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El último suspiro del Conquistador / LI

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anuel se duchó, se vistió a la carrera, echó una mirada a su coche viejo, que dormía aún bajo su cubierta de tela plastificada, y lo desdeñó: con el tránsito habitual a esa hora de la mañana, sería una pesadilla trasladarse hasta el norte de la ciudad. Abordó tres transportes colectivos en forma consecutiva, llegó a las instalaciones del Poli y se presentó en el laboratorio. La doctora Contreras estaba irreconocible: si habitualmente procuraba, y hasta conseguía, disimular la edad con vestidos impecables y austeros, con peinados cuidadosos y con toques de maquillaje discretos pero precisos, esa mañana estaba hecha un desastre: tenía el pelo alborotado, vestía ropa deportiva que le daba un aire de convaleciente, y olía mal.

–Agárrese –le dijo al recién llegado, sin más preámbulos–. O yo ya me volví loca, o estamos por descubrir un nuevo estado de la materia.

Manuel no respondió, pero supo de inmediato que su colega hacía referencia a algo hallado en el frasco de Jacinta. Abrió mucho los ojos tras sus lentes anticuados de armazón de baquelita y escuchó, atónito, un discurso no muy coherente sobre un gas que se comportaba como un cristal, sin dejar de ser gaseoso, que se aglutinaba en una estructura única y extremadamente compleja, acaso emparentada con las micelas, algo que recordaba, en una escala mucho más vasta, la composición de los polisacáridos, un...

–Espérese tantito –interrumpió por fin el científico–. ¿Me está usted hablando de lo que hay en ese frasco, ¿verdad? ¿Y ya se puso en contacto con la propietaria?

–No.

–Pues hay que llamarla.

–¿Para qué? –reaccionó con molestia la doctora Contreras–. Esto no tiene nada que ver con ella, ella es arqueóloga, no tiene la menor idea de lo que estamos hablando. Colega, esto es entre usted y yo.

Manuel percibió en la mirada de la doctora Contreras el destello de una desesperada ambición y la relacionó de inmediato con la circunstancia de la mujer: una investigadora metódica, disciplinada y mediocre, sin ninguna relevancia en los círculos científicos del país, que estaba cerca de la jubilación, y a la que de pronto se le abría la perspectiva del reconocimiento internacional en virtud de un descubrimiento fortuito.

–Carajo –se le escapó–. Y a mí, también.

–¿Perdón? –respingó la doctora Contreras.

–Nada, nada, disculpe... –se sonrojó él–. Estaba pensando en otra cosa. Hay que llamar a Jacinta.

* * *

Rufina tomó el viejo libro que había comprado años atrás, Devolver el alma al cuerpo, y leyó al azar: Las personas a las que llamamos hermosas hermosas son aquellas en las que el espíritu y el cuerpo desarrollan relaciones armónicas. Por el contrario, cuando el alma y su asiento material experimentan discordancias, se presenta un fenómeno que se percibe como fealdad. Suele darse por sentado que el alma y el cuerpo de un individuo han de ser gratos la una al otro y el otro a la una, pero tal pensamiento es una ilusión vana, como lo es suponer que nuestros parientes directos, por el solo hecho de serlo, han de caernos bien y sernos gratos.

* * *

“Poco antes de su derrumbe definitivo, el régimen oligárquico alcanzó niveles clínicos de contradicción entre las palabras y los hechos. Las medidas de la administración habían sumido en una crisis grave a las industrias editorial y cinematográfica y los presupuestos para programas culturales fueron suprimidos o drásticamente reducidos en forma arbitraria. Uno de los dos canales culturales de la televisión del país fue colocado en manos de una dirección mediocre y servil y, posteriormente, con el pretexto de la ampliación de sus señales a todo el territorio, colocado bajo el control directo de la Secretaría de Gobernación.

Las movilizaciones militares absorbieron la mayor parte de los recursos que antes se empleaban en la construcción de museos, en el financiamiento de propuestas escénicas, en la investigación y en la difusión editorial. Las universidades públicas sufrieron severas limitaciones presupuestales. El sistema educativo fue concesionado a la mafia dedicada a la extorsión laboral y electoral. Para el gobierno, las únicas expresiones de cultura apreciables parecían ser la televisión comercial, el futbol, el tequila y los concursos de belleza femenina. Como había ocurrido un siglo antes, los festejos centenarios organizados por el régimen, fueron una aglomeración de cartón y oropel sin relación con la realidad del país, destinados únicamente a glorificar avances falsos y a asegurar contratos multimillonarios a empresarios pertenecientes al primer círculo del poder. En el marco de su alianza con el régimen oligárquico, algunos pensadores de trayectoria relevante fueron paulatinamente reducidos, primero a consejeros, y después a meros propagandistas que elogiaban la democracia, la libertad y el desarrollo de una nación sumida en un baño de sangre, en el autoritarismo, en la corrupción y en una crisis económica de tres décadas. En tal circunstancia, se experimentó una grave caída en la chabacanería, la insustancialidad y la vulgaridad, fenómeno que se reflejaba en forma nítida en el propio discurso oficial –tanto el oral como el escrito–, cuya formalidad fue remplazada por un coloquialismo poco inteligible que prescindía hasta del mínimo decoro sintáctico.

El fallecimiento del Escritor no habría podido ocurrir en un momento más nefasto para la cultura. La Presidencia en turno, huérfana de presencia, valores y acciones en ese ámbito, pretendió aprovechar el deceso del sempiterno adversario del poder para ostentar a su titular como un hombre con interés por las ideas, los libros y la reflexión crítica. Pero hubo de desistir de tal propósito ante la evidencia de que el Presidente no sería bien recibido por quienes acudieron al homenaje al fallecido, realizado en el Museo de la Ciudad de México, que hoy forma parte del Centro Cultural Monsi, en la avenida peatonal José María Pino Suárez. El Poder Ejecutivo tuvo que conformarse con mandar al acto a un representante menor que fue abucheado y con secuestrar en un vehículo oficial, por un momento, el féretro del fallecido, al que hizo circundar, a 60 kilómetros por hora, el Zócalo capitalino, donde se encontraba un campamento de electricistas en huelga de hambre en demanda de la restitución de sus empleos.

El incidente dio pie para que la tradición popular inventara un par de acontecimientos imaginarios: la expropiación fulminante, por medio de un decreto presidencial, de los restos mortales y la obra del Escritor, y la disputa por el ataúd, entre ciudadanos y policías federales, en el Museo de la Ciudad. Mucho más sorprendente que esos sucesos míticos es el misterio, que aún persiste, en torno a lo ocurrido al cuerpo del Escritor: muchos años después de su muerte, las instituciones acordaron, a petición popular, trasladarlo a la Plaza de la Patria Recuperada, pero al momento de la exhumación se descubrió que el sarcófago estaba vacío, o casi. En su interior había una nota a bolígrafo –los expertos calígrafos afirmaron de manera unánime que había sido escrita de puño y letra por el difunto– con este texto:

‘C. Sedicente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos: lamento no aceptar su amable invitación a mi homenaje. El pudor me lo impide’.”

(Tomado de: Crónicas de la Regeneración: orígenes de la IV República, pantalla D-004, versión dígito-molecular, Editorial Buzón Ciudadano, México, D.F., 2047)

(Continuará)