Opinión
Ver día anteriorDomingo 7 de abril de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Empresarios confirman el secuestro de la fiesta

Magia y montera de El Pana

Rivalidad auténtica

Un gobierno ocioso

L

os empresarios imaginativos y sensibles, poseedores de verdadera empatía taurina –ponerse en los zapatos, sentimientos y expectativas del público– hicieron evidente, una vez más, el secuestro de que ha sido objeto, por lo menos hace dos décadas, la fiesta de los toros en México por parte del intocable duopolio taurino.

En los tres festejos celebrados el pasado fin de semana en las plazas Silverio Pérez, de Texcoco, y Jorge El Ranchero Aguilar, de Tlaxcala, fue notoria la disposición de los empresarios Marco Castilla y José Ángel López Lima, respectivamente, de respetar al público y ofrecerle combinaciones atractivas que, en dos de las tres corridas, se tradujeron en llenos, lo que al duopolio le resulta muy difícil, habida cuenta de su reiterado voluntarismo de espaldas a la afición.

Tras presenciar el sábado 30 por la tarde la tercera corrida de feria en Texcoco, con un veterano y pundonoroso Zotoluco, quien con su mellado estoque perdió las orejas de Flamenco, un noble y repetidor astado de Arroyo Zarco, enfilamos a la capital de Tlaxcala a presenciar la Corrida de la Gloria, donde la belleza de su plaza de toros, presidida por el rotundo campanario del exconvento de San Francisco, adquirió nuevos perfiles con las sombras de la noche y la iluminación del coso.

Cartel de lujo el ofrecido por José Ángel López Lima: el renacido Rodolfo Rodríguez El Pana, el prometedor potosino Fermín Rivera y el joven diestro de Apizaco, Sergio Flores, triunfador de cosos europeos y sudamericanos, pero vetado aquí por el empresario de la Plaza México y de la feria de Tlaxcala, en esas contradicciones inexplicables del poder, para lidiar tres toros de Marco Garfias y tres de Coyotepec. Antes, actuó el ballet flamenco de la maestra Amalia Romero, y al final, de corto, lidió muy bien un bravo astado de De Haro el novillero huamantleco José Mari Macías, triunfador del pasado encuentro de escuelas taurinas en Arles, Francia.

Glorioso, de Coyotepec, un castaño alegre y claro, salió en cuarto lugar, y con él El Pana desplegó parte de su inverosímil fantasía capotera. Tras el puyazo vendría una faena de muy altos vuelos, iniciada con una incopiable trincherilla con la zurda, rebozante de resonancias de razas y aromas agridulces, en esa terquedad ante la existencia que ha permitido a Rodolfo conocer infiernos y paraísos, indignar a cretinos, embelesar públicos, desmentir diagnósticos y paladear éxtasis. Más que correr la mano por ambos lados improvisó estrofas intensas y gritos gozosos para, delante del toro, seguirle diciendo sí a la vida. Tras un pinchazo dejó una entera al encuentro y un visionudo juez negó la oreja que con insistencia exigía eufórico el público. Tres vueltas al ruedo en olor de apoteosis dio el torero, familiarizado de siempre con las envidias y los celos.

Por cierto, esa espléndida obra de arte tauromáquico Rodolfo Rodríguez El Pana tuvo a bien brindársela al tal Páez, quien sorprendido y emocionado apenas alcanzó a escuchar: Por tantos años de admiración recíproca.

Con la bravura sin adjetivos, el otro ingrediente capaz de rencauzar la fiesta de los toros es la rivalidad, no la que se sacan de la manga los neoempresarios, sino la que es comprendida y avalada por los públicos, la surgida de la convicción íntima de algunos toreros con celo y con sello, con dignidad y personalidad, con entereza y grandeza para competir consigo mismos y con algún alternante de su tamaño. Tal es el caso de Fermín Rivera y de Sergio Flores, que en la noche tlaxcalteca demostraron que quieren y pueden, que no tienen toro aborrecido y que sus respectivas, sólidas tauromaquias al enfrentarse proyectan todos los ingredientes para provocar en los públicos algo en desuso y factor determinante de asiduidad a las plazas: pasión y partidarismo. Si en la Ranchero Aguilar se dieron un agarrón como si fuera la plaza de Las Ventas, al día siguiente, en la Silverio Pérez, retomaron con nuevos bríos su papel de contrincantes de luces, sin darse tregua, sino obsesionados por superar al otro. Flores volvió a alzarse con tres orejas por dos vistosos trasteos a reses de Campo Hermoso, y Rivera –arte de citar y sujetar– con el lote malo logró faenas imposibles, y con uno de regalo forjó en el ruedo texcocano series de derechazos con hondura de dinastía. La gente querrá verlos juntos muchas tardes. Ojalá por el bien de la fiesta.

¿Quién sanciona a ociosas autoridades sin límite para hacer el ridículo? Más tardó el gobierno del estado de México en ordenar la prohibición de peleas de gallos en la entidad el pasado septiembre, que éstas en regresar a la Feria Internacional de Caballo Texcoco 2013 y al resto de los municipios. Ah que nuestros políticos.