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Economía Moral

México no es una potencia media emergente, sino zozobrante

Así lo confirman los escritos de Olga Pellicer

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a historia contemporánea de México en el escenario internacional tiene un punto divisorio en los años ochenta. Antes de ello (digamos entre 1930 y 1980), México fue un campeón de los principios de no intervención, asilo político, autodeterminación de los pueblos y varias causas del Tercer Mundo. En este periodo, que en términos de desarrollo económico fue el de industrialización basada en la sustitución de importaciones, México fue líder en América Latina (AL) y, hasta cierto punto, en el Tercer Mundo. Pero México abandonó la ruta del desarrollo autodeterminado y adoptó, en los 80, el Consenso de Washington que requiere que los países de la periferia adopten las políticas dictadas por el FMI, el Banco Mundial y los países dominantes, pasando de la autodeterminación a la subordinación, la dependencia y la obediencia. Al suscribir el TLCAN México se distanció de las causas de América Latina y del Tercer Mundo. No se puede estar casado con EU y ser un país importante en América Latina al mismo tiempo.

En materia social, México se convirtió más en un seguidor de las tendencias de privatización-focalización iniciadas por la dictadura pinochetista en los años 70, que en un líder. México copió, como muchos otros países, las reformas de la seguridad social pinochetista que remplazaron la solidaridad intergeneracional con capitalizaciones individuales (segunda mitad de los 90). También copió la política de eliminar los subsidios generalizados a bienes básicos y remplazarlos por transferencias monetarias focalizadas a los pobres extremos; es decir sustituyendo una política preventiva cuasi-universal con una compensatoria, selectiva y curativa.

Después de estos argumentos, en un ensayo en preparación concluí que México debe ser considerado no como una potencia media emergente sino como una zozobrante. Sin embargo, dado que en los asuntos internacionales soy sólo un lector medio de periódicos, decidí ahondar en el asunto. Entrevisté, para tal efecto a Jorge Eduardo Navarrete, que ha sido embajador de México y subsecretario de Relaciones Exteriores. Le presenté las ideas precedentes, le pedí su reacción y sugerencias bibliográficas. En esencia, confirmó que mis puntos de vista son correctos, me proporcionó algunos trabajos suyos inéditos y me recomendó que leyera un par de libros de Olga Pellicer (OP), estudiosa, como él, del tema. Consulté varias obras de esta autora, pero hoy voy apoyarme sólo en el libro México y el mundo: cambios y continuidades, Miguel Ángel Porrúa-ITAM, México, 2006, 190 pp. Hay en él docenas de frases que respaldan la idea de una potencia media zozobrante y no encontré ninguna que la contradiga. Sobre el papel de México en los organismos multilaterales en años recientes, dice:

La impresión generalizada es la de una pérdida del brillo y la influencia de otras épocas. México ya no tiene el poder de iniciativa que, en distintos momentos, lo caracterizó en los foros multilaterales, cuando fue activo promotor de proyectos centrales para la vida internacional de los años 70 u 80... el país no aparece como ‘padre’ de algunos de los grandes temas... ni como líder reconocido de algunas negociaciones... (p.13)

OP señala que la reflexión sobre el papel de México en la política internacional del siglo XXI debe tomar en cuenta tres factores determinantes: la posición geopolítica; la pertenencia a la categoría de país intermedio o economía emergente; y el proyecto de política exterior del liderazgo político. Y continúa: “estos tres factores se conjugan, al menos en el presente siglo, para desdibujar la ubicación de México en la política internacional. En efecto, no tenemos una identidad regional definida, somos un país intermedio sin aspiraciones de convertirse en potencia media, y no existen estrategias ni objetivos claros de política exterior por parte del liderazgo político” (pp.19-20).

Al discutir el primer factor determinante, Pellicer dice que “México es el único país en desarrollo que tiene frontera con la superpotencia mundial de nuestros días. Ser vecino de Estados Unidos no es un dato fácil, mucho menos en la actualidad” (p.20). Pobre México, tan lejos de dios y tan cerca de Estados Unidos habría que agregar. Nuestra autora dice que México no pertenece a Norteamérica (no somos un país aliado de Estados Unidos), aunque habría que añadir que cada vez nos falta menos para serlo, y que tampoco pertenece a AL (México, señala, no tiene una alianza estratégica con ningún país de AL), delineando el perfil de un país solitario. (pp. 21-22)

“México, sin duda, cuenta con prestigio gracias a una diplomacia profesional, dice OP. Sin embargo, eso no es suficiente. El liderazgo que permite hablar de las potencias medias –actuales y con posibilidad de serlo– depende de otros factores” (tamaño, peso demográfico, participación económica internacional, capacidad militar y voluntad de influencia, expresada en estrategias claras en asuntos internacionales) y concluye que “México tiene algunas limitaciones en relación con estos factores pero que, sobre todo, México carece de un proyecto concreto de política exterior” (p.23), a lo cual habría que añadir que ello se explica, en parte, porque también carece de un proyecto de nación. Este punto lo elabora más la autora cuando contrasta épocas previas (especialmente aquélla en la se trató de actuar dentro del marco de los principios de derecho internacional defendidos por México, lo que hacía posible un margen de independencia relativa frente a Estados Unidos) con la situación actual, respecto de la cual dice: “si algo define las relaciones de México con el exterior es la falta de rumbo, la improvisación temática... sin una línea conductora que dé sentido al conjunto. (pp. 23-24).

Según OP uno de los cambios importantes en la escena internacional es la

“emergencia de potencias medias que buscan ocupar un lugar más institucionalizado en la política internacional. Los casos más evidentes son India y Brasil. Las ambiciones de este último para tener un asiento en el Consejo de Seguridad son algo más que una ocurrencia de la diplomacia de Itamaraty; son indicio de un viejo proyecto claro y bien estructurado para obtener presencia e influencia en los asuntos internacionales. (p.29)

En agudo contraste, ella contesta su propia pregunta (¿Cuál es el proyecto de México como líder regional o como potencia media?) diciendo: “Lo cierto es que tal proyecto no existe”. Véase en la Gráfica la creciente brecha entre México y Brasil. OP señala que, a pesar de los frecuentes llamados a la hermandad latinoamericana y a la alianza con los países del sur para contrarrestar el peso de Estados Unidos en el discurso político mexicano, en los hechos las relaciones con AL son débiles y erráticas tanto en lo político como en lo económico. Esta debilidad se ha acentuado en los últimos años. (p.69).