Opinión
Ver día anteriorViernes 2 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Ruta Sonora

El rocanrol de Monsiváis

Foto
El escritor en una imagen de 1969Foto Archivo
T

entado como estaba Carlos Monsiváis a inicios de los años 60, por el ánimo novedoso y festivo del rocanrol españolizado (Ruta Sonora 25/6/10), participó en dos proyectos representativos, una película y un conjunto de rock, empatía jocosa de la que luego se distanció, dadas las represiones gubernamentales de 1968 y 1971: eligió tomar partido, manifestar su indignación, y dudar de quienes no lo hicieran. Por ello, además de su afición generacional al cine en lugar del rock (ídem), es claro notar un Monsiváis antes y después del 68, en torno al rock y sus seguidores: antes relajado, después distante (años 70), para reconciliarse en los 80 y dejarlo ser en paz, de los 90 para acá.

De Caifanes y Tepetatles

Así, actuó en Los Caifanes (Juan Ibáñez, 1966), la clásica cinta que inmortaliza a esa juventud que buscaba desmarcarse de la momiza, como el Santaclós teporocho que interrumpe al Estilos (Óscar Chávez) cuando intenta declamar, curiosamente, Por mi madre, bohemios. Después de todo, solía decir, su fatal debilidad era el relajo. Luego participó en 1965, con el bailarín y cineasta Alfonso Arau, en la banda/performance Los Tepetatles, solicitada como espectáculo de cabaret por Ernesto Alonso, para su centro nocturno El Quid: Triunfo y aplastamiento del mundo moderno con gran riesgo de Arau y mucho ruido. El concepto base fue de Arau, pero echó mano de un dream team: Carlos Monsiváis y Chava Flores en las letras, Vicente Rojo y José Luis Cuevas en el arte; la música ejecutada por los Rebeldes del Rock: Marco Polo Tena, Julián Bert, Marco Antonio Lizama y José Luis Martínez; al frente, Arau simulaba tocar una guitarra con doble brazo y una tercera mano. Las letras de corte más urbano, de Monsiváis, denotan una incipiente pero categórica intención: parodiar al grupito de moda, los Beatles (tepetate + beatles) y dotar de guiños locales al rock invasor, con temas a go gó, que con caló capitalino retrataba irónicamente a esos días: Zona Rosa, Teotihuacán a go gó, Rockturno (musicalización a Nocturno de Manuel Acuña, al cual Monsi agregó llora mi vate, llora de amor), El peatón estaba muerto y el semáforo lloraba (sobre un influyente que atropella gente impunemente), o Tlalocman, que retomaría Botellita de Jerez. Una pieza aparece en el filme Jóvenes de la Zona Rosa (Alfredo Zacarías, 1968).

Desollar el español

Tal idea de apropiación cultural y búsqueda de identidad local permeó su obra, y hay correspondencia entre su discurso alrededor de la poesía de Ramón López Velarde, y lo que habría esperado de una manifestación popular como el rock. Del zacatecano diría que lo más valioso en aquél era su lucha con el lenguaje: “En tanto el español no sea vencido, acorralado, desollado, incorporado (…) a la sensibilidad profunda de los mexicanos, nuestra literatura seguirá siendo (…) inflexible y rígida; el conducto de nuestras limitaciones y diferencias, y no el de nuestras capacidades y semejanzas” (La poesía mexicana del siglo XX, 1966).

Norteamericanización juvenil

En concordancia, Monsiváis se refirió a la generación de la onda (1966-1972) como “parte de la norteamericanización cultural de los jóvenes del mundo” (Amor perdido, 1976); retrato objetivo cuyos aludidos tomaron como descalificación. De ahí que muchos denostaran la frase que se le achaca para describir a la camada que vivió el Festival de Avándaro (1971): los primeros gringos nacidos en México.

Pero en realidad lo dijo así: en una carta enviada en 1971, al cartonista Abel Quezada, refirió, mientras se quejaba de la represión reciente: “…me volví a aterrar con las fotos del seudowoodstock: 150 mil personas, las mismas que no protestaron por el 10 de junio, enloquecidas porque se sentían gringos (…). La ‘nación de Avándaro’ es el mayor triunfo de los mass media estadunidenses (…), un gran momento del colonialismo mental en el Tercer Mundo” (recordar que además los grupos cantaban en inglés). No se escandalizó por conservadurismo, como se pensó, sino por el borreguismo advertido. La roqueriza utopizada se le fue encima. Luego asestó: “El mercantilismo toma las mejores ofertas del underground y con ellas inunda los grandes almacenes”, entre otras sátiras que hizo a los onderos. Manuel Aceves, editor de la revista Piedra Rodante (1971-1972), señaló a Monsiváis como orientador del criterio represor gubernamental, y causante del cierre de su publicación: Al cronista de la Portales se le fue el camión y no entendió lo mejor de su tiempo. Pero los años han hecho ver que si bien Avándaro, organizado por Luis de Llano, fue relevante como expresión ingenuamente liberadora, artísticamente no proponía nada propio; era una aspiración copista, en apariencia despolitizada. Asimismo, la confiscación corporativa del rock de la que hablaba, es hoy una verdad.

(Actos del fin de semana en patipenaloza.blogspot.com)