Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 11 de noviembre de 2012 Num: 923

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Coral III
Kriton Athanasoúlis

El fin del futuro y
la crítica marxista

Carlos Oliva Mendoza

González Morfín, un idealista ejemplar
Sergio A. López Rivera

Clarice Lispector
y la escritura
como razón de ser

Xabier F. Coronado

El corazón salvaje
de Clarice Lispector

Esther Andradi

Gotas de silencio
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Ana Luisa Valdés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Jorge Moch
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Twitter: @JorgeMoch

El sexenio que viene y la televisión

El ruinoso, lamentable y sanguinario sexenio que agoniza –nunca fue más sabio el refrán que sentencia que no hay mal que dure cien años, ni pendejo que los aguante– fue uno de los peores de los que muchos mexicanos tengamos memoria; un sexenio improvisado –protagonizado– con soberbia y cortedad de metafóricas estaturas por uno de los peores presidentes que ha tenido México, uno de los más ineptos, medrosos y también uno de los que más emplearon de manera fehaciente la desaseada y contumaz complicidad entre poder político y medios de comunicación para ocultar a la población la realidad nacional; paradójica necedad que consiste en repetir mentiras convenientes al régimen para que la gente prefiera que esas mentiras sean su día a día en lugar del viacrucis cotidiano de desempleo, pobreza, inseguridad y una demasiado larga cauda de taras tercermundistas que arramblan este país. El mexicano seguirá pecando de crédulo y eso seguirá siendo aprovechado por politicastros raqueros, por ricos jerarcas clericales (que están, por cierto, metidísimos en los medios) y potentados corruptos cuyas fortunas se originan en la explotación de sus connacionales.

Quizá ni siquiera como en el sexenio maldito de Carlos Salinas –que se hizo vía un pariente con la televisora estatal Imevisión al privatizarla de manera turbia como TV Azteca con dinero de procedencia cuestionable, involucrando misteriosos préstamos de decenas de millones de dólares del hermano del entonces presidente para el pariente que aparece como presunto propietario– se destinaron tantos miles de millones de pesos, ya en contratos para campañas de propaganda, ya en oscuros negocios para manipular información, para tasar necesarias omisiones o andanadas de guerra sucia para enlodar adversarios políticos, ya en cabildeos para elaborar leyes que beneficiaran la desregulación de las televisoras o en adecuaciones tecnológicas que pavimentaran la consecución del monopolio en detrimento de cualquier potencial competidor… O para ponerlo en términos simples: quizá ningún presidente mexicano se había puesto tan de modo y de acuerdo con los consorcios de la comunicación masiva repartiendo discrecionalmente el erario público en pos de limpiar su imagen primero de espurio, de tramposo, de fraudulento, y luego de caprichoso, indirecto genocida al instigar una presunta guerra contra el narcotráfico que solamente bañó al país de sangre, con el pretexto de capturar algunas decenas de delincuentes de renombre (menos a uno). Solamente por eso, por las cantidades brutales de dinero que malamente tiró Felipe Calderón a la barriga sin fondo de las televisoras y sus alecuijes, debería ser llevado a juicio.

Pero desgraciadamente hay indicios claros e inobjetables de que el desgobierno de Calderón palidecerá en términos del sucio maridaje con las televisoras si lo comparamos con el inminente desmargayate que habrá de significar para decenas de millones de personas en México la insaculación de Enrique Peña Nieto, el regreso al poder presidencial de un Partido Revolucionario Institucional barnizado con un recalcitrante conservadurismo neoliberal, la fiebre reprivatizadora y un entreguismo irracional, pero muy “míster amigo” de la soberanía y de los recursos estratégicos de la nación; un PRI gracias al cual, recordemos la historia, existe precisamente Televisa, su principal vocera en los medios y donde, se dice, fue prefabricada y planeada toda la candidatura del exgobernador mexiquense.

No solamente es de preocupar el vínculo estrecho e inocultable de Peña con un clan tan corrupto como el de los Salinas, o las funciones que desempeñó en gobiernos estatales que se destacaron por sus corruptelas, como el de Arturo Montiel, o el suyo propio: siendo gobernador gastó muchos millones en contratos con las televisoras del duopolio. Queda todavía en tela de juicio si tantas menciones de su gestión en los noticieros de Televisa, si los “infomerciales” que no eran más que promoción de su imagen personal (y claro, pagados a las televisoras y sus productores con dinero público) fueron favores que el consorcio habrá de cobrar ahora que, se dice, tienen a su propio presidente en Los Pinos.

Ningún organismo ciudadano será suficiente para vigilar los entresijos del dinero entre el gobierno que llega y las televisoras. Ningún candado será lo suficientemente fuerte para impedir más trácalas y saqueos. Poco será el escrutinio y la denuncia de la oposición al respecto.

Pero no hay mal que dure, otra vez, más de seis años…