Opinión
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Dos modelos dos
L

os modelos productivos y de gobierno de México y Venezuela divergen en sus posturas y lineamientos ideológicos. No sólo eso, sino que sus aliados externos son, también, diversos. Pero la mayor distancia entre ellos la forman sus resultados en el bienestar de sus mayorías. El venezolano es asediado por la derecha interna y, con virulencia desmedida, por la internacional. El mexicano, en cambio, ha recibido, aunque con menor volumen e intensidad según los tiempos y los actores principales, el beneplácito casi unánime de esas mismas conformaciones políticas. Destacan en todo este enredo de estiras y aflojes de presiones los de naturaleza económica, así como los geoestratégicos, empujados por las hegemonías mundiales. En ambos casos, ya sean los apoyos para uno como las férreas oposiciones para el otro, se convierte al gobierno estadunidense en jugador estelar.

En los dos casos los medios de comunicación juegan un papel por demás interesante. Manipulados por sus atrincherados empresarios, se convierten, con decisión no exenta de ramplón cinismo, en eficaces utensilios al servicio de las plutocracias dominantes de aquí, de allá y, sobre todo, de esas otras que se apoltronan en los grávidos núcleos del poder global. Los guiones que adoptan no son divergentes tanto en uno como en el otro país de sus enojos y ambiciones. Por lo general se apegan a similares tratamientos y contenidos hasta llegar a ser casi idénticos. Ninguna oportunidad es desperdiciada para resaltar los problemas que padece el modelo venezolano. Con los chavistas y sus dirigentes (el presidente Maduro en especial) la virulencia difusiva es llevada al extremo de falsear fuentes, imágenes, opiniones y hechos. En la catarata de desinformaciones, los principales medios estadunidenses, escritos o electrónicos, forman una verdadera línea de ataque en la que la cadena CNN se erige en un ente propagandístico que pretende desparramar su influencia por doquier. Los medios españoles, en abrumadora mayoría de orientación ideológica conservadora ( El País), reaccionaria (Tv Española) o francamente monárquica ( ABC), desempeñan un insidioso papel de zapa contra las posiciones del gobierno venezolano. En cambio, para con el modelo de boga en este país y desde hace ya interminables décadas, los elogios –sobre todo para el gobierno actual– se desgranan en racimos empujados por el petróleo en subasta.

Los resultados que se obtienen, andando el tiempo –30 años para el caso mexicano y 14 para el venezolano– son claramente divergentes. Aquí se insiste en prolongar la agonía en que se debaten las mayorías a costa de preservar por sobre todo lo demás esos indicadores que se llaman, con altanera suficiencia, los fundamentales: grado de inflación, déficit fiscal, la balanza de pagos, monto de la deuda pública, reservas en moneda extranjera o crecimiento del PIB. Se hace, con frecuencia, énfasis en la estabilidad del sistema de pagos donde los bancos extranjeros se conforman como efectivas ínsulas de poder.

El punto nodal de las diferencias estriba, sin embargo, en ciertos referentes que se han ido descubriendo a lo largo de los años. Aquí la precariedad de las masas aumenta sin cesar hasta llegar a puntos que parece insostenible (en pobreza más de 60 por ciento de la población), pero que, a pesar de ello, persiste el deterioro. En Venezuela la reducción de la pobreza es notoria: de niveles que alcanzaban hasta más de 40 por ciento de su población, rondan, ahora, niveles de 20 por ciento. La desigualdad, el mal central de las distintas sociedades actuales (Oxfam) ha llegado en Venezuela al grado de gozar del menor índice de GINI (medida eficaz de la igualdad) de Latinoamérica. En México, en cambio, éste apunta a uno de los peores de la región y sigue mostrando disparidades crecientemente aceleradas. El conjunto de políticas públicas que provocan este corrosivo fenómeno, aplicadas en ambos países, se enfilan, persistentemente, por direcciones opuestas. La cantidad de estudiantes en las aulas universitarias es, también, un indicador que marca severas diferencias. Venezuela tiene 2.5 millones de ellos y México no llega a 3 millones. En proporción a su población total Venezuela es el quinto país del mundo con mayor número estudiando en esos niveles y el segundo en Latinoamérica. México tiene, hay que recordarlo, unas cinco veces más habitantes que los sureños.

Si lo que importa para evaluar los distintos modelos tiene como referentes la salud, la vivienda, la alimentación, la educación, el esparcimiento o la cultura (donde las orquestas juveniles venezolanas han alcanzado alturas de gran calidad), el modelo aplicado con rigores notables en México queda muy atrás del venezolano. Pero si se considera el grado de inflación (allá alcanza órdenes de 50 por ciento) la inseguridad (Venezuela es el segundo o tercer país con mayor criminalidad en la región) o el desabasto de ciertos productos habría que aceptar deficiencias marcadas en Venezuela. Este hecho, sin embargo, es por demás irónico. Las protestas se dan exclusivamente en algunos cuantos barrios de clase acomodada, y en ningún caso ocurren en las zonas de bajos ingresos. Las protestas, violentas en las calles de Caracas y otras pocas ciudades, quedan encapsuladas en ciertas zonas citadinas. Nunca han permeado hacia las zonas populosas del país. Ochenta por ciento del estudiantado se concentra en universidades públicas que no han montado protesta alguna. Son las pocas privadas las que suman, parcialmente, a sus pupilos. En México, la violencia estalla, de manera cotidiana, en diferentes puntos geográficos. Trátese de precaristas, sindicalistas, profesores, estudiantes, colonos, tianguistas, comerciantes, productores del campo, grupos de excluidos por diversas causas (raza entre ellas) los muchos inconformes con la calidad o precio de los servicios públicos y toda una extensa y rijosa categoría adicional de ciudadanos encrespados. Las regiones mexicanas que están fuera del control oficial son vastas y crecen. Pese a ello, no se ha precisado formar alguna comisión internacional que venga a mediar entre las partes en conflicto. En particular tratándose de elecciones cuestionadas o con motivo de los casos donde las cortes internacionales de justicia han condenado al gobierno mexicano por violaciones diversas.