Opinión
Ver día anteriorViernes 16 de mayo de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Economía Moral

Desigualdad nacional y mundial: creciente y globalizada

Resurgen, al respecto, la conciencia, la ira y la investigación

Foto
E

n la tradición de izquierda nacional la pobreza fue siempre vista con desconfianza y la injusticia social se asoció siempre con la desigualdad. El día 14 de mayo en la sede de la Cepal en Santiago de Chile, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, señaló: La pobreza en América Latina no es fruto de la escasez de recursos, sino de la inequidad. Añadió que la inequidad debe enfrentarse cambiando las relaciones de poder al interior de las sociedades por medio de procesos profundamente democráticos. Inequidad y desigualdad son términos muy cercanos. El primero se refiere sobre todo a la injusticia, mientras el segundo es más descriptivo. Según el sociólogo marxista Erik Ollin Wright la desigualdad consiste en que diferentes unidades (personas, familias, grupos sociales, naciones) posean montos diferentes de algún atributo valioso (ingresos, riqueza, estatus, poder). (p.21 de su libro Interrogating Inequality: essays on class analysis, socialism and Marxism (Verso, Londres, 1994). Correa tiene claro que no es sólo el tamaño del pastel lo que cuenta sino también cómo se distribuye éste entre los comensales. Si el glotón se come las tres cuartas partes del pastel, éste no alcanzará (muchos pasarán hambre); pero si se distribuye en rebanadas iguales todos reciben porciones generosas. Pobreza y desigualdad están estrechamente ligadas y deben ser estudiadas conjuntamente.

Los indignados, Ocupa Wall Street y otros movimientos de resistencia y protesta recientes, con su conciencia aguda (que se expresa en la identidad propia como nosotros somos el 99 por ciento) y la ira que la acompaña, han estimulado la producción intelectual reciente sobre la desigualdad. Además de los escritos de Thomas Pogge (que he abordado en varias entregas previas), que aborda tanto pobreza (su tema central) como desigualdad, destacan dos libros recientes que concentran su mirada en conocer y entender la creciente desigualdad: 1) Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2008, The Price of Inequality. How Today’s Divided Society Endangers Our Future (Norton, Nueva York, 2012/13). (Versión electrónica en español, disponible en la web: El precio de la desigualdad. El uno por ciento tiene lo que el 99 por ciento necesita); 2) Thomas Piketty, joven profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, Le Capital au XXIe siècle (Editions du Seuil, 2013; edición en inglés: Capital in the Twenty First Century; Harvard University Press, 2014). No hay, al parecer, todavía traducción al español. Sobre el libro de Piketty dice Paul Krugman (otro premio Nobel de economía) que:

“Es un fenómeno genuino. Otros libros sobre economía han sido éxitos de librería, pero el aporte de Piketty es serio; se trata de un trabajo erudito, modificador de líneas de pensamiento, en una forma que no es común en la mayoría de los más vendidos. Y los conservadores están aterrorizados. Lo verdaderamente sorprendente respecto del debate hasta ahora es que la derecha parece incapaz de montar cualquier tipo de contraataque sustancial a la tesis de Piketty. En vez de eso, toda la respuesta ha consistido en insultos, en particular afirmaciones de que Piketty es marxista, e igual encasillan a cualquiera que considere que la desigualdad en el ingreso y la riqueza es un asunto importante. Permítanme hablar sobre el motivo por el que El capital en el siglo XXI tiene un impacto de tal envergadura. Lo que es realmente nuevo es que derriba el más preciado de los mitos de los conservadores: la insistencia en que estamos viviendo en una meritocracia en la que la gran riqueza se gana y se merece. Pero ¿cómo se monta tal defensa si los ricos derivan buena parte de su ingreso no del trabajo que hacen sino de los activos que poseen? ¿Y qué pasa si la gran riqueza de manera creciente no viene de la actividad empresarial, sino de las herencias? Piketty muestra que éstas no son preguntas ociosas. Las sociedades occidentales anteriores a la Primera Guerra Mundial estaban dominadas por una oligarquía de riqueza heredada y su libro argumenta convincentemente que estamos bien encaminados de vuelta a aquel estado de cosas. Así las cosas, ¿qué va a hacer un conservador temeroso de que este diagnóstico se pueda utilizar como justificación para impuestos más altos a los ricos? Y la crítica de The Wall Street Journal predeciblemente llega al extremo cuando, de algún modo, hace que la propuesta de Piketty de impuestos progresivos como una forma de limitar la concentración de la riqueza –un remedio tan estadunidense como el pay de manzana– fluya hasta constituir uno de los males del estalinismo. El pánico causado por Piketty muestra que la derecha se ha quedado sin ideas”. (Grupo Nación, GN, SA, 28 de abril).

El libro de Piketty (683 pp.) es muy extenso. Está formado de cuatro partes, de la cual la Tercera se denomina La estructura de la desigualdad que comprende seis capítulos, pero el tema aparece desde la Primera Parte que se denomina Ingreso y Capital. De ahí he tomado los datos para la gráfica que muestra las desigualdades entre los PIB por persona promedio en 10 regiones del planeta. En la Cuarta Parte el autor presenta sus propuestas fiscales y sobre la deuda pública para regular el capital en el siglo XXI. Volveré con frecuencia a este libro.

Stiglitz explica el título de su libro, centrado casi totalmente en Estados Unidos, en los siguientes términos: Estamos, de hecho, pagando un alto precio por nuestra creciente y desmesurada desigualdad: no sólo crecimiento más lento y PIB más bajo sino mayor inestabilidad. Y esto sin decir nada sobre los otros precios que estamos pagando: una democracia debilitada, una percepción de justicia y equidad disminuidas e incluso, como lo he sugerido, un cuestionamiento de nuestra identidad (p. liii). Stiglitz sostiene que la situación actual de Estados Unidos y Europa refleja tanto la falla del sistema económico como del político: “Estadunidenses y europeos sienten gran orgullo de sus instituciones democráticas. Pero los movimientos de protesta han puesto en duda que se trate de una democracia real. Una democracia real es mucho más que el derecho a votar una vez cada cuatro años. Las opciones han de ser significativas. Los políticos deben escuchar las voces de los ciudadanos. Pero de manera creciente, especialmente en Estados Unidos, parece que el sistema político está más cerca de ‘un dólar un voto’ que de ‘una persona un voto.’” (p. xlix-l). Stiglitz pinta un panorama mucho más grave: el deterioro económico y político ha ido acompañado de la pauperización moral: muchas personas del sector financiero, pero no sólo de ahí, se quedaron sin brújula moral, lo que refleja algo muy significativo de la sociedad. Entre los males que se están generando, y que se reflejan en las protestas de los indignados (que Stiglitz escribe en español) la desigualdad, la contaminación, el desempleo, pero más importante de todo, la degradación de valores hasta el punto donde todo es aceptable y nadie es responsable (p. xlviii). Entre sus deudas intelectuales Stiglitz menciona la investigación minuciosa de Emmanuel Saez y Thomas Piketty lo que vincula ambos libros.

Estos y otros libros los examinaré en las siguientes entregas.

julioboltvinik.org