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Honor a un gran editor
E

n los 60, una naciente gran editorial publicó su primer libro, el de Fernando Benítez: La batalla de Cuba, entusiasmado por la revolución cubana. Era (Espresate, Rojo, Azorín) se instaló en la calle de Aniceto Ortega, a una cuadra del Fondo de Cultura Económica. Una semana más tarde, Vicente Rojo vino a la casa, en la calle de Morena número 430, (más tarde sería la sede de la editorial Siglo XXI) a escoger los textos que integrarían Palabras cruzadas y convirtió mis entrevistas en el segundo título de la editorial. Durante años, Rojo hizo las estupendas portadas de todos los libros de Era y siempre admiré su tranquila seguridad y la originalidad de sus trazos.

Y su buen gusto.

Años más tarde, cuando la editorial Era se había mudado a la calle de Avena, fui con mi niño Felipe, todavía muy pequeño, y de pronto se me ocurrió hojear un libro y sentarlo en las rodillas de una mujer que sonreía con mucha calidez. Al ratito vino Nuri Galipienzo con una expresión consternada y me informó:

–Su niño se hizo pipí en la falda a la directora.

Durante todo esos años, nunca me percaté de que Neus Espresate era la directora de la editorial Era.

Así era Neus Espresate, tímida, no se daba ningún taco para decirlo en el lenguaje popular. A partir de su bautizo felipeño nos quisimos muchísimo y el amor sigue intacto a pesar de que Neus viva en Cuernavaca. Todavía recuerdo su pasión por Cuadernos políticos, una revista extraordinaria que duró 17 años, en la que colaboraron Bolívar Echeverría, Carlos Pereyra, Ruy Mauro Marini, Arnaldo Córdova, Rolando Cordera y Alfonso Sánchez Rebolledo, que discutían y jamás rompieron su relación de trabajo gracias a la especial delicadeza y la firmeza del trato de Neus.

Neus es una mujer excepcional.

Era fue creciendo al grado de publicar a Gabriel García Márquez, Augusto Monterroso, Juan Gelman, Octavio Paz, Juan García Ponce, José Revueltas, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, a Friedrich Katz, Nellie Campobello, José Lezama Lima, Luis Cardoza y Aragón, a Malcolm Lowry –estupendamente bien traducido por Raúl Ortiz y Ortiz–, Miguel León Portilla, John Berger, Adolfo Gilly, José Joaquín Blanco, Hermann Bellinghausen, Bárbara Jacobs, Margo Glantz, Christopher Domínguez Michael, Mircea Eliade, Verónica Murguía y a otros autores reconocidos, entre quienes el más simpático es el cuentista Eduardo Antonio Parra, así como entrañable es mi compañera en La Jornada, Ana García Bergua, hoy premio Sor Juana Inés de la Cruz.

Marcelo Uribe, con 20 años en la editorial, y Paloma Villegas, con 22 (Paloma siempre ha llevado la producción), tomaron el relevo, y hace ya cuatro años, una hada inconsútil, lópezvelardiana, escritora ella misma (Imágenes y espejo de los barrios de la ciudad de México) lima todas las asperezas y tiene el bendito nombre de Elena Enríquez. Cálida y risueña, todas las tempestades se disuelven con sólo verla y a nadie he conocido con mejor modo y mayor tacto. Si de mi dependiera sería secretaria de Relaciones Exteriores de un buen gobierno de izquierda.

En la pasada FIL (Feria Internacional del Libro), en Guadalajara, a la que cada año acuden multitudes, Marcelo Uribe y su equipo obtuvieron el Reconocimiento al Mérito Editorial. Lo merecen Paloma Villegas, Elena Enríquez, Juan Carlos Oliver y todos los trabajadores de Era. (Recuerdo con mucho cariño a Víctor, el de la bodega, quien siempre está de buenas.) Marcelo Uribe, después de recordar al gran editor André Schiffrin, quien acaba de morir en París, elogió a Élmer Mendoza y a David Huerta, uno de los dos o tres mayores poetas de México quien acaba de reunir su obra en dos sólidos volúmenes; a Paloma Villegas, que recibió en 2005 el Premio Sor Juana, hoy concedido a Ana María Bergua, y a Antonio Deltoro, galardonado con el Premio Pellicer de poesía, todos, autores fundamentales de Era. Resulta sorprendente que la mayoría de los Premios Cervantes concedidos a mexicanos en los años recientes sean autores de esta inusual editorial que se ha mantenido erguida frente a los peligrosos embates de las trasnacionales y ha promovido, gracias a la verdadera sangre editorial, una casa libre y soberana que busca un mercado más sano y más amplio del libro.

Hacer crecer a los escritores ha sido uno de los propósitos de Marcelo Uribe, que los ha cuidado como a nadie, empezando por su consentido –y el nuestro–, José Emilio Pacheco. Con este premio al mérito editorial, Marcelo Uribe entra al parnaso de los grandes editores: Joaquín Diez Canedo, Arnaldo Orfila Reynal y Neus Espresate. En su tiempo se enfrentaron a los molinos, como el Quijote se lanzó y sigue lanzándose respaldado por sus lectores.