Opinión
Ver día anteriorMartes 12 de noviembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Guillermo Tovar de Teresa
I

nmersa en el shock que me ha provocado su repentina partida, con un profundo dolor dedico estas líneas a mi querido amigo el historiador Guillermo Tovar de Teresa, notable personaje –por usar un término muy suyo– posiblemente la figura más notable que he conocido. Tengo fresca en la memoria su expresión de júbilo hace apenas dos meses cuando se presentó en la Casa Lamm el libro de Xavier Guzmán Urbiola titulado Guillermo Tovar de Teresa: bosquejo bibliográfico que da cuenta de la portentosa trayectoria intelectual de este historiador que deja a nuestro país un invaluable legado, a la par de un hueco insustituible. Dos salones no fueron suficientes para recibir a los numerosos admiradores y amigos que acudieron a la presentación que estuvo a cargo de la historiadora Josefina Zoraida Vázquez, el doctor Juan Ramón de la Fuente, el caricaturista Rafael Barajas, El Fisgón, y el autor del libro. Las brillantes participaciones de cada uno de ellos dejaron bien asentada la importancia del monumental trabajo de investigación, difusión, conservación y defensa del patrimonio artístico de nuestro país que Tovar llevó a cabo con dedicación y devoción.

Frecuenté a Guillermo de niños en casa de su abuelo Guillermo de Teresa y Teresa en la calle de Jalapa, donde iba invitada de su prima Mónica. Aunque éramos casi de la misma edad, Guille –como lo llamaba la familia– no jugaba con nosotras. Ni nos volteaba a ver, claro está que le aburríamos. Por ahí se le escuchaba silbar con asombrosa destreza a Mozart, Bach y muchos otros clásicos. Desde pequeño fue un ilustre caballero que siempre supo alternar la solemnidad de sus formas con un exquisito sentido del humor. Su vida transcurría entre los libros de la biblioteca del abuelo quien, junto con el tío Ignacio de Teresa y su padre, el doctor Rafael Tovar y Villa Gordoa, fueron las figuras tutelares que lo iniciaron en la lectura y le inculcaron el amor al arte. Con la gracia que lo caracterizaba, solía contar que su abuelo le había enseñado a leer en las páginas del periódico, sentado en la bacinica. Odiaba ir a la escuela porque se aburría, seguramente sabía mucho más que sus maestros. Su inconmensurable cultura no se gestó en ninguna aula, sino en los libros que devoró con una curiosidad insaciable y en la relación amistosa e intelectual que desde muy temprana edad sostuvo con los eruditos más importantes de este país como Francisco de la Maza, Luis González y González, Felipe Teixidor, Elías Trabulse, Silvio Zavala, Octavio Paz, Juan José Arreola, Fernando Benítez, José Iturriaga, entre muchos otros. Lo cierto es que Guillermo fue un niño prodigio y a los siete años recibió de manos del presidente Adolfo López Mateos una medalla en reconocimiento a su dedicación al estudio de la historia y el arte mexicanos. Cinco años más tarde fue nombrado asesor del presidente Gustavo Díaz Ordaz para asuntos del arte colonial. A los 16 años termina su primera investigación formal sobre la historia de Tacubaya que se publicará unos años después bajo el título de Noticias históricas de la Delegación Miguel Hidalgo. Le siguieron más de 40 publicaciones fundamentales e infinidad de artículos en el campo de la historia y el arte del virreinato.

En 1986 fue nombrado Cronista de la ciudad de México y discurrió fundar el Consejo de la Crónica integrado por un grupo colegiado con el fin de unir esfuerzos en la compleja tarea de conservar, difundir y defender el patrimonio artístico de nuestra ciudad. Pero su campo de estudio y de interés no se limitó al periodo colonial, en el que destacó por sus invaluables aportaciones. Tovar fue un sabio en toda la amplitud del término, poseedor de una extensa cultura universal. Entre sus pasiones estaban la música, la filosofía, el cine, la literatura y la fotografía. Bibliófilo incansable, además de conformar una de las bibliotecas privadas de historia y de arte más importantes en nuestro país, en los últimos tiempos se dedicó a reunir las primeras ediciones de los más relevantes escritores mexicanos del siglo XX y había conformado un alucinante acervo de fotografía mexicana que estaba en proceso de investigación.

Pasados los años tuve la inmensa fortuna de tejer una entrañable amistad con Guillermo, fincada en nuestro amor por el arte mexicano que generó una serie de aventuras culturales, entre ellas la fundación de la Casa Lamm, de cuyo proyecto fue asesor desde sus inicios. A él se debe también la creación de la Librería Pegaso ubicada en este centro cultural, bautizada con ese nombre a partir de su libro Pegaso o el mundo del barroco novohispano en el siglo XVII. Tuve el privilegio de disfrutar de su extraordinario don de conversador lúcido, cálido, ameno, divertido, siempre rebosante de ideas y proyectos propositivos. A lo largo de todos estos años fui testigo de su inmensa generosidad como donador de libros y documentos a numerosas bibliotecas de museos e instituciones públicas. Aguerrido, valiente, obstinado, poseedor de una autoridad moral e intelectual intachables, Guillermo Tovar pasa a la historia como uno de los personajes más trascendentes de nuestro país en las últimas cinco décadas. Su fallecimiento a los 57 años de edad y con un caudal de proyectos e investigaciones en curso, es una pérdida irreparable para la nación. Sus numerosos amigos y admiradores lo vamos a echar mucho de menos. Con honda tristeza lo despido con esta copla gitana: Algo se muere en el alma, cuando un amigo se va, y va dejando una huella que no se puede borrar.