Opinión
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Chile: volver a los 17
S

antiago, junio 1970. El frío, “más antiguo que los pobres…”, muerde. La imagen pertenece al poeta argentino Julio Huasi, quien hace años adoptó el apellido que, en mapudungun, quiere decir casa de todos.

En las oficinas de Prensa Latina, Julio me recibe con un vinito que esconde por ahí. Las calles rebosan de optimismo, y los teletipos anuncian al mundo que el pueblo chileno se apresta a dictar una gran lección de democracia.

Santiago, diciembre 1973. En los campos de concentración, miles de personas son torturadas y asesinadas. No todo es negativo. En el teatro California, los gongs del ballet Dong Fang de China popular vibran y acompañan al coro: “… ¡China y Chile como hermanos! ¡Viva China, viva Chile, la unión, el arte y la paz!”

Con menos obscenidad, Radio Moscú transmite la solidaridad del proletariado mundial. Tampoco hay mucho que esperar. En los laboratorios del capitalismo global, los que saben eligen al pueblo de Chile como conejillo de Indias de un nuevo experimento económico: el neoliberalismo.

Santiago, marzo 1990. A bordo del avión presidencial, el presidente de Ecuador Rodrigo Borja comenta: No me corresponde decir si el modelo económico ha sido lo mejor para Chile. Pero lo que sí le puedo decir es que si dos personas quieren comerse una gallina y al final sólo se la come una, los tecnócratas deducirán que el consumo per cápita fue de media gallina por persona. Con esta lógica, todos podemos ahogarnos en una piscina de 60 centímetros de profundidad.

Desisto de ir al estadio. En el hotel, sigo la fiesta de la democracia por televisión. Tomadas de la mano, 120 mil personas entonan Te recuerdo, Amanda. Una bandera chilena de 7 mil metros cuadrados se despliega en el campo. Felipe González, Patricio Aylwin, Alain Touraine, Ricardo Lagos, Luis Maira, Eduardo Frei, y otros autores del best seller Cobardía, oportunismo y posmodernidad (Ediciones de la Concertación, 1988), están felices.

Pinochet dejó todo amarrado, y se fue de vacaciones. Vivirá en su casa de 5 mil metros cuadrados de superficie cubierta, un edificio de cuatro pisos rodeado de 68 mil metros de jardines, seguridad con rayos infrarrojos, 80 hombres de custodia, garage para 200 automóviles, alberca olímpica de 50 metros, multicancha convertible en helipuerto, y tres subsuelos preparados para soportar el sitio de un eventual enemigo,

Santiago, agosto 1994. En el paradero 25 de la avenida Vicuña Mackenna, paseo por el barrio. Con una reglita escolar, el vecino mide el pastito sintético del diminuto garden, y lo empareja con tijeras de peluquero. Su esposa, en bata color rosado y chancletas de plástico transparente, pule la banqueta con la aspiradora de la casa.

El vecino estima que más o menos en 2020, habrá liquidado la hipoteca de una vivienda de 65 metros cuadrados. El único problema es que la casa ha sido fabricada con paredes de cartón prensado y materiales de construcción pegados con engrudo. Por tanto, año tras año visitará Home depot, para evitar que se venga abajo. Despliega sus tarjetas de crédito y, con la habilidad digna de un jugador de póker, las intercambia una y otra vez, explicándome cómo las unas irán cubriendo el saldo de las otras.

En la cancillería, un teórico de la comunicación alternativa, me regaña:

–¡Hay que cambiar el lenguaje!… ¿cachái?

–Leseras. ¿Diste vuelta el paraguas?

–Tiqui-taca: ahora hay democracia.

–Sepa moya. En este país, las cuotas de la democracia salen carísimas y el billullo no alcanza.

A Orlando, en cambio, le cuesta reconocer la ciudad de su infancia y juventud. Radica en Cuba, donde trabaja de periodista. Y como el modelo le declaró la guerra a los parques públicos, no queda más que filosofar en una banca de tiendas Falabella.

–Ya, Orlando… deja de coger monte.

–Ven acá… ¿Quieres que acabe como Sergio? ¡Maestro del periodismo chileno, y estos “concha e’ su madre” le cerraron todas las puertas!

–La democracia sin inflación mató a Pineda, y la democracia con hiperinflación suicidó a Julio en Argentina…

–¡Dime que esto no es una mielda! En la Habana estoy jodido… ¡pero existo coñó!

* * *

Durante 17 años, Pinochet entrenó a la generación que en 1990 tomó las riendas del Estado. Luego, los ancianos prematuros de la izquierda moderna se dedicaron a vender el fin de los metarelatos. Cuento que en México, los politólogos compraron a ojos cerrados, por adelantado y al contado.

Pinochetismo sin Pinochet. Franquismo sin Franco. Cruz y cruz de los Pactos de la Moncloa (1977), que la juventud impugna hoy en Santiago y Madrid. ¿Fue acaso coincidencia que los pactos se suscribieran en el año de la patética cumbre eurocomunista de Madrid, y la concesión del Nobel de Economía a Milton Friedman, mentor intelectual del terrorismo de Estado en Chile?

En el decenio de 1980, Europa occidental adoptó el modelo neoliberal chileno, que hoy toca a su fin. Pero si en aquellas latitudes los jóvenes embisten contra todo sin claridad en nada, los estudiantes de Chile nos proponen volver a los 17 para recuperar, junto a Violeta, la historia expropiada de un pueblo después de vivir un siglo.