Opinión
Ver día anteriorJueves 10 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Maître à penser
C

on la misma discreción y timidez con la que abordó siempre su vida personal y sus relaciones de amistad, así es como nos dejó, discreta y tímidamente, el 5 de junio pasado, Bolívar Echeverría Andrade.

Lo conocí desde 1972, cuando en la Facultad de Economía de la UNAM, impresionaba a todos sus alumnos –yo incluido–, con sus brillantes explicaciones sobre el argumento general de El Capital. Pues lo que allí se nos presentaba, era nada menos que una novedosa y profunda reinterpretación de la principal obra de Marx, –y desde allí, del conjunto global de toda la producción marxiana, y de los horizontes generales del marxismo–, interpretación que competía y con ventaja, con otras explicaciones de estos mismos temas, por ejemplo las de Luis Althusser, Karl Korsch, o Roman Rosdolsky. Y recuerdo cómo desde esos Cursos sobre El Capital, Bolívar nos insistía en la tesis de que el marxismo no era más que el momento teórico de la realidad práctica que era la revolución comunista, una convicción que estructuró tanto el sentido general de sus escritos, como también la persistente radicalidad de sus puntos de vista políticos. Lo que explica el hecho de que Bolívar fuese, además de un teórico de primer nivel internacional (muy probablemente, el teórico social mas importante de toda América Latina de los últimos 40 años), también un gran admirador del Che Guevara (de quien publicó, en alemán, una selección de escritos prologada por él), y después un radical luxemburguista, que naturalmente se entusiasmó en su momento con el neozapatismo mexicano, igual que con el potente movimiento indígena de su natal Ecuador.

Porque Bolívar fue un hijo genuino de la revolución mundial de 1968, y su obra sólo se entiende como expresión, particularmente bien lograda y exitosa, de los ecos esenciales que, en el marxismo y en el pensamiento crítico, suscitó esa misma revolución. Pues fue ella la que le permitió desarrollar su original y creativo marxismo, que no temía dialogar y enriquecerse con las más diversas perspectivas venidas de otros horizontes teóricos, como por ejemplo la filosofía de Heidegger o la lingüística rusa, austriaca o francesa del siglo XX, mientras mantenía sin problema el agudo sentido crítico de ese mismo marxismo.

Por eso, al mismo tiempo que incorporaba muchos de los aportes de las ciencias sociales del siglo XX a ese marxismo renovado y radical, Bolívar era siempre capaz de detectar el lado malo de todos los problemas que analizaba, para darnos desde su caracterización originalísima de la historia y la situación actual de América Latina, construida en torno al ethos barroco latinoamericano, hasta sus complejas y sutiles elaboraciones en pos de una teoría general y crítica sobre la cultura, y pasando por sus explicaciones del ‘sentido del siglo XX”, del nazismo, del concepto de izquierda, de la categoría revolución, o de la actual crisis civilizatoria de la modernidad capitalista. Ya que como genuino heredero de las lecciones de la Escuela de Frankfurt –la que él conocía como nadie en toda América Latina–, Bolívar supo pasar el cepillo a contrapelo de todos los temas que sucesivamente abordó.

Como lector agudo y atentísimo de Walter Benjamin, cuya obra difundió ampliamente en sus cursos, Bolívar sostenía permanentemente un pesimismo radical y revolucionario, que a la vez que denuncia con todos los medios a su alcance la catástrofe hoy en curso, consagra también todas sus fuerzas disponibles para construir los caminos de su superación, bajo la lógica del aforismo de la revolución rusa, también reivindicado por Benjamin (y por Bolívar): ninguna gloria para el vencedor, ninguna compasión para el vencido.

El pasado 5 de junio nos dejó el maestro, el colega y el amigo Bolívar Echeverría. Nos queda en cambio la obra de este gran maître à penser, la que sin duda seguirá alimentando, por décadas y lustros, a quienes deseamos continuar trabajando, tanto en los senderos del pensamiento realmente crítico, como en el campo de la acción realmente revolucionaria.