Opinión
Ver día anteriorDomingo 31 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La inagotable magia de la Candelaria
E

n la plaza donde estuvo el templo del Convento de la Merced, que bautizó el barrio, y donde tras su destrucción, a causa de las leyes de Reforma, se levantó el primer mercado, estos días se celebra una auténtica romería por el Día de la Candelaria. Es emocionante observar las decenas de puestos que ofrecen un universo de objetos relacionados con el Niño Dios, objeto central del festejo, ya que el día 2 de febrero, se le lleva a bendecir con sus respectivas velas, también llamadas candelas, de las cuales se deriva el nombre del festejo.

Apabulla la creatividad de los artífices que elaboran las vestimentas, que van de un tamaño diminuto al de un niño de carne y hueso. Una vez cumplido el ritual que exige determinados atuendos para los primeros tres años, a partir de los cuales realiza milagros, se puede vestir a capricho: de futbolista, pescador, médico, San Juditas Tadeo, del Niñopa de Xochimilco, San Charbel, de ángel, con hermosas alas de plumas y cuanto se le ocurra.

Los atavíos son muy elaborados, ya que incluyen ropa interior, calzado, que puede ser formal o huarachitos, canasto de mimbre o trono, cetros, coronas, rayos de oro, en fin, una elaborada parafernalia que implica un buen gasto y varias horas de dedicación para dejarlo de punta en blanco y que no desmerezca con los otros niños que van a la procesión.

Intercalados con estos locales están aquellos que reparan los niños lastimados: al que se le rompió el dedito, se le raspó la naricita, que sé yo; tienen que estar impecables y durante la espera se abre el apetito. No se preocupe, ahí mismo se instalan los puestos de tacos, tamalitos, chescos y hasta yerbas medicinales.

El gentío, el rumor de voces, la vitalidad y alegría que emana, me hizo recordar las fiestas en honor de los dioses prehispánicos, lo que confirma la investigadora María Molinar, quien dice que La Candelaria coincide con las celebraciones que se realizaban en el primer día del año azteca, en honor a Tláloc, Dios de la lluvia, a su hermana Chalchiuhtlicue, Diosa del agua y a Quetzalcóatl, Dios de los vientos.

El Día de la Candelaria tiene su origen en el siglo IX, época en la que se incluyó la ceremonia de la Bendición de las Candelas y las velas benditas que servían para auxiliar a los moribundos, para salvarse de los rayos y los truenos y prevenir las tentaciones del demonio. Según el calendario católico, conmemora la presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén.

Como hemos comentado con anterioridad, en México la festividad se enriquece con el compadrazgo: el que saca el muñeco en la Rosca de Reyes, que se parte el 6 de enero anterior, se convierte automáticamente en el compadre del anfitrión y tiene el deber el siguiente 2 de febrero, Día de la Candelaria, de vestir de gala un Niño Jesús y presentarlo en casa de los compadres.

Según la tradición se pasean a los niños con su vela y un ramito de romero, alrededor de un templo. La caminata concluye con la solemne bendición en la que los padres y padrinos aprovechan para que se bendiga también a los niños de carne y hueso. Después la misa y como broche de oro una sabrosa tamalada.

Al terminar las compras, si le llegó la hora de la comida, a unos pasos, en Venustiano Carranza 148, se encuentra el restaurante Ehden, que desde 1930 ofrece excelente comida libanesa. Entre mis platillos favoritos, las lentejas con arroz rociadas con cebolla crujiente, las hojas de parra y el kepe charola. Siempre guardo un lugarcito para los exquisitos pastelillos con miel y dátiles, que se acompañan tan bien con el fuerte y aromático café árabe. El edificio en que se aloja en el segundo piso, conserva un enorme arco y columnas de cantera dorada, bellamente labradas, con un gran parecido al trabajo que ostenta la fachada del Palacio de Iturbide. Ello habla de que aquí estuvo una notable mansión barroca, posiblemente del mismo arquitecto, el afamado Francisco Guerrero y Torres.