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Los Cabos: un festival de cine diferente
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ntre los festivales de cine que proliferan hoy en México, el Baja International Film Festival planteó, en su segunda edición el mes pasado en Los Cabos, Baja California, una propuesta diferente: servir de plataforma atractiva para un intercambio comercial y artístico entre las cinematografías canadiense, mexicana y estadounidense. La novedad en el asunto es que los tres países, miembros firmantes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), evidenciaron no el desequilibrio existente entre sus respectivas producciones comerciales, sino los puntos de contacto y similitudes entre producciones de corte independiente de los tres países, realizadas por cineastas a menudo jóvenes, sin grandes oportunidades de una distribución internacional. El video promocional del festival, cuyo lema era Vengan a ver qué hacen nuestros vecinos, fue sugerente y atractivo, pero dada la actualidad política del gran espionaje Big Brother al mundo entero, resultó algo irónico. La intención de los organizadores fue sin duda muy distinta, pero la ironía no pasó desapercibida.

Títulos mexicanos recientes (el documental Bering: equilibrio y resistencia, de Lourdes Grobet, o cintas de ficción, como Los insólitos peces gato, de Claudia Sainte-Luce; La vida después, de David Pablos; LuTo, de Katina Medina Mora; Filosofía natural del amor, de Sebastián Hiriart; Cumbres, de Gabriel Nuncio, o Las horas muertas, de Aarón Fernández), tuvieron una presencia vigorosa al lado de producciones canadienses y estadunidenses de calidad, que posiblemente no llegarán a nuestra cartelera comercial, pero cuya importancia es preciso consignar para su deseable distribución en los circuitos culturales (Tom en la granja, de Xavier Dolan; The Dirties, de Matthew Johnson, y ¿Quién es Dayani Cristal?, de Marc Silver, entre los ocho títulos seleccionados para la competencia oficial). Los 12 títulos nacionales presentados en la sección Primero México y en el Work in progress (cintas recientes en etapa de post-producción), tendrán sin duda su exhibición en el FICUNAM o Ambulante o en esas plataformas de estreno y promoción continua del nuevo cine mexicano, que por fortuna siguen siendo la Cineteca Nacional y la Filmoteca de la UNAM.

Importa señalar la importancia de difundir los cines canadiense y estadunidense de bajo perfil comercial que aún no cuentan en México con las rituales semanas de difusión que sí tienen cada año el cine nórdico, el francés y el alemán en la cartelera cultural. Un caso particular entre los cineastas norteamericanos aún desconocidos aquí debido a esas lagunas de exhibición, es el del muy joven y brillante cineasta quebequense Xavier Dolan, quien cuenta ya con cuatro películas notables (Los amores imaginarios, Yo maté a mi madre, Lawrence anyways y Tom en la granja), cuyo trabajo sigue inédito en México, fuera del video de distribución informal. Los Cabos tuvo el acierto de presentar su cinta más reciente al lado de otras obras igualmente novedosas, como la mencionada The Dirties, de Matthew Johnson o la premiada en dicho festival, Sarah prefiere la carrera, de Chloé Robichaud.

De esa manera, el Festival Internacional de Cine de Los Cabos (nombre oficial que adoptará a partir del próximo año) ha cumplido en su segunda edición con el propósito de ser una ventana para el quehacer independiente de los tres países, y de presentarse, en su calidad de actividad todavía pequeña y de corta duración (apenas cuatro días) con un perfil discreto y eficaz, sin desmesura improvisada ni glamur ostentoso. Este festival toma, por ejemplo, el ritual de la alfombra roja como un trámite necesario e ineludible, pero de ningún modo como vocación primera o seña de identidad. Ese tipo de perfil es finalmente algo que la cinefilia agradece y que por supuesto la televisión deplora.

Tiene razón el colega Luis Tovar, del suplemento La Jornada Semanal, cuando sugiere que un festival como el de Los Cabos debiera también servir como foro de discusión sobre cuestiones tan urgentes como la revisión de las cláusulas del TLCAN que han sido lesivas para el desarrollo cabal de un cine mexicano competitivo. Es precisamente en este momento en que el cine nacional afianza su prestigio a escala internacional, conquistando al público al que originalmente va dirigido e incrementando el número anual de sus producciones, cuando parece ineludible retomar la discusión sobre los efectos del tratado comercial, tal como existe ahora, para promover mejor un cine nacional de calidad. En la medida en que cada festival en el país aporte su contribución en ese debate necesario y haga evidentes los problemas de distribución y exhibición que enfrentan en México las películas de calidad, se podrán conquistar públicos más amplios para el buen cine. El Festival Internacional de Cine de Los Cabos supone al respecto una oportunidad significativa.

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