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La sombra de Lutero
P

or lo menos se le agradece la claridad y que no se anda con rodeos. El cardenal Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (PCPUC), en las últimas semanas ha expresado que la gesta del reformado alemán Martín Lutero le causa desazones.

El funcionario eclesiástico ocupa el organismo de objetivos supuestamente ecuménicos por nombramiento de Benedicto XVI desde hace poco más de dos años. Acorde con las convicciones supremacistas eclesiásticas del actual Papa, el cardenal Koch ha impulsado una política hacia las otras iglesias cristianas en la cual siempre deja en claro que éstas son de una categoría muy distinta a la católica romana.

Cuando algunos organismos protestantes alemanes decidieron invitar con bastante antelación al organismo que preside el cardenal Koch, para que participase de alguna manera en eventos celebratorios de la gesta iniciada por Martín Lutero el 31 de octubre de 1517, el representante de Benedicto XVI expresó: “No podemos celebrar un pecado. (…) Los acontecimientos que dividen a la Iglesia no pueden ser llamados un día de fiesta”. Tal parece que algunos herederos de Lutero andan un tanto despistados, porque si pensaron que la invitación sería aceptada, entonces su conocimiento del ethos de la Iglesia católica y la posición histórica de ella sobre la lid teológica de Lutero es poco sólida.

Al ser nombrado para presidir el PCPUC, Kurt Koch delineó algunos de los retos a enfrentar: en Suiza y en Europa, en general, gran parte de los miembros de la Iglesia tienen de hecho el estatus de catecúmenos bautizados, a los cuales es ajeno no sólo el lenguaje de la fe de la Iglesia, sino también el mundo bíblico. Por esto, hoy no se necesitan nuevas vías para acceder a la palabra de Dios, sino que toda la pastoral debe ser, de manera más decisiva, una pastoral de la evangelización y no puede seguir siendo sólo una pastoral de la sacramentalización.

Su diagnóstico es acertado. El problema para él y el conjunto de las altas autoridades católicas romanas es que la institución tiene escasos instrumentos para llevar al cabo esa evangelización de la que habla, no sólo en Europa, que es su mayor preocupación, sino también en América Latina. Es así porque la sacramentalización de la que se queja ha sido impulsada por la propia Iglesia católica, en detrimento de una fe cotidiana que se refleje en ciertas prácticas éticas.

La postura del cardenal Koch está en sintonía con la de Benedicto XVI, claramente enunciada antes de que ascendiera al papado. Recordemos que Joseph Ratzinger, futuro sucesor de Juan Pablo II, fue prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe (antigua Santa Inquisición), y que bajo su dirección fue gestada y hecha pública (agosto del 2000) la Declaración Dominus Iesus. Este documento claramente estableció que solamente en el seno de la Iglesia católica subsisten en su integralidad los medios de salvación. Además hace un férrea defensa del Papa romano como autoridad indiscutible y por encima de cualquier otro ministro cristiano.

Más recientemente Koch ha vuelto a usar el nombre de Lutero para calificar a un grupo que no está de acuerdo con el fondo y la forma en que ha sido conducida la Iglesia católica desde Juan XXIII. Los seguidores del arzobispo tradicionalista Marcel Lefebvre se oponen, como él lo hizo, a reformas que consideran modernistas, derivadas del Concilio Vaticano II. Los lefebvristas son defensores a ultranza de posiciones todavía más conservadoras que las sostenidas por Roma.

El conductor de las relaciones católico romanas con otras confesiones que se identifican a sí mismas como cristianas compara a los seguidores de Lefebvre con Martín Lutero, porque, al igual que el ex monje agustino y reformador, son rebeldes a la autoridad total del Papa en turno. Pero la comparación que hace el cardenal Koch se agota ahí, porque las razones de la desobediencia de Lutero y las de los discípulos de Lefebvre son muy distintas.

La crítica de Lutero a Roma creció ante la cerrazón de ésta cuando el papado y sus funcionarios reaccionaron simbólica y físicamente con violencia frente a las 95 tesis del biblista germano. De señalamientos sobre excesos romanos en el gobierno de la Iglesia católica, así como del negocio representado por la venta desatada de indulgencias, Lutero gradualmente fue creciendo en su desacuerdo con Roma hasta romper con la institución eclesiástica y desconocer la autoridad del Papa cuando éste se apartaba de las enseñanzas bíblicas.

El caso de Lefebvre y sus pocos seguidores tiene motivaciones distintas para su reticencia ante quien preside la que dicen que es, en términos simbólicos, la silla de Pedro. El integrismo y conservadurismo lefebvrista es más intenso que las tibias modernizaciones introducidas por el Concilio Vaticano II. Los lefebvristas son preconciliares, y lo que demandan es el regreso a la tradición que, por ejemplo, tenía el latín como lengua para oficiar la misa.

El cardenal Koch ve la sombra de Lutero en cualquier persona o movimiento que reta la autoridad de la cúpula clerical católica romana. Esa sombra se vislumbra mayor en tanto se acerca el quinto centenario del inicio de la ruptura de Lutero con Roma. El 31 de octubre de 2017 no está muy lejos.