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Zetas lo trajeron desde Chiapas, junto con otros 24, con la promesa de trabajar de jornalero

Sobrevive lacandón a balaceras entre militares y narcos en la sierra de Sinaloa

Buscaba ganar dinero para confeccionar vestidos a sus 12 hijas; regresó con los bolsillos secos, pero vivo

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El indígena lacandón, de 41 años, narra en entrevista las peripecias que vivió en SinaloaFoto Javier Valdez
Corresponsal
Periódico La Jornada
Lunes 28 de mayo de 2012, p. 29

Culiacán, Sin., 27 de mayo. Un indígena lacandón sobrevivió a los enfrentamientos entre militares y narcotraficantes, en la sierra del municipio de Choix, en Sinaloa, hasta donde fue traído con engaños por zetas con la promesa de recibir paga de 300 pesos diarios.

Su esperanza, quizá la última del año, era tener dinero para comprar 25 metros de manta y confeccionar vestidos para sus 12 hijas. Estas mujeres lo hicieron venir a ciegas, a trabajar en el campo. Y ellas mismas lo hicieron regresar, con los bolsillos secos, pero con vida.

El indígena, a quien llamaremos Ramiro, fue traído desde Ocosingo, Chiapas, junto con otros 24, entre el 12 y el 13 de abril. La mayoría eran de esa entidad. Durante tres días que duró el viaje, el hombre que los enganchó les explicó que trabajarían en un campo agrícola, ganaría 300 pesos diarios y tendrían casa, comida y dinero para el regreso. El hombre los trató bien.

En más de una ocasión preguntaron dónde estaba el campo y cuándo empezaba el trabajo. El hombre les decía que no se preocuparan, que desde el primer día estaban ganando. Llegaron al municipio de El Fuerte y subieron a las montañas de Choix, zona en disputa entre el cártel de Sinaloa y el grupo criminal conformado por Zetas-Beltrán Leyva y cártel de Juárez.

Ahí los mantuvieron cautivos. Vieron gente armada. No cincuenta ni cien, sino muchos más. Ante las insistentes preguntas de los indígenas sobre el trabajo ofrecido, los encerraron en un cuarto con tres puertas ubicado al fondo de una vivienda, en la sierra. Después los amarraron a unas sillas. Entonces se soltó un enfrentamiento a balazos. Eran los últimos días de abril.

Un hombre acompañado de varios jóvenes armados entró al cuarto junto con la persona que los había traído en autobús desde Ocosingo. En voz alta dijo que necesitaba a unos siete para que se fueran adelantando. Y al azar escogió a uno por uno, los desataron y se los llevaron. Nunca los volvieron a ver.

Ser recio lo mantuvo vivo

Ramiro tiene 40 años. Es duro, así se define. Duro y orgulloso. Ese carácter recio, esa formación ancestral como lacandón maya lo mantiene en pie. Y vivo. Durante alrededor de ocho días que duró la refriega entre militares y el grupo armado sólo escuchó las detonaciones, los silbidos de los proyectiles y los gritos de los moribundos. No entendió nada, sólo que afuera alguien moría, pedía ayuda o imploraba.

Ellos ahí, sin agua ni alimentos. Nadie entró al cuarto en ese lapso. Miraba a sus compañeros atados a las sillas: todos con la cabeza gacha, desfallecientes. Él logró mantenerse consciente y despierto. Por eso escuchó aquella madrugada del 2 de mayo, cuando entraron los militares y tumbaron una a una las puertas de ese cuarto en el que los mantuvieron cautivos.

Saldos de sangre

Entre el 26 y 27 de abril, un comando incursionó en la sierra de Choix. Se enfrentó a balazos con una célula que comanda Adelmo Núñez Molina, conocido como El Lemo o El 01, lugarteniente del cártel de Sinaloa en esa región.

A la refriega se unieron elementos del Ejército Mexicano y la policía municipal. Los agresores conforman una célula de los hermanos Beltrán Leyva, Carrillo Fuentes, del cártel de Juárez y Los Zetas. Las balaceras se extendieron y alcanzaron varias comunidades de los municipios de Choix y El Fuerte, ubicados en los límites con el estado de Chihuahua, durante cuatro o cinco días.

El saldo oficial fue de 22 muertos, entre ellos un soldado y el policía municipal Héctor Germán Ruiz Villas. Además, la Procuraduría General de Justicia del Estado informó que al menos cuatro civiles muertos eran de los estados vecinos de Sonora y Chihuahua y que fueron asegurados vehículos clonados tipo militar –tres de ellos blindados–, dos rifles Barret, una ametralladora calibre 50, 15 fusiles AK-47, una carabina AR-15, ocho pistolas, 118 cargadores y 5 mil 823 cartuchos útiles.

La secuela más reciente de estos enfrentamientos y de los operativos del Ejército Mexicano se tuvo en la comunidad Estación Bamoa, municipio de Guasave: los militares llegaron al hotel Macurín, donde fueron recibidos a tiros por sicarios –del mismo grupo delictivo, liderado por Isidro Meza Flores, conocido como El Chapo Isidro–, 10 de los cuales quedaron abatidos; también murieron dos soldados.

Diez de los soldados se quedaron con ellos. Les dieron suero y agua. El resto partió al monte, a seguir con la batida. Un oficial se acercó a Ramiro y le preguntó cómo se había mantenido consciente. Los otros tendrían que ser hospitalizados.

Lo que pasa es que nosotros somos lacandones, somos indígenas, más fuertes. Los lacandones mayas, explicó, son duros y están acostumbrados a los malos ratos. Se identificó con un acta de nacimiento que por algún milagro llevó a ese primer viaje fuera de Montes Azules, su hogar en la selva Lacandona. El militar le preguntó si quería ir a un hospital o a su casa. Escogió lo segundo.

Cuando iban a salir, el oficial le ofreció vendarle los ojos. Afuera, le explicó, hay muertos. Ramiro se negó, pensando que no era para tanto. Pero a su paso, en esos metros que recorrió para llegar al camión militar, contó unos 30 cadáveres, la mayoría jóvenes, con excepción de una señora de unos 50 años que estaba boca arriba.

Lo llevaron a Los Mochis, cabecera municipal de Ahome. De ahí consiguió que un chofer de un autobús de pasajeros lo trasladara a Culiacán sin pagar. El conductor le sugirió que se quedara en el Hospital de la Mujer, junto al DIF Estatal, donde podía pedir ayuda.

Era 5 de mayo. Sábado. Una señora que vende tamales le dio fruta y verdura una vez por día, hasta el lunes. Los del DIF le consiguieron, después de muchas gestiones, un boleto de autobús hasta la ciudad de México y lo enviaron al Congreso del estado, donde el auxiliar de un diputado le sugirió dirigirse a la oficina de la Oficina para la Atención de los Pueblos Indígenas. Ahí le ayudaron con mil 500 pesos para comprar el boleto a Ocosingo. Todo el mismo lunes 7 de mayo. Al día siguiente partió a su tierra, su selva, sus 12 hijas.

Tata Dios me protegió

Ramiro tiene 41 años y lo recuerda todo. Incluso al señor que los enganchó, a quien nunca vio portar un arma y no volvió a mirarlo desde que los amarraron. Puede describirlo a él, a ese señor que se portó bien y nunca los maltrató. Tiene los rostros de siete que fueron escogidos y los separaron del grupo, y al resto. Los trae en su cabeza. Espera, confía, cree que están vivos y regresarán a casa.

“Pude haber estado entre los escogieron, pude haber ido con ellos. Pero mi Tata Dios tiene un propósito conmigo. Tengo 12 hijas y vine a trabajar en este pueblo nada más para poder comprar 25 metros de manta… todo el sueño que llevaba se quedó en nada”.

No sabe de kilómetros ni de carreteras, sólo que para llegar a su hogar desde Ocosingo hay que caminar dos días.

“La esperanza que tenía el Señor me la pagó al doble, con darme la oportunidad de seguir viviendo. Qué más le puedo pedir. Yo sé que mis hijas llego y me preguntan trajiste manta. Ellas les da igual si llevo o no llevo. Ellas son las que les interesa que yo llegue. Si este año no puede comprar su ropa ni modo… lo que pensaba hacer se acabó. Pero sé que mis hijas me van a entender. Lo importante es que voy a regresar. Que mi Tata Dios me permitió regresar para morir en mi tierra.”