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Alrededor de 42 mil personas llegaron al concierto que abrió el encuentro en Madrid

El contestatario Lenny Kravitz contrastó con el lado romántico de Maná en Rock in Rio
 
Periódico La Jornada
Lunes 2 de julio de 2012, p. a12

Madrid, 1º de julio. Dos formas muy diferentes de hacer rock: ése es el sabor de boca que dejaron la noche del sábado el neoyorquino Lenny Kravitz y los mexicanos Maná, platos fuertes de la jornada de inauguración de la tercera edición del festival Rock in Rio, que acoge Madrid.

El ritmo sin tregua de su inconfundible rock-funk, la música contestataria y rebelde y la imponente presencia sobre el escenario, llamado Mundo, de un Kravitz que ha hecho de la denuncia contra el racismo en la era Obama el tema central de su disco más reciente, Black and White America, contrastó con el lado más romántico del pop-rock latino que mostró Maná, a un ritmo pausado, con signos de cansancio y echando mano de un repertorio trasnochado con escasas novedades.

Unas 42 mil personas, según los organizadores, acudieron a la ciudad del rock en el comienzo del festival, que calentó con la música de cuatro grupos españoles: El Pescao, Maldita Nerea, La Oreja de Van Gogh y Macaco, en espera de la llegada de la primeras de las estrellas.

Imponente y seductor

El cantante, compositor y multinstrumentalista estadunidense Kravitz no defraudó, con un directo impecable y un look imponente que resiste el paso de los años, pese a sus 48: pantalones oscuros estampados, los hombros al aire, pañuelo al cuello y sus imprescindibles gafas para el sol.

Y aunque parecía que en un primer momento los asistentes estaban ahí más bien para ver a Maná, Kravitz supo conectar y seducir con su porte, sus movimientos y su música, en la que combinó temas de su nuevo disco con los clásicos que lo lanzaron a la fama.

El espectáculo arrancó con la fuerza de Come On Get In, de su álbum anterior, que encadenó enseguida con éxitos como American Woman, Always on the Run o My Mama Said, para interpretar después Black and White America. La puesta en escena del tema, que da nombre a su trabajo más reciente, grabado entre Bahamas y París, se vio aderezada con proyecciones sobre el escenario de fotografías de familias mixtas estadunidenses de mediados del siglo pasado, acaso también de la suya.

Gracias por dar un propósito a lo que hacemos

En ocasiones tímido ante un público en cuyo idioma apenas se atrevió a decir más que un hola, Kravitz lanzó un mensaje de agradecimiento a todos los que apoyan la música. Gracias por dar un propósito a lo que hacemos, dijo. No se olvidó de la final de la Eurocopa de futbol.

Y para terminar de encender el ánimo, Kravitz, en medio de un Let Love Rule final, se dio un baño de multitudes a las orillas del escenario y paseando por un corredor abierto entre el público, saludando y dejándose tocar y abrazar por sus fans, antes de marcharse para volver poco después, para terminar el espectáculo con sorpresa: dejando al descubierto los ojos.

Pero si Kravitz logró invertir la tibieza inicial de los asistentes, más bien fue inversa la progresión de la actuación de los mexicanos Maná, para cuyo concierto el público parecía haberse multiplicado por dos... y también la media de edad.

Tras un comienzo con Oye mi amor –que despertó el recuerdo de esos temas que tanto sonaron en los bares a finales de los años 90, con el movimiento rock en tu idioma–, seguida de un Déjame entrar con algo más de ritmo, el vocalista Fher Olvera interpretó algunos de los temas de su álbum más reciente, Drama y luz, como Lluvia al corazón y El dragón, con una puesta en escena poco acertada.

El tema Latinoamérica estuvo acompañado de la proyección de banderas de países del continente que terminaban en la yuxtaposición de los colores de México y España.

Luego de lanzar gritos de ánimo, guiños a la final de la Eurocopa –Madrid, la vamos a pasar de puta madre–, se bebió un largo trago de tequila a la salud de la selección española para desearle la victoria.

Después, en intentos de conectar con el público, se tumbó en el escenario envuelto en una bandera de España a la que plantó un beso. Olvera dejó dos temas al baterista Alex González y a los guitarristas de la banda, en lo que parecía más bien la pausa forzada de un vocalista que no puede esconder el cansancio y el paso de los años.

Sin reconexión

Esa pausa y la puesta en escena de un sofá, en la que se sentó con una asistente del público para interpretar temas de su repertorio más lento y romántico, enfriaron a un público que no pudo ya reconectar ni siquiera con clásicos como En el muelle de San Blas o Se me olvidó otra vez.

Recurrió luego a imprescindibles como Corazón espinado y Labios compartidos, en medio de fuegos artificiales, pero, al parecer, demasiado tarde: mientras la música seguía sonando, el público comenzaba a marcharse sin esperar el final.

Y sin esperar al DJ chileno suizo Luciano, que puso el cierre a una tibia primera jornada del festival, que se reanudará el próximo jueves y hasta el domingo con más promesas y reclamos como Rihanna, David Ghetta, Pittbull o Red Hot Chili Peppers.