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Pionero de la técnica stoneware en México; el deceso ocurrió el viernes pasado

Falleció el ceramista Hugo X. Velásquez hombre bueno, artista dedicado

Fue mi hermano, expresó el periodista y fundador de este diario, Carlos Payán Velver

El fotógrafo Rodrigo Moya evocó su manera alegre de ver la vida; un personaje entrañable, recordó

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Si un día, al abrir el horno, dejo de sentir mariposas en el estómago, me retiro, decía Velásquez, sobre estas líneas, en una imagen captada por Rodrigo Moya en la década de 1960
 
Periódico La Jornada
Domingo 2 de enero de 2011, p. 4

El artista Hugo X. Velásquez, uno de los máximos exponentes de la cerámica contemporánea mexicana y pionero en el país de la técnica del stoneware (alta temperatura), falleció anteayer a los 81 años, debido a complicaciones por insuficiencia renal.

El deceso ocurrió en su casa-taller en Cuernavaca, Morelos, lugar donde asimismo se efectuó este sábado la ceremonia fúnebre. De forma posterior, sus restos fueron cremados.

La pasión y el intenso trabajo del maestro Velásquez siempre fueron la cerámica y la escultura, aunque también experimentó con la pintura a lo largo de una trayectoria artística que se remonta a finales de la década de los 50 del siglo pasado.

Si un día, al abrir el horno, dejo de sentir mariposas en el estómago, me retiro, afirmó el artista en diversas entrevistas, lo que da cuenta de ese gran apasionamiento que lo caracterizaba.

“Velásquez introdujo por primera vez la técnica del stoneware a México; fue pionero”, explicó consternado Carlos Payán Velver, director fundador de La Jornada, quien mantenía un estrecho lazo de amistad con el maestro.

Fue mi hermano, manifestó el periodista, quien posee una escultura y una vajilla elaboradas por Velásquez. Son hermosas sus vasijas, ollas y jarrones.

En los inicios de su trayectoria, añadió Payán, el ceramista convivió con un grupo de artistas, literatos, pintores y escultores, donde aprendió el trabajo en barro de piedra, el cual se cuece a altísimas temperaturas; en los años 60 regresó a México y realizó su primera exposición de vasijas y ollas. Fue una época muy bonita.

Payán Velver también se refirió al color rojo, llamado sangre de buey, que resalta por su colorido y que emergía con particularidad de la obra del ceramista. Fue un hombre bueno y un artista dedicado siempre profesionalmente a su tarea, con sus lealtades siempre hacia la izquierda, fue un hombre de bien.

Otro rasgo que distinguía al maestro era su profunda generosidad y su manera alegre de ver la vida, a decir del fotógrafo Rodrigo Moya, con quien lo unía una amistad de casi medio siglo.

Siempre fue un hombre muy metido en la bohemia, en la canción mexicana, pero al mismo tiempo muy moderno; le gustaba mucho el jazz. Era un personaje muy interesante y entrañable, un hombre muy lleno de amigos y querido por todo mundo, dijo el artista gráfico en entrevista.

La relación entre ambos creadores se remonta a principios de los años 60 del siglo pasado, “cuando andábamos en la bohemia. Él había regresado de Nueva York, donde se formó como ceramista en un taller muy importante de un artista local; era un chamaco de veintitantos años, y allí adquirió los principios básicos de la cerámica de alta temperatura, además era muy buen tornero.

Hace como 45 años tenía su taller en Tacubaya; éste era muy interesante por su desorden y la gran cantidad de cosas que había allí. Comenzó a salir de la pobreza crónica cuando hizo vajillas, que fueron vendidas en una tienda muy importante.

La vida del ceramista cambió al casarse a mediados de la década de los 60 con Aurora Suárez, quien es arquitecta y tiene el orden de su papá, el periodista Luis Suárez, agregó Rodrigo Moya.

Hace como 20, 25 o un poco más de años se mudaron a Cuernavaca, donde estableció su taller, y de hacer esas vajillas muy bonitas, se convirtió en ceramista de autor, además de incursionar en la escultura mural con cerámica, en ocasiones en coautoría con Aurora.

Otro aspecto a destacar, afirmó, era la coherencia que siempre mostró entre su ideología y su manera de proceder: Era un gran tipo, muy de izquierda, y esto, por ejemplo, se expresaba en la relación que mantenía con sus trabajadores, casi socialista, muy cordial.

Referente de otros creadores

Hugo X. Velásquez también fue maestro y guía de otros artistas como Francisco Toledo, entre otros creadores que buscaron incursionar en la cerámica en sus talleres de Tacubaya y Cuernavaca.

Más que dar clases, me he limitado a asesorar la técnica. Los artistas traen sus ideas y nosotros los ayudamos a realizarlas. A Francisco Toledo lo conocimos porque nuestras hijas, Laureana y Sol, eran compañeras de escuela. Francisco fue al taller de Tacubaya hace como 30 años, recordó el ceramista en entrevista realizada en 2007.

También narró a este diario sus comienzos en la cerámica: “Comencé dibujando con Héctor Xavier en un taller de desnudo con modelo. Quería ser pintor. Con esa idea me fui a Nueva York, con mi amigo Carlos Piña, hacia finales de los años 50. Llegué con 39 dólares y una camisa.

“Realmente nunca –dijo– me dediqué a pintar, pero lo que aprendí ahí cambió drásticamente mi vida. Y no fue en ninguna escuela, sino en el Cedar St. Bar, donde se reunía el grupo de artistas conocidos como Pintores de la Calle 10. Eran ni más ni menos que Franz Kline, De Kooning, Rothko, Pollock, Motherwell, etcétera. Siempre he dicho que ahí me doctoré por todo lo que veía.”

Y subrayó: “Lo primero que aprendí y que ha sido crucial para mí es que las personas eran aceptadas por lo que eran y por cómo eran, no por quiénes eran. Se sentaban y conversaban con quien les caía bien. Dentro de ese ámbito, ser famoso era un simple ‘accidente’ que no tenía mayor importancia, y eso nos permitió relacionarnos con todo tipo de gente, incluso con los que hoy son celebridades”.

En otro episodio de su vida, el maestro Velásquez compartió que en aquella época “quería sentirme útil y humilde, y entonces decidí olvidarme de la pintura; me cambié a un departamento chiquito y busqué una chamba para sobrevivir. De pronto advertí que me sentía inmerso en una irrealidad insoportable y me metí al sicoanálisis.

“Más adelante –prosiguió– se me ocurrió entrar al Greenwich Pottery House, excelente taller de cerámica, donde aprendí la teoría de los vidriados. Ahora veo que esa fue una gran decisión, porque la cerámica me ubica en la realidad, no sé por qué.

“Al terminar el curso, Carlos Piña y yo nos fuimos de ayudantes al taller de dos excelentes ceramistas, Karen Karnes y M.C. Richards. Estaba en Stony Point, fuera de Manhattan. Ellas fueron mis verdaderas maestras, a quienes debo todo.

Karen no quiso tomarnos como aprendices, más bien le ayudábamos a barrer, a mezclar el barro, a descargar el horno y, a cambio de eso, ella nos asesoraba. Yo me dediqué a experimentar vidriados, pues ya tenía claro que eventualmente regresaría a México para trabajar la alta temperatura, que en esas épocas todavía no existía en nuestro país.

Al ceramista le sobreviven su esposa, Aurora Suárez, y sus dos hijas. Entre sus últimas muestras destacan Tornavuelta, en la Casa-Museo Luis Barragán en 2005, y Piedras de sombra y porcelana, en Casa Lamm, en 2007.