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¿La Fiesta en Paz?

Los toros escritos, magistral conferencia de Alcalino

La gran diferencia entre la fiesta de México y España

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Además de un toro con presencia y organización, en España se concede un respaldo absoluto a la autoridad en la plazaFoto tomada de Internet
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l 9 de mayo en el patio del palacio municipal de la ciudad de Puebla, ante una asistencia que casi alcanzó el centenar de escuchas, el prestigiado cronista Horacio Reiba, Alcalino, de La Jornada de Oriente, sustentó la conferencia Los toros escritos, dentro del tradicional ciclo Los toros hablados, que hace 35 años organiza el grupo Tradiciones y Cultura.

Alcalino demostró la importancia histórica de la crónica y la crítica taurinas en las mejores épocas del toreo, y señaló los elementos indispensables para que tal situación se diera: que lo que sucedía en la plaza realmente resultara conmovedor, y que existieran periodistas y escritores sensibles al acontecimiento, dotados de buena pluma, es decir, con independencia, imaginación, talento y estilo. Como ahora, pues.

Mediante una esmerada selección de textos de diversos autores, ordenados en el sentido de la lidia de un toro imaginario, el conferenciante empezó con un viaje a los orígenes de la crónica taurina (Diario de Madrid, 1793), dilucidó la diferencia entre el combate a la antigua –verdadera lid entre hombre y bestia– y el toreo como arte, aprovechando un espléndido retrato de Juan Belmonte hecho por el escritor colombiano Antonio Caballero, y con un par de décimas de Gerardo Diego inició esa lidia a retazos no de uno, sino de varios toros memorables, eligiendo trozos cortos de cada tercio y cada episodio de los mismos.

Las verónicas intemporales de El soldado a Porrista, de Torrecilla, relatadas por Carlos Septién García, puyazos memorables de Efrén Acosta y Sixto Vázquez en Madrid, por Joaquín Vidal, un desmayado quite de Solórzano padre, por Monosabio, y otro de Pepe Ortiz, por Robert Ryan, un soneto de Pepe Alameda a un tercio de banderillas compartido por Gaona y Gallito, así como la forma en que adornaron, en un solo viaje, las péndolas de Pichirichi, de Zacatepec, Armilla, Liceaga y Arruza, relatada por Rafael Solana hijo, y cuatro faenas, empezando por la de Tanguito, en textos de enorme emoción taurina y literaria, salidos de las plumas de Septién García, Juan Pellicer, Vidal y Simón Casas.

La estocada recibiendo en otra décima de Gerardo Diego, para cerrar con uno de esos relatos rimados, usuales en los tiempos de mayor pasión taurina, con motivo de una salida en hombros triple: Ortiz, Cagancho y Garza, de El Toreo. Un fragmento de la crónica –aparentemente muy crítica– hecha por Gregorio Corrochano a la corrida de San Isidro de 1920 la víspera de la muerte en Talavera de Joselito, estrepitosamente abroncado esa su última tarde madrileña, lo mismo que Belmonte y Sánchez Mejías. ¿Por qué ese quiebre a un relato de contenido aparentemente tan antológico? Para demostrar que la crítica de toros no tiene por qué ser complaciente ni ñoña.

A una pregunta sobre la situación actual de la crónica y la crítica taurinas, tan positivistas ellas, Reiba sugirió echar un vistazo los domingos a La Jornada nacional vía Internet, porque las ediciones de los estados rara vez incluyen la columna ¿La fiesta en paz? Fuera de eso, nadie del auditorio se animó a recomendar nada, seguramente porque no leen o por lo flaquísima de la melosa caballada.

También se le inquirió sobre el futuro de la plaza El Relicario, a lo que Alcalino contestó no saber absolutamente nada, y aprovechó para reclamar a las autoridades un mínimo respeto al derecho a la información de quienes gustan del toreo, subrayando que aquél tampoco existe para el simple ciudadano. Sobre escritores como José Alameda, opinó que tiene un par de libros realmente valiosos, y que aunque sus narraciones eran de una complacencia conmovedora hacia todo mundo –no en balde vivía de eso–, encerraban al menos conocimiento de causa, amenidad y estilo propio. Un lujo leer y escuchar a Alcalino.

La diferencia de fondo entre las fiestas de México y España, antes que la tradición, presencia del toro, técnica, información, crítica y organización del espectáculo, es la autoridad en la plaza y el respaldo absoluto con que cuenta por parte de quien la designa. Mientras aquí nuestros desvalidos jueces están a merced de las autorreguladas empresas, en España la autoridad taurina ejerce su criterio con absoluta independencia, sea éste acertado o no.

Ya podrá Joselito Adame –o cualquier otro mexicano atrevido- realizar una faena rotunda en la plaza de Las Ventas, como ocurrió este miércoles, que si al presidente en turno no se le antoja soltar la oreja, pues no la suelta, así la exija la plaza entera, y el empresario ni gira órdenes ni le mienta la madre ni lo amenaza de muerte, porque se va derechito al bote. Acá, con que estornude, eructe o suelte un flato una-reconocida-figura-importada, se le otorgan orejas como confeti. Es el contraste entre sólo tener autoridad y realmente serlo y ejercerla.