Opinión
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Blues

El blues de Raúl de la Rosa, 70 años. Hoy, en el Salón Los Ángeles

T

odo lo que sé de blues, lo sé gracias a Raúl de la Rosa, quien cumple 70 años. No me refiero a títulos o versos de canciones, a nombres de solistas o grupos, a tendencias o corrientes, a fases o etapas en el desarrollo histórico de esta expresión musical. Me refiero a lo que no puede ignorar nadie que comparta la pasión por esta música que es placer para el oído, el paladar y los pulmones.

Por las sabrosas cátedras que durante el quinquenio anterior Raúl de la Rosa ha dictado en el único bar de la ciudad de México donde sólo se toca blues –Ruta 61–, aprendí, por ejemplo, que los 12 compases que le dan cuerpo y estructura a este género nacieron en los campos algodoneros de Estados Unidos, cuando los esclavos africanos que morían reventados en ellos se reunían por las noches a llorar sus desgracias imitando con sus tambores los ruidos de la locomotora que pasaba por allí.

Así, la incorporación de la armónica a esta base rítmica tuvo originalmente la misión de evocar el silbato de la propia locomotora desbocada a través de las plantaciones. Y los cantos de dolor –blues significa tristeza–, el llanto de la guitarra y el contracanto del bajo terminaron de darle forma.

Esto, por supuesto, no es todo, pero sí lo más importante que sé del blues gracias a Raúl de la Rosa, erudito en muchas otras materias, jinete que a estas elevadas alturas de su vida continúa montando caballos y motocicletas, conversador que sabe escuchar disfrutando los relatos de otros y, antes y después de todo esto, organizador profesional de memorables festivales de blues. Mítico conductor del programa de radio Tiempo de Blues y ahora Por los senderos del blues, el también colaborador de La Jornada, cuenta entre su profuso anecdotario las noches en que luego de los conciertos con Willie Dixon, John Lee Hooker, Muddy Waters, Sony Terry, Koko Taylor, Papa John Creach, Taj Mahal y Canned Heat, llegaban a su casa a relajarse cantando, tocando y riendo.

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Raúl de la Rosa reposa en el Museo de Pérgamo, en Berlín, en 2002

Raúl fue uno de los custodios de Tláloc a la entrada al Zócalo, obviamente en medio de una tormenta; como jefe de prensa en los Juegos Olímpicos de 1968, charló con Orson Welles en un aeropuerto; de la nada, salió su profundo llanto en el cementerio judío de Praga, cuando se dio cuenta de que él no lo era, y fue el chofer del camión que transportó las piezas más importantes de la cultura maya de la península de Yucatán hacia el recién inaugurado Museo Nacional de Antropología.

Lo suyo no solamente es el blues: tiene uno de los más amplios conocimientos de música y su relación con hechos históricos en el mundo, pero su fuerte está en su talante; es decir, es un hombre que cae bien y que tiene una extraordinaria capacidad para que le sucedan cosas buenas, rodeado de hermosas mujeres, buena comida y buen sueño.

Ha sido por Raúl de la Rosa que las generaciones desde los años 70 han escuchado en la ciudad de México a los mejores exponentes de esta música, que para muchos es la madre y el padre de toda el alma.

Por todo lo anterior, Raúl de la Rosa ha decidido celebrar su cumpleaños número 70 trabajando en la preparación de una especial tocada de blues, con la participación de los Tres de Chicago: la cantante y cucharista Peaches Staten, el armonicista y vocalista Billy Branch y el guitarrista y también cantante Carlos Johnson, quienes compartirán el escenario con los Cuatro de Buenos Aires –Tomy y Nacho Espósito, José Luis Sánchez y Mauro Bonamico, integrantes de la banda Vieja Estación–, que presentarán su nuevo disco, Going Down to Mexico, hoy a las 20 horas, en el salón Los Ángeles (colonia Guerrero).

El domingo, el blues culminará a las 17 horas en la explanada de la delegación Iztapalapa, con los Tres de Chicago, Vieja Estación y el grupo Dalia Negra.

Y Raúl de la Rosa, quien organiza encuentros como éste desde 1979, habrá conmemorado el inicio de su octava década de vida ofreciéndonos un espléndido regalo de cumpleaños... de su cumpleaños.