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Lou Reed en el papel de Lulú: Lou Lou Tallica
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Periódico La Jornada
Sábado 19 de noviembre de 2011, p. a16

La aparición del álbum Lulu, firmado al alimón por Lou Reed y Metallica, es un campanazo desde donde se le quiera oír y observar.

Si lo que se propuso el viejo lobo de mar Lou Reed fue crear arte por medio de la provocación, cosa que se le ha dado siempre, el éxito es rotundo.

Por su parte, los rudos de Metallica tienen eco resonante entre sus fans, confundidos con el sonido del rasgar de vestiduras, porque en lugar de escuchar una versión actualizada e intelectual de Master of Puppets, lo que tienen ante sí es un álbum conceptual, con muchas nueces y poco heavy metal.

Desde que se anunció, con mucho tiempo de anticipación, el proyecto conjunto entre dos instituciones en apariencia disímbolas, el escozor punzó. La campaña previa, de hecho, causó escándalo en Londres, donde autoridades municipales tuvieron que hacer caso de las protestas ciudadanas y retirar de espacios públicos los afiches donde una muñeca hiperrealista aparece mutilada, ensangrentada y en posiciones atrevidas.

También, la polémica se tornó en indignación en un principio a partir solamente de un solo track, que pululó por Internet e hizo brotar respuestas parciales, cuando en realidad se trata de una obra de dos discos, concebida como tal en su conjunto. Fue demolida por una de sus partes. Además de que no se trata de esperar satisfacer a los fans de uno y de otro; eso resulta imposible cuando lo que buscaron ambos fue un proyecto artístico diferente, tan audaz como riesgoso.

Ya puesto este álbum doble en el aparato reproductor el resultado es el siguiente:

Un nuevo capítulo en la coherencia estilística de Reed; un intento loable de retrotraer la impronta expresionista del dramaturgo alemán Frank Wedekind (1864-1918), un crítico social que utilizó como tema la sexualidad para plantear insurrecciones a la decadencia moral de nuestros días; un experimento valiente y bien cumplido por parte de los muchachos metaleros de San Francisco; y, last but not least, un exitoso logro en pleno mainstream, tan cegado y sesgado por el mero negocio, al presentar un producto artístico en un medio donde los mercachifles sólo buscan la primera parte, el producto, y les viene valiendo gorro lo artístico. Un golazo de Lou Reed merced a contragolpe cruento de los duros entre duros de Metallica.

Puestas las cosas más allá de que si los seguidores de Metallica no recibieron la misma dosis de riffs y velocidad y decibel finamente vulcanizado a la que aspiran a que suene siempre ese grupo; y una vez puesto en claro que los fieles de Lou Reed no se hallan todavía en esta nueva versión del paseo por la zona peligrosa (take a walk by the wild side), los hallazgos se multiplican.

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En primer lugar, Frank Wedekind nunca escribió una obra que se llame Lulu, como proclama la mayoría, en favor o en contra, cuando habla de este disco.

La figura central es un compositor austriaco: Alban Berg (1885-1935), quien escribió una ópera que tituló Lulú y dejó inconclusa, a partir de dos textos de Wedekind El espíritu de la tierra y La caja de Pandora, para armar esa ópera, piedra de toque de ese arte en el siglo XX. Y lo hizo luego de llegar a la cima de la dramaturgia con otra ópera/piedra filosofal: Woyzeck, a partir del texto maestro de otro genio alemán: Georg Büchner (1813-1837), proyecto ante el cual han rendido a su vez sus talentos Werner Herzog, quien hizo una versión fílmica; Bob Wilson y Tom Waits, quienes hicieron lo propio en el territorio del arte teatral (Waits recogió la música en su álbum Blood Money) y también hizo lo propio el maestro entre maestros del arte oscuro y denso: Nick Cave.

Lou Reed llegó con los jóvenes metaleros con todo armado, de manera que fue grabado bien rápido, ante el asombro generalizado: Reed se limita a su conocido arte del spoken word mientras los peones se ponen overol y le construyen su emblemático muro de sonido. Atrás quedó, entre otros ejemplos, el álbum doble The Raven, una suerte de ópera-rock-radioteatro donde Lou Reed se pone a fumar opio con el mismísimo Edgar Allan Poe, y otros músicos ponen sabrosura a su perorata.

La nueva aventura de estas nobles instituciones: Lou Reed y Metallica, es de esos trabajos que piden al escucha paciencia y tiempo de digestión.

Por lo pronto, el Disquero se manifiesta en favor y se queda con esa obra maestra que es el track final, Junior Dad, que por cierto supera a la versión en vivo que hizo Lou Reed con su esposa, Laurie Anderson y el maestrísimo John Zorn (ella acaba de asestar al público mexicano, hace un par de semanas apenas, uno de esos bonitos spoken word shows de los que el público de otros países huye despavorido, llena la sala para abandonarla. En Bellas Artes, ningún puchero esnobista tuvo el valor. Todos nos rendimos al encanto).

Bienvenido el riesgo artístico, el anhelo del arte mayor. Más que polémico entonces, tenemos frente a nosotros un álbum que no es de cancioncitas sino una obra de ambición estética que propicia el debate, la curiosidad, la reflexión, y todo aquello que hace al mundo caminar. Avanzar.

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