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Ruanda, Burundi y las temibles tribus de Occidente
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ara un ruandés o un burundés (almas gemelas), nada más perturbador que la ceremonia del 7 de abril último en Kigali, capital de Ruanda, país que en 1994, frente a la indiferencia del mundo civilizado, sufrió el genocidio más sanguinario de la historia en proporción a su duración: 800 mil asesinatos en 100 días.

La fotografía oficial muestra al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, al ex premier inglés Tony Blair y al presidente de Ruanda, Paul Kagame. Los tres, lamentando la muerte a machetazos de cientos de miles de personas, y las riadas de seres humanos huyendo de un lado a otro, despavoridos, y sorteando a las hienas, buitres y cocodrilos que devoraban los cadáveres de los caídos en desgracia.

Una vez más, el coreano Ban Ki-moon pidió perdón por la inacción del organismo internacional, dirigido entonces por el egipcio Boutros Boutros Ghali. Pero el inglés Tony Blair (el carnicero de Bagdad, según Robert Fisk) omitió el apoyo de Londres a Kagame, ejecutor de otro genocidio, en venganza por el oficial que perpetró el gobierno racista y de extrema derecha que Francia y Bélgica apoyaron hasta 1994.

¿Quién es Paul Kagame? Educado y formado en la vecina Uganda (adonde llegó a los cuatro años como refugiado junto con su familia), Kagame militó en la guerrilla de Yoweri Museveni (protegido por Washington y presidente de Uganda desde 1986) y allí fundó el Frente Patriótico Ruandés (FPR). Para algunos, Kagame es el líder que acabó con los genocidas. Para otros, el peón del imperio que en la región de los grandes lagos ha propuesto convertir a Ruanda en la Singapur de África central.

Sin embargo, un informe publicado en 2010 por Navi Pillay (alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos) señala a Kagame (en el poder desde 2000) por crímenes cometidos entre 1993 y 2003, en el este de la República Democrática del Congo (ex Zaire).

Asimismo, en 2008, un juez de Madrid atribuyó a Paul Kagame responsabilidad por 312 mil 726 muertes entre 1993 y 2003, así como la posible autoría en el derribo del avión que el 6 de abril de 1994 transportaba a los presidentes de Ruanda y Burundi, Juvenal Habyarimana y Cyprien Nytarymira, quienes venían de participar en una conferencia de paz en Tanzania.

Lo cierto es que el doble magnicidio fue el pretexto para que el gobierno ruandés emprendiera el exterminio en masa de su propio pueblo. Abyección que, explícitamente, venían proponiendo los medios de comunicación desde muchos años atrás. Basta con revisar los programas diarios transmitidos por Radio Mille Collines de Kigali: Muerte, muerte. Las fosas con cadáveres de tutsis sólo están ocupadas hasta la mitad. Date prisa en llenarlas.

En la ceremonia de marras, la ONU proclamó el 7 de abril como Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio de Ruanda. Cosa que en algunos oídos siempre sonará con más elocuencia que las políticamente incorrectas palabras de Pasteur Bizimungu, quien tuvo la inaudita tarea de presidir el martirizado país entre 1994 y 2000.

Frente al memorial de Kigali, en el que yacen los restos de 250 mil ruandeses, cientos de cráneos en exposición y otros tantos miles enterrados en fosas comunes, Bizimungu dijo al empezar el duelo de 100 días para recordar el genocidio: No les tenemos rencor a los europeos, pero no puedo dejar de recordar que fueron precisamente ellos los responsables del caos que tenemos en esta región.

Y a continuación, como advirtió un célebre, nos toparemos con la Iglesia. Pues tal como dijo el periodista polaco Ryszard Kapuscinski en su Conferencia sobre Ruanda, se torna imprescindible refutar la infame simplificación de los medios que anestesian la conciencia de los occidentales, remitiendo los problemas y guerras de África a lo tribal, “…creyendo que cada conflicto es ajeno al otro, y puede ser encapsulado en origen sin secuelas para el resto del mundo” ( Ébano, 1998, pp.177-194).

El gran revolucionario de Guinea-Bissau Amilcar Cabral (1924-73) advirtió en su época: Las luchas tribales son ante todo un instrumento político en manos de africanos destribalizados. Sin embargo, el agente primero de ellos es el imperialismo moderno, al cual esas formas anacrónicas de lucha sirven de pantalla.

Por su lado, el general canadiense Roméo Dallaire (a cargo de las tropas de la ONU en 1994) recorre el mundo dictando charlas sobre su experiencia en Ruanda y Burundi. Dallaire escribió Yo he estrechado la mano del diablo, libro donde cuenta las atrocidades que vio, y que lo llevaron a pensar en suicidarse por la depresión en que cayó.

“Los estadunidenses –asegura Dallaire– fueron los que se opusieron con más fuerza (a evitar el genocidio). Yo me preguntaba qué diferencia había entre lo estaba ocurriendo allí y lo que hicieron los nazis…por lo visto nos estábamos refiriendo a los blancos con el ‘nunca más’. Pero no a los negros”.

En las siguientes entregas, trataremos de profundizar en las causas que fogonearon los increíbles genocidios de Ruanda, Burundi y el Congo, crímenes de lesa humanidad que los medios occidentales nos presentan como si fuesen producto natural del salvajismo, de pueblos atrasados, y de acciones populares y hasta espontáneas de masas irredentas.