Sociedad y Justicia
Ver día anteriorDomingo 23 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cuando se trata de cobrar

Mar de Historias
¿E

n qué gastaste todo ese dinero?, le grita su madre. Sin responder, Noemí toma la bolsa que cuelga de una silla, abandona el departamento y baja de prisa las escaleras. Su taconeo no logra acallar la exclamación que su madre repite desde el tercer piso: te pregunté ¿en qué gastaste ese dinero? ¡Respóndeme!

Ya en la calle, Noemí mantiene el paso acelerado, pero se vuelve con frecuencia para comprobar que su madre no la siga. No podría resistir su proximidad, sus preguntas, su expresión de martirio. La odio, murmura. Ese oscuro desahogo la libera por el momento de la presión.

Sin darse cuenta, por costumbre, llega al cruce de Arrayanes y la avenida Siete, en donde cada mañana espera la combi que la conduce a su trabajo. Tienes suerte, le han dicho sus compañeras que deben hacer cuatro o cinco transbordos para llegar a Loza y Baterías, la tienda de artículos domésticos en donde conviven ocho tediosas horas mal pagadas.

Noemí se sobresalta al oír el tono musical de su celular. Espera que sea Mauricio. Le ha dejado decenas de mensajes, pero él no ha respondido ninguno. Antes de oprimir la tecla verde identifica la llamada: es de su madre. Más vale que no le conteste, volvería a preguntarle en qué gastó 35 mil pesos y ella no tiene respuesta, no sabe… Hunde el teléfono en su bolsa. Le gustaría arrojarlo a un basurero, a una alcantarilla. No lo hace porque sigue esperando que Mauricio la llame y le diga que ya reunió el dinero para que ella pague aunque sea una mínima parte de la deuda que contrajo con su tarjeta.

II

La indecisión la mantiene varada en Arrayanes y la avenida Siete. Quiere olvidarse de sí misma. Procura interesarse en la gente que pasa junto a ella, pero vuelve a oprimirla el recuerdo de su madre llorosa, inquisitiva: Noemí, por lo que más quieras, dime ¿en qué gastaste 35 mil pesos? No has comprado nada para la casa, no has salido fuera, no veo que tengas ropa nueva, ¿entonces? ¿En qué líos andas, muchacha? ¡Contéstame!

A pesar de las evidencias, Noemí se concretó a negarlo todo: no debe 35 mil pesos, ella jamás ha visto esa cantidad de dinero, tiene que ser una equivocación del banco. Entonces ve y acláralo antes de que sigan llamándome para amenazarme con que si no pagas nos van a embargar. Hasta ahorita he podido ocultarle la situación a tu padre, pero llegará el momento de que él se entere. Es hipertenso y ya está grande. El doctor le recomendó calma. Lo sabías y sin embargo no te importó causarnos este problema.

Ahora vas a salirme con que es mi culpa que mi papá esté enfermo, le gritó Noemí mientras terminaba de arreglarse el cabello frente al espejo del botiquín. Su madre adoptó la expresión doliente y el tono áspero que ella aborrece por encima de todas las cosas: desde luego que no, pero si se agrava o, Dios no lo quiera, le sucede algo peor, ¡tú serás la culpable!

Noemí metió los maquillajes en la cosmetiquera: mejor me voy, porque si sigues fastidiándome ¡no respondo! Su madre retrocedió hasta tropezar con la tina llena de agua. ¡Lo único que me faltaba! Que me amenazaras y sólo porque te digo la verdad. Pero no me importa, no voy a callarme hasta que por lo menos me digas cómo piensas pagar. ¡Yo sabré!, gritó Noemí y salió del baño. Su madre fue tras ella: ¿con tu sueldito? O metiéndome de puta o robando. Haré lo que sea con tal de que me dejes en paz.

Vio a su madre desplomarse en una silla: ¡está bien, está bien! Voy a darte gusto. Si puedo, si me dan permiso de salir temprano, paso al banco para que me digan qué onda. Su madre le señaló que no necesitaba tomarse la molestia, bastaría con que en ese momento llamara al banco y pidiera una aclaración. “Imposible, ya es muy tarde. Luego…”

Su madre se enfureció: ¡ya estuvo bueno! Te advierto que si el licenciado ese vuelve a llamarme voy a decirle que se arregle directamente contigo y te hable a la tienda. Noemí sabía que su madre era capaz de cumplir la amenaza. Sintió miedo, pero lo ocultó: si eso te tranquiliza, ¡hazlo! A mí no me importa. Ya te dije que no debo nada. Si quieres creerme, ¡bien! Si no, ¡también! En seguida descolgó su bolsa de la silla y salió huyendo.

Verse confundida entre la gente que atestaba la calle la hizo sentir a salvo, pero no por mucho tiempo. Sabía que después iba a quedar atrapada en un infierno de preguntas, reclamaciones y amenazas –a no ser que Mauricio le entregara el dinero que prometió prestarle hace ya una semana en el hotel.

III

¿Cuándo crees que puedas entregármelo? le preguntó ella mientras se vestía y lo miraba a través del espejo. Mañana, pronto, no lo sé. ¿No sabes?

Noemí aún se arrepiente de haber pronunciado esas palabras que la humillan y la hacen aborrecerse por su debilidad ante Mauricio. Lo recuerda tendido en la cama del hotel, con los brazos abiertos en actitud de absoluta placidez, dejando a la vista el vello negro en sus axilas.

Noemí sintió la tentación de acercarse y besarlo, pero se contuvo cuando lo escuchó: no soy millonario, chiquita, tengo que ver quién me presta el dinero para dártelo, nada más que luego me lo repones. Te lo juro. Él le sonrió: más te vale. Y por cierto, ¿en qué te gastaste toda esa feria, muñeca?

Contra lo que se había propuesto, Noemí perdió el control: ¡tú nunca sabes nada! Pues te lo voy a decir: el traje nuevo, la compostura de tu coche, nuestras cenas, ¿de dónde crees que salieron? ¡De mi tarjeta! Mauricio no perdió la calma, pero se desplazó en la cama para evitar que su mirada se encontrara en el espejo con la de Noemí: Que yo recuerde, nunca te pedí nada. “Pero tampoco te ofreciste a pagar. Siempre me salías con lo mismo: hazme el paro... Perdí mi tarjeta… Olvidé la cartera. Luego te lo doy, pero me cobras los intereses en cuerpomático. Muy gracioso, ¿no?”

Mauricio gritó que eso sí no iba a tolerarlo. Se levantó de un salto y recogió la ropa que había quedado dispersa en el suelo. Noemí sintió terror de una posible ruptura, pero sobre todo de que su amante se esfumara sin prestarle el dinero. Lo estrechó por la espalda, le preguntó si la perdonaba, si la comprendía, si iba a llamarla a su trabajo. Él le dio una respuesta desganada: Sí, sí, sí; pero a condición de que te calmes. Mira cómo estás: ¡pareces loca!

Noemí reconoció que estaba fuera de sus cabales a causa de la presión a que la tenían sometida su madre y el departamento de cobranzas del banco. Al fin, tímida, le preguntó si de veras iba a facilitarle el dinero. No todo, claro; lo que fuera: dos, cuatro, cinco mil pesos serían suficientes para taparles la boca a esos cobradores que llaman a su casa todo el tiempo y amenazan a su madre con que van a embargarlas si ella no paga o no muestra disposición de hacerlo.

Mauricio bostezó, señal de que no la había escuchado: termina de vestirte para que vayamos a cenar. Pero esta vez pago yo para que luego no me eches en cara que te desfalcas por mi culpa. Noemí no logró saber si Mauricio hablaba en serio o en broma; ocultó su desconcierto tras una sonrisa y volvió a disculparse.

IV

Noemí decide que será mejor no presentarse en su trabajo. Aunque ignora si es posible que llegue a la tienda un enviado del banco, prefiere no arriesgarse a que le hagan reclamaciones delante de sus compañeros. Además, Suárez, el que lleva la caja de ahorros, sabría que ella mintió al decirle que necesitaba un préstamo de urgencia porque iban a operar a su padre.

Noemí marca en su celular el número de la tienda. Loza y Baterías. ¿En qué puedo servirle? Se alegra al reconocer la voz de su amiga Paulina. Pau, soy yo. Necesito que me eches la mano porque no voy a poder ir a la tienda. Mi papá quiere que lo acompañe al doctor. ¿Se lo dices a don Carlos? Luego le pago las horas y si no, pues que me descuente el día. Oye, ¿no me ha llamado nadie? La sonrisa forzada desaparece de su rostro al oír la respuesta de Paulina: un licenciado Calles, Valles o algo así. Noemí finge desconcierto: no lo conozco. ¿Quién le dio mi teléfono? Creo que en tu casa, tu mamá. Dijo que volvería a comunicarse. ¿Le doy tu cel?

Noemí siente que la voz le tiembla: no, está fallando mucho. Mejor que él me deje algún número. Nos vemos mañana. Mañana, repite Noemí mientras se echa a caminar sin fijarse en el coche blanco que invade la banqueta. La calle se vuelve una confusión de gritos, claxonazos, carreras.

Los desconocidos se precipitan hacia el lugar en donde Noemí se encuentra tendida. La observan, la tranquilizan diciéndole que sólo está golpeada, le preguntan si vive cerca o a quién le avisan del accidente. Una mujer se dispone a recoger los objetos que escaparon de la bolsa de Noemí: fíjese bien, señorita: voy a guardarle su monedero, sus pinturas, su teléfono celular y la tarjeta de crédito. Esa cuídela muy bien, porque si se la roba algún bandolero la va a meter en unos líos tremendos. Usted no se imagina lo que son esas gentes del banco cuando se trata de cobrar.