Opinión
Ver día anteriorDomingo 5 de junio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
¿La Fiesta en Paz?

¡Hasta luego, Papelero!

Foto
Abel Flores Ortega PapeleroFoto Tomada de torosmichoacan.com
H

ay toreros que lo sacan a uno de la casa para ir a verlos y emocionarnos con su entrega sin adjetivos, y hay toreros que nos sacan de la plaza por su demagogia para aparentar que hacen arte y, lo peor, que se juegan la vida frente a animales disminuidos. El matador Abel Flores Ortega, fallecido el pasado miércoles, fue de los primeros.

En 1962 México acusaba profundos contrastes aunque no los niveles de violencia a que se ha llegado, si bien en mayo fue asesinado el dirigente agrarista Rubén Jaramillo junto con su familia. En materia taurina las reses conservaban bravura más que kilos, el público mantenía su fe en el espectáculo y los empresarios competían con afición e imaginación, no con necedad y desplantes.

Ese año, la empresa de El Toreo de Cuatro Caminos ofreció en sábado 14 novilladas y la empresa de la Plaza México sumó 31 festejos dominicales, con la particularidad de que algunos de los triunfadores de El Toreo fueron contratados para el coso de Insurgentes y viceversa, no vetados por torear con la competencia y obligados a dividirse en dos agrupaciones, como hoy ocurre.

El Papelero Abel Flores, un modesto novillero nacido en Angangueo, Michoacán, y ya con 27 años, fue uno de los triunfadores de El Toreo que por su temeridad y hambre de ser, no por su apostura y maneras exquisitas, estremeció en cuatro tardes, lo que motivó al empresario Alfonso Gaona no sólo a traerlo a la México, sino a repetirlo hasta en seis ocasiones.

El olfato empresarial del futuro suegro de Paco Camino vio incrementadas sus utilidades con la contratación de este sensacional Papelero, que cada tarde salía a darlo todo, no a esperar el novillo adecuado para lucir su tauromaquia. Y aunque se presentó hasta el 14 de octubre y sólo en su tercera comparecencia cortó una oreja, el público llenaba más de media plaza para verlo.

Luego de un mano a mano electrizante con el tlaxcalteca Gabino Aguilar, en que éste le cortó las orejas a un novillo de Coaxamaluca, vino el festejo de la Oreja de Plata, el 25 de noviembre, con seis novilleros, reses de La Laguna y la plaza a reventar. A Dos equis, sexto de la tarde, Abel Flores le cortó el rabo, obtuvo además el trofeo en disputa y fue llevado en hombros hasta la hoy Televisa, en avenida Chapultepec. Aires menos enrarecidos soplaban en la fiesta brava de México.

A principios de 1963 El Papelero marchó a España, no a ver si podía, sino con el apoderamiento de Alberto Alonso Belmonte, logrando triunfos en las principales plazas de aquel país y cortando 17 orejas en 19 tardes. Se despidió de novillero en Las Ventas, de Madrid, y recibió la alternativa en la Maestranza de Sevilla, el 30 de septiembre, de manos de Diego Puerta y de testigo Mondeño, con toros de Núñez Hermanos.

Un día, en su casa de campo en Tlazala, estado de México, literalmente en la punta del cerro, Abel confesó: Hubo quien afirmó que no me faltaba mucho para ser una gran figura, pero por escuchar unas voces que databan de mi infancia tuve más necesidad de encontrarme como hombre que como torero. Preferí la búsqueda honesta en mi interior a buscar fama y riqueza. Ese desencuentro existencial y la responsabilidad con su familia lo hicieron retirarse intempestivamente y empezar a ganarse la vida como si no hubiese triunfado en los ruedos. Fue taxista, adquirió talleres mecánicos con los que ayudó a sus sobrinos y pudo darles una carrera a sus cuatro hijas, Noemí, secretaria; Rocío, bióloga, y Lorena, geógrafa. Ah, y por fin tranquilidad a Lilia, su angustiada y bella esposa.

Procurando contener las lágrimas mientras escucha el pasodoble Novillero, de Agustín Lara, que interpreta una estudiantina, Elba, la segunda hija del matador, teóloga y sicóloga, a quien brindó un toro en la plaza de Morelia y dio la vuelta al ruedo con la oreja y ella en brazos, comenta: “A mi padre le gustaba mucho leer, pero con actitud crítica, no creyéndose todo. Escribió dos libros: Cornadas que no se curan y Torero viejo. Lo que obtuvo de su venta lo repartió entre amigos y conocidos necesitados. Mi madre y él fueron los mejores padres y con su amor hicieron que nosotras nos queramos mucho, permaneciendo unidas y convencidas de que su partida fue la culminación de dos existencias intensas y valerosas”.