Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de marzo de 2012 Num: 889

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
RicardoVenegas

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Cinco décadas contra
la ignorancia

Paula Mónaco Felipe entrevista con Manuela Garín Pinillos

Despedirse de Livinus
Roger van de Velde

La farsa
Luis García Montero

Una canción para
la noche nigeriana

Emiliano Becerril Silva

Los 45 de Cien años
de soledad

Luis Rafael Sánchez

Fin de la migración mexicana
Febronio Zataráin

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Enrique Héctor González

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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Toda un hombre, polivalencia del género

Toda un hombre, de Alberto Castillo, bajo la dirección de Gabriela Flores Torres, es una puesta en escena sobre el equívoco de los roles sexuales, sobre la imbecilidad positivista que todavía impera imponiendo criterios de  “verdad” clasificatorios (al modo de los trastornos de la sexualidad del DSMIV) que definen a los objetos por los porcentajes que en ellos hay de elementos de difícil convivencia.

Las clasificaciones de ese orden médico todavía las veíamos insinuadas en ese mundo de cera que en París alberga las grandes colecciones que refieren la anatomía propuesta en cortes definitivos, y que exhiben la carne de acuerdo con designaciones morales que recuerdan el orden tomista y agustino que tantas previsiones colocó en el cuerpo pudendo.

La ley, la ciencia y la religión son los espacios donde se dirime la cuestión de la identidad de este personaje petrificado en las definiciones que han hecho de su persona, y los dolorosos descubrimientos que, gracias a la meditación sobre sus vínculos y peripecias, aparecen poco a poco, paso a paso y golpe tras golpe.

Toda un hombre es la historia de una anomalía a la que le asignaron un sexo, una educación y sólo en apariencia un deseo femenino. Fue nombrada Adele hasta que, a la salida de la adolescencia, un médico percibe, descubre, mira, tienta, explora, experimenta que entre sus piernas aparece la palabra penetrante de lo masculino con la que perturbará excitado a ese cliché de mujer que trata de extender la domesticación femenina hacia esa figura larguirucha y sin formas, de rostro acerado, que desconoce las diferencias de los sexos.

El armado anecdótico relativo a la historia real en que se basa la obra no es muy necesario para entender un discurso oscurantista que pasa por científico, hasta un discurso religioso que se confunde con el jurídico fechado entre los siglos XIX y XX y que sin dificultad se actualiza (lo acabamos de ver en la Asamblea Legislativa con la imbecilidad del joven simpatizante panista Juan Pablo Castro).

Sepa el espectador que “en 1838, en Francia, nació uno de los casos paradigmáticos del estado intersexual”:  Herculine Barbin, y que la definieron como sexo femenino, y cuando creció se enamoró de un par de mujeres; así como que “durante la pubertad, no desarrolló senos, no tenía menstruación y se afeitaba. Ya siendo adulta, se quejaba de unos intensos dolores que la llevaron a visitar a un médico”, quien, durante una auscultación, descubrió que Herculine “tenía una pequeña vagina, un cuerpo masculinizado, un pequeño pene y testículos dentro del cuerpo. Una determinación legal posterior dictó que fuera entonces un varón, por lo que cambió su nombre y apareció en varios periódicos. Finalmente, se suicidó dejando escritas sus memorias”. (Publicado en Vivir en México, 8/XI/2010 y en Anodis, 10/XI/2010.) No obstante, dicho conocimiento no le hace ganar mucho desde la perspectiva simbólica donde la identidad, el género y los imaginarios simplificadores deciden qué es una mujer, le otorgan identidad a lo masculino y deciden el cuándo y cómo de sus vínculos.

El conjunto actoral es el eje de la puesta: con gran desenvoltura y pleno uso de matices se conduce Pilar Cerecedo, quien realiza un juego de seducciones, posesiones, dominación y mascarada de lo femenino que coloca en espejo a Gisel Casas Almaraz quien, con una corporalidad controlada e incómoda, aparece y borda con el silencio la ausencia de lenguaje que padece un ser cuyo cuerpo está atravesado por la ambivalencia genérica y la intertextualidad que tanto fascina a los amigos del hermafroditismo, además del susto que propagan las historias que continúan con la fuerza de la preceptiva conyugal: hasta que la muerte los separe (sin tomarlo strictu sensu).

La elocuencia está del lado del cura, del médico (interpretados por Xavier Rosales, preciso y diverso), de la mujer imaginaria. Son quienes poseen la palabra que está presa en ese cuerpo/cascarón de Adele/Abel que difícilmente erotiza/sexualiza su palabra mutilada por el discurso religioso y médico que lo coloca como un fenómeno aberrante.

El trabajo de equipo en asesoría corporal (Pauline Rousseau), vestuario (Aldo Vázquez Yela) y música original (Rodrigo Flores) crea un efecto de realidad paralelo a las palabras. Convergencias que finalmente permiten un orden polifónico para la palabra, su surgimiento, su iluminación, su aparición.

Se presenta lunes, martes y miércoles a las 20:30 horas, en el Teatro El Milagro, Milán 24, Juárez, hasta el 28 de marzo.