Opinión
Ver día anteriorSábado 29 de diciembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Hanna Schygulla
R

ainer María Fassbinder tenía un grupo de teatro underground, su actriz tuvo un accidente y la reemplazó Hanna Schygulla. A partir de ese día saltó a la fama sin pensarlo dos veces. Nunca ensayo ni me preparo. Ahora que canto tampoco me preparo, no tengo esa disciplina ni busco tenerla.

–Lo primero que hice en toda mi vida fue un collage de Antigona en el teatro a la manera del Living´s Theater de la época. Fassbinder me dio el papel.

Yo era parte del coro, hacía lo que hace todo el mundo pero apenas tuve un momento sola, actué como me vino en gana. También hubo ocasiones en que no hacía yo casi nada y eso también resultó muy fuerte.

En esa época yo era bastante introvertida, distinta a los actores que hacen grandes explosiones, yo era más bien de interiores. Eso fue lo que le llamó tanto la atención a Fassbinder.

–¿Sigues siendo interiorizada?

–No. Ya no tanto, soy más abierta, extrovertida, he ganado mucha libertad con la actuación y con el trato con la gente. Además canto y cantar te libera. Volver a los primeros impulsos sin frenarlos me hizo bien.

–¿Y no resulta muy difícil regresar a los primeros impulsos?

–Es una cuestión de reducación, de no frenarte y lanzarte, porque es un tormento que tus impulsos y deseos se te queden dentro. No manifestarse es la muerte. Yo di ese paso y llegué a liberarme como por ejemplo también son hombres libres Fassbinder o Almodóvar, o Stanley Kubrick o George Tabori o François Truffaut.

–¿Ustedes cuántos hijos eran?

–Única.

–¿Tuviste una educación muy severa? ¿Tus padres te limitaron mucho?

–No tanto. Yo pienso que fue más porque mis padres no se llevaron bien y eso me hizo algo de infeliz, y cuando uno es algo infeliz no quiere uno mostrarlo a los otros, entonces te quedas con algo de impotencia, creo que era eso. Yo era un poquito doble. Según la gente cuando yo salía con los niños tenía mucha energía, muchas ganas de hacer cosas, y cuando me quedaba en mi casa tenía mucha vida secreta, protegida, escondida, de que no se vea demasiado.

–¿No querías que se te acercaran tus padres?

–Para que no me toquen demasiado en lo que yo pensaba o quería hacer. Yo siempre pensé que iba a llevar otra vida distinta a lo que había alrededor mío.

–¿Veías en torno tuyo mucho convencionalismo, muchas restricciones?

–Sí, por tanto, tenía una vida interior ajena a la de mis padres. Yo era retraída en mi casa y libre afuera. Prefería la atmósfera de la calle a la de la casa.

–¿Esto era en Berlín?

–Yo nací en Katowice, Silesia, en 1943, realmente entonces era Polonia, pero todo el cine que filmé: Effie Briest, Lili Marleen, El amor es más frío que la muerte, de Katzelmacher, todo fue en Alemania.

–Yo te vi en La nuit de Varennes de Ettore Scola, cuando todos los directores se disputaban tu nombre, tu rostro y tu actuación: Margarethe von Trotta, Carlos Saura, Wim Wenders y no sé cuántos más…

–Cuando era muy joven, una niña, vivimos en Mónaco, mi padre llegó muy tarde de la guerra, él estaba en la infantería en el ejército alemán y lo capturaron en Italia los americanos y fue prisionero de guerra hasta 1948. Yo tenía ya cinco años, el llegó muy cambiado con mi mamá, conmigo.

–¿Muy herido?

–Sí muy transformado, pensaba que la vida no valía nada, en fin, esas cosas cuando tú ves que la gente se muere por nada, te sientes muy mal. Bueno era así, y fue muy difícil también para él conectarse conmigo. Estaba muy bloqueado, solamente ahora en su vejez sale su lado cariñoso.

–¿Y se parece a ti? ¿Es guapo?

–Algo en el cuerpo más que en el rostro.

–¿Tú te pareces más a tu mamá?

–Tampoco, pero sí, hay algo en la forma, por lo redondo de la cara.

–Es muy bello lo redondo de tu cara, muy fotogénico. ¿Y esta parte tuya de auténtica actriz que es tan maravillosa, es sólo tuya o se la heredaste a tus padres?

–Sí, sólo es mía. Las fotos mías de niña, de mi mamá, de mi papá y cosas que tenían relación quizás con este hecho que uno sin saberlo a veces está realizando los sueños de los padres, porque mi mamá me confesó muy tarde, cuando vio la película Lili Marleen, que tenía escenas de cabaret en que yo cantaba y bailaba, ella me dijo que había querido actuar, pero jamás lo logró. Ella venía a verme al set, aunque eso me molestó.

–¿Te intimidaba?

–Me molestó más y más y después ella me dijo que nunca pensó que su hija haría lo mismo que ella tanto soñó hacer, le dije, ¿tú? Nunca me lo había dicho antes y su presencia en el estudio me pesaba. Yo tenía ya 35 años. Es increíble cómo los deseos de los padres se transmiten en tu subconsciente. Mis padres vinieron de la burguesía, él era hijo de obrero, mi mamá era un paso más dentro de la burguesía, pero sólo un paso, el padre de mi madre estaba predestinado para ser pastor, hijo de campesinos; siempre en la sociedad escogen alguien de la familia para sacerdote católico, después conocí a la mamá de mi mamá, quien acabó teniendo muchos hijos, 13 hijos. Yo me siento responsable de mis padres, ahora los cuido todo el tiempo. La extraña cosa en Alemania era que después de esa generación que hizo tantos niños, en la familia de mi mamá eran 11, se murieron dos y quedaron nueve, es que nosotros después no hicimos más hijos, nos negamos, eso fue también por el nazismo, por ese traumatismo.

–Es comprensible. Cada vez que se producen esos horrores en la historia, se necesitan muchas generaciones para que las mujeres deseen traer de nuevo hijos al mundo…

–A la generación después de eso le faltaba algo como confianza en la vida, o algo, muchos de nosotros no tuvimos hijos.

–Nadie quiere tener un hijo para que lo maten en una estúpida batalla…

–Sí, y después en el siglo XX y en el XXI muchas mujeres escogen voluntariamente no tener hijos, muchísimas, tal vez más que antes. Y varias mujeres aceptan y hasta escogen ser madres solteras y no sienten la necesidad de vivir en pareja, ¿no?

–Pero eso, ¿a que se deberá?, a que ya nadie cree la pareja, ¿verdad Hanna? Tampoco se ven tantas parejas felices.

–Si, Elena, se ven parejas aburridas en los restaurantes, ves parejas que están comiendo y que nada más están esperando la cuenta para irse y no se dirigieron la palabra o apenas durante toda la comida… O parejas que se agotan porque pelean para saber quien tiene razón, eso es lo más horrible, ¿no? te lo advertí, yo te lo dije, ya lo sabía, no me hiciste caso… Todo es un mecanismo tonto que tiene que ver con la competencia. Cuando se acaba el encanto lo único que queda es ganarle al otro.