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El estado de la economía y el pacto por México
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ras 12 años de panismo en la conducción estatal de la economía, han retornado los que se fueron. En realidad, en términos reales quienes llegaron y quienes pretendidamente se fueron dispusieron la misma estrategia económica. Suman 30 años de una visión económica centrada en retirar al Estado de la participación en mercados importantes, al tiempo que se promovía que los dueños de empresas privadas asumieran el rol protagónico en la dinámica económica.

Este largo periodo (1982-2012) ha sido un fracaso. En términos de crecimiento alcanzaron un promedio anual de 2.3 por ciento, muy distante del 6.5 logrado entre 1959-1982. En ambos periodos se enfrentaron desafíos económicos importantes, provenientes de desequilibrios tanto globales como domésticos. Fueron resueltos con las herramientas económicas disponibles, en el marco de la concepción económica dominante en las respectivas épocas. Unos gobiernos los resolvieron exitosamente y otros no lo lograron.

El desarrollo estabilizador (1959-1970) fue la respuesta de política económica a los desequilibrios en cuenta corriente que provocaron la devaluación de 1954. La estabilidad se buscaba como condición indispensable para lograr un desarrollo económico y social sostenido, que elevara el nivel de vida de la población. La crisis de deuda de 1982 fue respondida con un cambio drástico de paradigmas económicos, acordes con una mutación conceptual que podríamos denominar a la Polanyi como otra gran transformación.

Se culpó a los gobiernos de Echeverría y López Portillo, anatemizados como populistas, de ser los responsables de que se perdiera una década de crecimiento en el país. Lo cierto es que pese a los malos resultados económicos de De la Madrid (0.2 de crecimiento anual promedio del PIB), los dos sexenios siguientes, el de Salinas y el de Zedillo persistieron en la implantación de las reformas de mercado con resultados magros: 3.8 y 3.5 de incremento del producto, respectivamente.

El sexenio de la alternancia, que comenzó con expectativas de resultados extraordinarios que respondían a las metas pregonadas de un crecimiento anual de 7 por ciento y un millón 300 mil nuevos empleos anuales. Lo logrado fue desalentador, apenas 2.3 por ciento de crecimiento promedio anual de la economía, pese a que México contó con ventajas excepcionales derivadas del precio del crudo y de las remesas recibidas. Otros países de la región aprovecharon los altos precios de las commodities y dinamizaron su crecimiento, con el dato adicional sustantivo de haber reducido la desigualdad en la distribución del ingreso.

A Calderón le tocó un periodo complicado: el de la gran recesión. El mayor problema económico desde la crisis de 1929 localizado en el centro del capitalismo global, Estados Unidos, y en el sector que había logrado los mayores beneficios: el financiero. No afectó de la misma manera a todos los países. En América Latina, por ejemplo, todos los países resintieron los vientos recesivos provenientes de los países desarrollados. Sin embargo, las medidas instrumentadas para defender a cada economía tuvieron resultados desiguales.

En México, la economía se contrajo 6.2 por ciento en 2009, mientras que en el resto de los países grandes de la región el peor resultado fue el venezolano con una caída de 3.2, en tanto que tuvieron caídas ligeras Brasil con -0.3 y Chile con -1 e incluso crecimientos pequeños en Argentina (0.9), Colombia (1.7) y Perú (0.9). En términos sexenales el crecimiento promedio anual del PIB ha sido de un pírrico 1.8. Es la culminación del fracaso de los neoliberales, aunque esta vez de la última administración panista.

El nuevo gobierno del PRI ha logrado que los dos principales partidos opositores firmen un pacto por el crecimiento, el empleo, la competitividad y la inclusión social. El pacto propone medidas cuestionables, como la apertura a la inversión privada en Pemex, junto con otras que parecen compartibles, como abrir la competencia en telecomunicaciones y reformar la educación básica. No parece un cambio de rumbo, sino la confirmación de la misma línea de política económica, operada con una habilidad política de la que carecían los panistas. Es otra versión de la vieja máxima de Lampedusa: todo tiene que cambiar, para que nada cambie.