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Economía Moral

Agua y pobreza / II

Evolución de la cobertura de agua entubada y drenaje

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l estudio empírico de las condiciones de acceso y uso del agua en las viviendas del país ha dependido en buena medida de las preguntas incluidas, al respecto, en censos, conteos y encuestas del Inegi, aunque ha habido esfuerzos complementarios, sobre todo en la academia. En los últimos años se han venido mejorando las preguntas en este tema y se ha venido ampliando, en consecuencia, la información con la que contamos. Por ejemplo, se ha añadido en censos y encuestas la pregunta sobre la frecuencia (número de días por semana) con la que llega el agua a las viviendas. La mayoría de las viviendas de Iztapalapa, en el DF, por ejemplo, tienen conexión de tubería dentro pero dichas tuberías están casi siempre vacías, ya que el agua circula por ellas unas pocas horas a la semana. Si no se pregunta (como hacía antes el Inegi) o no se toma en cuenta esta frecuencia, aunque la capten las encuestas (como ha decidido hacerlo el Coneval para la medición multidimensional de la pobreza que pronto anunciará), se considera que, por tener la tubería (incluso bastaría para el Coneval que ésta estuviera en el lote pero fuera de la vivienda, ahorrándose con ello 20 puntos porcentuales de carencias, como se muestra adelante), la necesidad de agua está satisfecha, eliminando, por falta de información o por decisión arbitraria, la insuficiencia de la cantidad del vital líquido en 23.5 por ciento de las viviendas (entre las que contaban con agua entubada) del país, que recibían en 2005 agua con insuficiente frecuencia (las dos primeras categorías en la gráfica).

“Toda vivienda debe ofrecer condiciones de higiene suficientes –señala el volumen Vivienda de la serie Necesidades Esenciales en México (6 volúmenes, Siglo XXI Editores, pp. 17-24)– para reducir las probabilidades de que sus ocupantes contraigan enfermedades imputables a la casa habitación”, y distingue la función higiénica activa y la pasiva. Esta última radica sobre todo en el ciclo hídrico, de cuya calidad depende en buena parte la incidencia de enfermedades gastrointestinales. En la entrega del 7/09/07 reseñé la definición conceptual del mínimo en materia de vivienda, que comprende ambas funciones. Hoy me limito al mínimo operacional en lo que al componente hídrico-sanitario se refiere, mismo que se definió de la siguiente manera: 1) Agua potable: “toma domiciliaria de agua o agua entubada al interior de la vivienda. Éste es el mayor nivel de especificidad que permite la información censal. En rigor es insuficiente, pues se necesitaría saber, además, si el agua dotada es potable, si la cantidad es suficiente y si la vivienda cuenta con varias tomas independientes” (p.23). 2) Dotación de drenaje. Se adoptó el concepto de censal de drenaje y albañal. (p.24). No se incluyó, por falta de información, si la vivienda cuenta con excusado con conexión de agua corriente.

Esta definición operacional en materia hídrico-sanitaria arrojó, con datos censales de 1970, los resultados incluidos en el Cuadro 1, en el cual he añadido hacia adelante los derivados de los censos de 1980, 1990 y 2000, y del Conteo 2005 y (sólo para agua porque no hay información sobre drenaje) hacia atrás los de los censos de 1950 y 1960, utilizando la misma definición. Debe advertirse, antes de mostrar los avances en la materia, que la evolución mostrada por el cuadro exagera los avances alcanzados porque no incluye la frecuencia de llegada del agua (véase gráfica), que es una aproximación de la cantidad de agua disponible, ni su calidad, y porque tampoco incluye (como ya exigía el texto citado de Coplamar) las salidas independientes de agua.

El análisis del cuadro muestra que el país experimentó un crecimiento continuo del agua entubada al interior de las viviendas desde 1950 hasta 2005 (aunque a ritmos disímiles), que ha permitido pasar, en 55 años, de una situación en la cual menos de una de cada seis viviendas contaba con la instalación, a una en la cual más de las dos terceras partes está cubierta. En materia de drenaje la serie comienza en 1970, año en el cual 41 por ciento contaba con drenaje conectado a red pública o a fosa séptica, proporción que más que se duplica en 35 años, para llegar en 2005 a 85 por ciento. Como se aprecia, hasta 1990 la cobertura de drenaje y agua entubada al interior evolucionaron al mismo ritmo y tenían un nivel similar. Sin embargo, entre 1990 y 2000 la cobertura de drenaje crece espectacularmente (30 puntos porcentuales) y se despega 18 puntos porcentuales de la de agua entubada al interior. Entre 2000 y 2005 ambas crecen muy rápido (10 puntos porcentuales en sólo cinco años), lo que significa una fuerte aceleración respecto de las tendencias históricas. Es muy probable que la historia que se deriva de este cuadro refleje, en los años noventa, la inyección de recursos adicionales a la dotación de dichos servicios por parte, primero, del Pronasol, y después (y hasta la fecha) vía el ramo 33 del PEF (Presupuesto de Egresos de la Federación) a través del FAIS (Fondo de Apoyo a la Infraestructura Social), que se transfiere casi todo a los municipios para estos (y similares) fines.

La distancia entre ambas coberturas obedece, probablemente, a que la pobreza de los hogares se interpone como barrera para que puedan realizar la inversión de introducir al interior de la vivienda la tubería que ha sido dotada en el lote por los programas públicos. Un indicio es que, según el Conteo de 2005, la proporción de viviendas (con agua entubada en el lote o en la vivienda), representa 87.8 por ciento de las viviendas del país, por arriba de las que cuentan con drenaje, y 20 puntos porcentuales más que si sólo se consideraran las viviendas que cuentan con la tubería en su interior. Queda pendiente analizar la evolución de las coberturas cuando se incluyen indicadores adicionales, como la frecuencia de llegada del agua entubada y la presencia de excusado con conexión de agua.