Opinión
Ver día anteriorMartes 3 de enero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El puño invisible
E

l libro del investigador colombiano Carlos Granés sin duda ameritó el galardón Isabel Polanco que le fue otorgado por conducto de un respetable jurado, que incluyó a Fernando Savater y a Gonzalo Celorio. El texto, de más de 900 páginas (Editorial Taurus), se lee no sólo con facilidad, sino gustosamente, debido, en parte, a su sencillez expositiva, a lo cual se suma el fluido manejo del lenguaje, así como por la novedad que aportan algunos de los temas que aborda, como el del situacionismo, que no ha sido del todo bien entendido, ni siquiera por los eruditos.

No obstante, amalgamar prácticamente las muchas implicaciones propias de las corrientes contraculturales bajo el término vanguardias es opción por lo menos arriesgada, y se hubiera necesitado del autor una declaración de principios.

Las páginas de Internet deparan noticias sobre el libro, pero, salvo el laudatorio comentario del Nobel Mario Vargas Llosa, no he encontrado ninguna que se detenga a analizar los conceptos que manejó el autor.

Así, hay personajes que le merecen denuesto, entre otros están Robert Raushenberg, Jasper Johns, Andy Warhol y Santiago Sierra, quien nos es cercano porque ha vivido en México bastante tiempo y completó su formación en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, y de igual forma participó (por invitación) en exposiciones relevantes, como La era de la discrepancia.

Por ejemplo, me parece exagerado afirmar (p.342) que el arte pop dio carta de ciudadanía “a lo camp, a lo mediático y a lo anodino, para que entraran en la institución del arte”. Creo que debió especificarse a qué índole de institución del arte se refiere, o si meramente se indica el aspecto comercial, ya que Granés propone como ejemplo destacable la imagen de una fotografía de la campaña Marlboro que Richard Prince tomó a finales de los años 70, misma que alcanzó en subasta la suma de 1.2 millones de dólares. Prince, el creador de lo que llamó retrofotografías, arguyó que así como Duchamp se apropió de un urinal hecho por otros, él lo hizo de una foto comercial. Como sabemos, a eso se le llama apropiación, y forma cadena, pero el simulacro del simulacro ha estado vigente desde hace más de medio siglo, sólo que no creo que Prince sea comparable, ni lejanamente, a Cindy Schearman, pues como sucede en todo, hay niveles de ingenio y de trabajo en las apropiaciones, que en cierto sentido son tan viejas como la historia del arte.

Es cierto: cualquier artista puede dar estatus de obra creativa a cualquier objeto al tornarlo obra conceptual, de modo que los productores convierten hasta un gesto en obra de arte. No obstante, el fenómeno ocurre siempre y cuando el curador, el museo, la galería, casa de subastas o feria internacional lo acepten, como ha ocurrido con Jeffr Koons. Aunque es cierto que Koons nunca decepciona: es imposible permanecer indiferente a lo que hace, afirma Granés, lo cual contradice lo que él mismo propone, ya que no sucede lo mismo con la totalidad de su obra.

La escultura de cerámica que capta la efigie de Michael Jackson siempre ha tenido mucho público, la versión del Museo de Arte del Condado de los Ángeles está rodeada de admiradores, no así sus balones flotantes, a los que ya no se les presta la atención que suscitaron cuando aparecieron.

Koons, al igual que muchos otros, tiene más de 100 ayudantes: él no necesita tocar las obras. Esta situación involucra al diseño. Si vemos para atrás, Rubens también diseñó en buena cantidad, por eso con harta frecuencia se admiran más sus primorosos bocetos en pequeñas dimensiones que sus apabullantes obras públicas, concebidas como decoraciones y hechas por encargo de los poderosos de su tiempo.

El autor del libro que comento suele pasar por alto su filiación latinoamericana; lo digo porque también hay harta contracultura y ultravanguardia en los países de nuestro continente. Además, cuando aborda la situación del 68 no hace las necesarias distinciones entre lo que sucedió en una ciudad o país y en otro. Despacha a México en unos cuantos renglones.

El guión del libro está bien concebido, deja ver con claridad la capacidad de síntesis del autor respecto de los tratados que ha leído y destaca en primer término su muy concreta, a la vez que condensada, visión sobre Dada. En cambio, me parece que el fenómeno bretoniano está excesivamente apoyado en el libro Revolution of the Mind. The Life of Andre Bretón, de Mark Polizzotti, accesible desde 1995.

El volumen se ha vuelto favorito de algunos artistas con quienes he tenido oportunidad de comentarlo. Ha tenido muy buena acogida y lo merece, por tanto, igualmente merece que se lea con atención y se deparen comentarios críticos. Algo notable es que carece de ilustraciones y resulta que no las necesita, dada la capacidad descriptiva del autor.