Opinión
Ver día anteriorMiércoles 29 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Siria y demás
H

ay veces en que una realidad es tan atroz que no dan ganas más que de darle la espalda (pastelero a tus pasteles). Me gustaría al menos tratar de dar cuenta de ese sentimiento.

La violencia en Siria ha puesto en claro los límites que existen hoy frente a la intervención humanitaria. Dicho mal y pronto: ningún país fuera de la región está dispuesto a perder soldados, ni tampoco a arruinarse económicamente para intervenir en Siria. Los motivos que justificarían esa intervención se exponen a diario en Youtube, por soldados rebeldes o de Bashar Assad que suben literalmente centenas de videos donde se mata, se tortura, se aniquilan pueblos, etcétera. Como en la guerra del narco en México, los medios electrónicos se han convertido en medios de terror y guerra.

Hace 15 días el mundo quedó horrorizado con el video del capitán rebelde que, tras de desollar a su enemigo y sacarle las entrañas, dio un mordisco al corazón de su víctima profiriendo amenazas a las tropas gobiernistas: los rebeldes les comerían el corazón a todos. Esa rabia tenía antecedentes en los bombardeos y matanzas que el gobierno hizo en enclaves y aldeas de la resistencia. Anteayer, Jean-Phillipe Rémy, reportero de Le Monde, publicó un reportaje testimonial directo acerca del uso de armas químicas por las tropas de gobierno contra los rebeldes, en las afueras de Damasco.

El uso de armas químicas llevó, ayer, a que la Unión Europea levantara el embargo de venta de armas a los rebeldes, enfrentándose así con la política de Rusia, que, junto con Irán, no han dejado de armar a Assad.

Como sea, está claro que ni la Unión Europea ni Estados Unidos están dispuestos a perder soldados en Siria. El video del canibalismo del jefe rebelde fue también, como bien notó recientemente un comentarista de El País, un evento con efectos diametralmente opuestos al que tuvieron hace años las fotos de niños bombardeados en Kosovo: sirvieron para advertir a una Europa en profunda crisis económica que esta guerra tendrá que resolverse en casa, sin intervención humanitaria.

Mientras, el Levante todo entra en una fase de desmembramiento desastroso. De una población de poco más de 20 millones, Siria ha producido ya un millón y medio de refugiados, medio millón de los cuales están en Jordania, viviendo en condiciones muy precarias. La guerra se ha cobrado en dos años más de 80 mil víctimas. La milicia chiíta Hezbolá, que es la fuerza político-militar más importante de Líbano en estos momentos, ha decidido entrar al conflicto en Siria, en apoyo de Assad, con efectos que todavía no se pueden calcular, pero que podrían extender la guerra a Líbano, donde la población sunita se identifica con los rebeldes sirios.

Vale la pena recordar que la revuelta Siria no comenzó como un conflicto sectario, sino como una rebelión popular contra un dictador, Assad, que, por cierto, fue también arquitecto de reformas económicas neoliberales que pegaron duro en el campo en Siria, afectando así desproporcionadamente a la mayoría sunita. Pero el conflicto se ha ido transformando en una guerra sectaria, porque Assad (como Saddam Hussein) pertenece a un grupo minoritario (alauí) y aunque sea un dictador laicista, viene apoyado por Irán y por Hezbolá, lo que desde el punto de vista sunita se puede traducir a un gobierno dominado por chiítas. Por eso, los rebeldes, que comenzaron con un movimiento democrático no demasiado diferente del que tumbó a dictadores como Mubarak, en Egipto, o Ben Alí, en Túnez, se ha ido llenando de tropas fundamentalistas sunitas, incluida Al Qaeda, y reciben financiamiento de Qatar y Arabia Saudita, así como de otras fuentes que apoyan los movimientos islamistas sunitas. De ese modo, lo que comenzó como una revuelta o revolución político-social enfrentada a un dictador laicista y favorable a la reforma económica neoliberal se ha transformado en una guerra sectaria encarnizada, sin límites.

En Líbano ya ningún resultado puede ser bueno: si ganan Hezbolá y Assad, habrá que calmar a la población sunita, que representa 27 por ciento de la población libanesa y que ha visto cómo se masacran rebeldes en Siria, así como, posiblemente, a cristianos y drusos, que tampoco están del todo tranquilos con la postura de Hezbolá.

Mientras, en Irak, la minoría sunita que quedó desplazada políticamente a la caída de Saddam Hussein ha venido aumentando sus atentados contra la población chiíta, que está hoy en el gobierno. Turquía ha decidido enfrentar la posible fragmentación de Irak en territorios kurdos, sunitas y chiítas remendando sus relaciones con los kurdos, y construyendo un gasoducto de la parte kurda de Irak a Turquía, fortaleciendo de ese modo la autonomía del sector kurdo en Irak…

En medio de tanta guerra, ha quedado en claro que no hay ni recursos ni voluntades externas suficientemente poderosas como para detener la violencia. Ya en la intervención en Libia se vio cuánto dilataron Europa y Estados Unidos en intervenir, y cómo evitaron enviar tropas. En Malí, Francia intervino sola, sin apoyo europeo. Y una reacción conjunta de Naciones Unidas en Siria es imposible, porque Rusia y China apoyan a Asad.

En resumen, tenemos una guerra cruenta –sin límites de respeto a la humanidad– que recibirá apoyo de armas de Rusia, Irán, de los países del golfo Pérsico, y ahora también de Europa. No parece haber posibilidad de proteger derechos humanos en esta situación.

Por ello surgen otras preguntas, que no salvarán a nadie ahora, pero que podrían importar más adelante: ¿no habría acaso que replantear el grado de legitimidad que ha conseguido el lenguaje bélico, el militarismo, la guerra, y los levantamientos armados en la región?