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¿Se nace homosexual?
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Uno de los participantes en la marcha por el orgullo gay en Nueva York, el pasado 26 de junioFoto Reuters
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l sábado pasado se celebró en la ciudad de México y en otras entidades del país la Marcha del Orgullo Gay, que es una muestra, entre muchas otras, de la diversidad sexual que existe en México. Es, además, una de las expresiones que adoptan el rechazo social a cualquier forma de discriminación y violencia a causa de la orientación sexual. Pero el tono festivo propio de la celebración no se limitó a nuestro país. En Nueva York, una ciudad en muchos sentidos emblemática, después de una larga lucha en la que se tuvo que enfrentar a los sectores más conservadores de Estados Unidos, entre ellos a la Iglesia católica, se logró el viernes pasado la promulgación de una ley por la cual, al igual que en la capital de nuestro país, se legalizan los matrimonios entre homosexuales. La fiesta del fin de semana en Manhattan fue algo espectacular.

Lo anterior muestra cómo las sociedades evolucionan y los ciudadanos logran, mediante la movilización social, el reconocimiento a sus derechos, los cuales quedan plasmados en las leyes. Pero en medio de este fenómeno hay un tema no resuelto que aparece de forma recurrente. Se trata de los orígenes de la homosexualidad. La pregunta que surge es si se nace homosexual, es decir, si existe un fundamento biológico determinante de la homosexualidad, o bien, si ésta es el producto de aspectos medioambientales, como las influencias sociales y culturales. Se trata de una pregunta muy antigua, a la que hasta ahora no se le ha dado respuesta satisfactoria.

En estos días llamó mucho la atención un texto reproducido en esta sección (La Jornada, 17/6/11), en el que Jeremy Laurence, editor de la sección de salud y articulista del diario inglés The Independent, hace una revisión de los estudios científicos que apoyan la idea de un origen biológico de la homosexualidad. Lo hace estimulado por un trabajo que fue presentado en el más reciente congreso de la Sociedad Europea de Neurología, realizado a finales de mayo en Lisboa, Portugal, el cual, visto superficialmente, da la impresión de que hay nuevas evidencias en favor de esa tesis.

Pero no hay que irse con la finta (expresión deportiva que se emplea coloquialmente cuando alguien cae en un engaño). El punto de partida de Laurence es un trabajo presentado por el neurólogo estadunidense Jerome Goldstein en el congreso citado (www.congrex.ch/ens2011.html) Sin embargo, dicha presentación no es el resultado de una investigación nueva que aporte información original o relevante sobre las bases biológicas de la homosexualidad, sino una revisión de trabajos previos, la mayoría de los cuales han sido muy discutidos e incluso rechazados por distintos investigadores en el mundo.

En la sesión de carteles de ese congreso, Goldstein, quien es un especialista, no en la diferenciación sexual, sino en el tema del dolor (en particular en el estudio de las jaquecas), se basa en trabajos como los realizados en cadáveres por Simon Levay, quien reportó en 1991 que una región cerebral (conocida como el núcleo intersticial del hipotálamo anterior) tiene diferentes tamaños al compararse, mediante criterios estadísticos, entre homosexuales y heterosexuales. Goldstein nos recuerda también el trabajo realizado en 2008 en personas vivas por Ivanka Savic-Berglund y Per Lindström, del Instituto Karolinska de Estocolmo, Suecia, quienes empleando la resonancia magnética nuclear y la tomografía por emisión de positrones (dos técnicas que permiten estudiar con gran detalle la anatomía y algunos aspectos de las funciones cerebrales) concluyen –también basados en criterios estadísticos– que habría una semejanza anatómica y funcional entre hombres homosexuales y mujeres heterosexuales, una especie de feminización de los primeros, y adicionalmente, una masculinización en el cerebro de las mujeres homosexuales, que tendría mayor semejanza con el de hombres heterosexuales; algo que no puede considerarse como concluyente, a pesar de las avanzadas técnicas de imagenología empleadas, aspecto al que ya me he referido antes en este mismo espacio (La Jornada, 24/6/08).

La homosexualidad es un fenómeno muy complejo en el que no puede omitirse la individualidad biológica. Los criterios estadísticos no pueden ser definitorios en este caso, pues el tamaño de un núcleo cerebral, o la cuantificación de un proceso fisiológico en una población, no resuelven el problema que plantea la superposición de los casos particulares, es decir, cómo explicar que una persona con una estructura cerebral o una función de una magnitud que en promedio correspondería a la de los homosexuales sea heterosexual, o a la inversa.

En mi opinión, el gran desafío consiste, en el futuro, en encontrar los vínculos entre los aspectos biológicos, sicológicos y sociales involucrados con la homosexualidad, pues los humanos somos todo eso, y no podemos estar sujetos a un determinismo biológico ni síquico ni sociológico.

Goldstein sólo repite los resultados de trabajos anteriores, sin aportar ninguna idea o dato nuevos. No se justifica, por tanto, como sugieren Jeremy Laurence y otros, que estemos ante nuevas evidencias científicas que apoyen la idea de que la homosexualidad tiene un fundamento biológico.

En síntesis, ante la pregunta de si se nace homosexual, la respuesta es que por ahora, desde un punto de vista científico, no hay datos serios ni concluyentes que permitan afirmar algo así.