyev reconsideró la decisión y, desde mediados de julio, los militares estadunidenses tienen de nuevo fundamento legal para utilizar la base de Manás, aunque –para guardar las formas– ahora se denomina Centro de Transporte Aeréo y Tránsito.

La respuesta del Kremlin no se hizo esperar y dos semanas después, el presidente Dimitri Medvediev anunció que su colega Bakiyev está de acuerdo en que Rusia abra una segunda base militar en Kirguistán, esta vez en la ciudad de Osh. Aún se desconocen las condiciones que propiciaron el visto bueno del mandatario kirguís.

El Kremlin sostiene que, si bien los soldados y el armamento serán rusos, en realidad se trata de una estructura de las fuerzas de reacción rápida de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, que agrupa a Rusia y seis países de la antigua Unión Soviética, pero hasta Uzbekistán, miembro de ese bloque, calificó de innecesaria e inoportuna la apertura de la nueva base.

En un inusual comunicado de su cancillería, Uzbekistán advirtió: Llevar a cabo ese tipo de proyectos en un territorio complejo e impredecible, donde confluyen las fronteras de tres Estados (Kirguistán, Uzbekistán y Tayikistán), puede estimular los procesos de militarización y florecimiento de toda suerte de confrontación nacionalista, así como los pronunciamientos de fuerzas radicales y extremistas, y todo ello puede desestabilizar seriamente la situación en Asia central.

Estados Unidos, que en la logística de su operación en Afganistán, además de la base kirguisa de Manás, emplea un aeropuerto en Kazajstán y otro en Uzbekistán, sondea la posibilidad de arrendar la base aérea de Ainy, en Tayikistán.

Robert Blake, secretario asistente para asuntos de Asia central y del sur, no tardó en aparecer en Dushambé, cuando las discrepancias obligaron a posponer la visita a Tayikistán del presidente de Rusia. El año pasado, Medvediev firmó con su colega tayiko, Emomali Rajmon, un acuerdo para que los rusos utilicen la base aérea de Ainy, pero hasta ahora no entra en vigor al insistir el Kremlin en que no debe pagar un centavo, como hace con la base militar de Nurek que mantiene en territorio tayiko.

Tayikistán aceptó que la renta anual de la base de Nurek sea más que simbólica –39 centavos de dólar–, a cambio del compromiso de Rusia de invertir 2 mil millones de dólares, dinero que aún no recibe. En ese contexto, mientras sigue pendiente la visita de Medvediev, Rajmon dio a entender a Blake que Estados Unidos podría utilizar la base de Ainy.

A un mes de que Obama propuso a Rusia dejar de competir por establecer zonas de influencia en el mundo. A juzgar por los frenéticos pasos de Rusia y Estados Unidos para alcanzar dicha meta, menos mal que ambos países aspiran a ser socios estratégicos.