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A la mitad del foro

Acostumbrarse a ganar

U

na de cal por las que van de arena. La selección olímpica de futbol derrotó a la de Brasil en la final y México ganó la medalla de oro.

El huracán Ernesto que azota al país tuvo su antecedente social en 1997. Y la cosa pública permanece enturbiada a pesar de los aires que debieron limpiar el estercolero del priato tardío y las miasmas neoliberales con las que la economía suplió a la política y la puso al servicio de la acumulación de riqueza, de la embriaguez oligárquica. Nada de regular los capitales. El mercado se gobierna a sí mismo, contiene la cura para los males que lo afecten. Sean crisis recurrentes, un catarrito, o males que nos vienen del exterior.

Vino la democracia sin adjetivos. Y se impuso la concentración de la riqueza en pocas manos. Y la profunda brecha de la desigualdad, la pobreza de 50 millones de mexicanos y algo más. Se invocó al caos anarquizante y se asentó la desesperanza donde alguna vez hubo permeabilidad social y el exceso del como México no hay dos. Y ahí estamos, en espera de una resolución del tribunal que registre quién fue el ganador de la contienda presidencial en la elección del 1º de julio. Y nadie quiere aceptar la resolución inapelable. En el marasmo de la transición en presente continuo; dando vueltas a la noria. El sistema plural de partidos se impuso. Y se ha descompuesto bajo los males endémicos que siguieron al huracán Ernesto del que impuso la sana distancia y se fue a vivir al imperio vecino.

Aquí nadie gana. Y los millones de jóvenes del bono demográfico se dispersan en el empleo informal o buscan banderías que trasciendan las disputas por el poder con tintes mercantiles y proyectos de cambio que nada cambian; el cambaye imaginario en el discurso de la corrupción que se transforma en virtud si cada uno de nosotros es bueno y nos gobierna quien no ambicione el poder, sino el reino de la virtud. Lo de primero los pobres por el bien de todos, no duró ni la víspera. La brega de eternidad de la derecha se disolvió en 12 años de incapacidad y un estado de excepción ficticio que ha convertido al país en campo de batalla; y ha puesto al Ejército Mexicano al borde del desprestigio al desempeñar funciones de policía y vulnerar derechos humanos.

Un oportuno llamado a la racionalidad: “...en nuestro orden constitucional democrático, (el Ejercito Mexicano) no está para cumplir funciones de seguridad pública, sostuvo el ministro José Ramón Cossío. La Suprema Corte de Justicia atendió a lo dicho por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en su resolución del caso Radilla. Más que acotar el fuero, la Corte reconcilia la jurisdicción militar y la civil; llama a impedir la confusión entre seguridad pública y seguridad nacional; a rechazar la falacia del uso de fuerzas militares en funciones de policía por la corrupción de las agencias civiles. El estado de excepción ha dañado la relación institucional con el mando civil, ha puesto en exhibición penosos actos de politiquería por la designación del nuevo secretario de la Defensa.

Han encarcelado a generales en retiro y en servicio activo, por declaraciones de testigos protegidos, informaciones de las dependencias de Washington que colaboran con las mexicanas en el combate al crimen organizado. Y se extiende al ámbito de las fuerzas armadas el uso de las filtraciones de grabaciones, de fotos, de videos, que exhiben presunta complicidad de funcionarios, legisladores, dirigentes políticos, familiares y allegados de quienes se ocupan de la cosa pública en el diluvio de fango del huracán Ernesto. Mal pueden gritar ¡ahí viene el lobo!, la derecha y sus intelectuales inorgánicos; invocar la sombra del caudillo para atemorizar con el retorno del PRI al Poder Ejecutivo; o denunciar disolución social en el rechazo del predicador tropical a toda resolución electoral que no lo favorezca: Se impone el sonido y la furia de la violencia armada que estalla lo mismo en Michoacán que en Guanajuato, en Guerrero, en San Luis Potosí, en Nuevo León o en Durango, en toda la geografía nacional.

Sin el Estado, el hombre revierte a la barbarie, advertía Hobbes. Nos llegan de Marte las primeras imágenes del Curiosity, del aparato puesto sobre la superficie del planeta rojo para investigar, homenaje a la inteligencia, origen y fruto de esa misma curiosidad; hazaña científica en la que, informan agencias internacionales, colabora un mexicano: el ingeniero Rafael Navarro González, investigador del Instituto de Ciencias Nucleares de la Universidad Nacional Autónoma de México. Educación, ciencia y tecnología a las que regateamos inversión en plena era del conocimiento; asunto vital que exige acuerdo plural para destinarle lo necesario en el gasto público. En los medios de difusión, en las redes sociales, el tema es la confusión de legalidad y legitimidad; la exaltación de Zellig, el personaje de Woody Allen, como figura estelar de la denuncia por imágenes, la culpabilidad por asociación gráfica de personajes de la política y del crimen organizado.

Enrique Peña al lado de un sonorense indiciado y detenido por la policía madrileña por presunta conspiración para traficar cocaína en Europa a través de territorio español. El detenido quiso ser candidato del PRI a diputado, practicó el arte del codazo en la campaña: ahí está junto al candidato presidencial que obtuvo más de 18 millones de votos. Y el litigio en las redes electrónicas alcanza velocidades de vértigo. No hay juicios sumarios en la instantaneidad que apenas ayer declaró a Andrés Manuel López Obrador, peligro para México; y ahora hace de Zellig fiscal, testigo, juez y verdugo en la sala del juicio. Se llevó el viento las demandas y contrademandas de Ricardo Monreal en el juicio paralelo al del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Y el resto es silencio.

De este lado del espejo, los panistas buscan culpables de la derrota que los llevó a perder el poder y al tercer sitio en el sistema de partidos. Felipe Calderón acude al cónclave y Josefina Vázquez Mota se sienta al lado de quien le atribuye el fracaso por hacer campaña como diferente, en lugar de llamar a la continuidad del gobierno incapaz de generar empleos y reducir la pobreza. René Bejarano recupera la voz, mientras Jesús Zambrano acuerda con Jesús Ortega la urgencia de un partido unido bajo el liderazgo de López Obrador, pero en control de los recursos que aporten los cargos ganados el 1º de julio. Si ha de ser negativa la resolución del tribunal, qué caso tiene culpar a Graco Ramírez de adelantarse y aclarar que él tiene compromiso con el mandato que le diera el pueblo de Morelos.

Las derrotas son huérfanas. La victoria tiene muchos padres. En el caso del PRI: Enrique Peña Nieto, pero también Manlio Fabio Beltrones, Emilio Gamboa y 19 gobernadores. Por aquello de la división de poderes, diría Manlio Fabio Beltrones que estarán en San Lázaro para gobernar, no para que los gobiernen.

Aficionado al beisbol, López Obrador repite la frase de Yogi Berra: Esto se acaba hasta que se acaba. Tiene que aprender a perder, dicen sus críticos. Otra vez será. Porque las nuevas generaciones de mexicanos lo que han hecho es aprender a ganar. Y en Wembley, le ganaron a Brasil la final de futbol y ganaron medallas de oro. Una para cada uno. Y otra para el alicaído orgullo de ser mexicano. Ni modo, a riesgo de disgustar a los exquisitos o de ofender a los defensores de la pureza en la cosa pública que incongruentemente desdeñan lo popular: ¡Viva México!