Opinión
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Le dije puto y no se rió
P

iden, casi exigen, comprensión para el grito de guerra que partido a partido le sorrajan al portero contrario. Lo mismo un alto número de aficionados mexicanos al futbol que la mayoría de comentaristas profesionales de ese deporte, así como no pocos articulistas que han tocado el tema, ya expresaron que exageran quienes critican el uso de puto para hostigar al guardameta en turno. Les falta conocimiento de la idiosincrasia nacional, dicen.

Los apologistas del adjetivo explican que no es ofensivo, ya que en México se usa en múltiples ocasiones y contextos variados. Consideran que es una expresión festiva, soltada en los estadios para divertirse a costa del rival, pero sin ánimo de sobajar o denigrar al receptor del epíteto. Según ellos es una catarsis inofensiva que manifiesta el sentido festivo de las porras –ahora les dicen barras– mexicanas.

El director de selecciones de futbol nacionales, Héctor González Iñárritu, incluso se atrevió a investirse de antropólogo aficionado y muy orondo dijo que “se puede volver un problema mundial las costumbres de todas las aficiones del mundo […] en un Mundial es complicado decir a 12 mil personas que no expresen su alegría o su tristeza”. Con reticencia mencionó que la Federación Mexicana de Futbol estaba considerando si haría un llamado para que los aficionados dejen de gritar al portero rival. Concluyó que se trata de una forma de divertimento masivo, hay que entenderlo así.

¿Y quién debe entenderlo así? Los otros, quienes consideran el uso de puto como una agresión semántica. Deben, según Iñárritu y sus corifeos, hacer un ejercicio de sensibilidad cultural y entrarle a la diversión colectiva que putea a los demás y espera de ellos una carcajada cómplice y agradecida por hacerlos parte central del festejo. ¿Qué les cuesta ser flexibles?

No nos hagamos los incomprendidos; hay que dejar los malabares hermenéuticos y reconocer que los usuarios del vocablo puto en los estadios buscan, por lo menos, ridiculizar al guardameta objeto del grito. Pero, y lo sabemos, el adjetivo va más allá de la ridiculización; implica una declaración estridente sobre la falta de virilidad, evidente cobardía y otredad sospechosa del jugador que está para evitar los goles enemigos.

Hace falta que alguien actualice el libro pionero del brillante integrante del grupo Hiperión, Jorge Portilla, Fenomenología del relajo, para explicarnos el contexto cultural en que tiene lugar la expresión puto aderezada como lanza semántica contra los otros. Sin duda el grito se inserta en el desmadre que tan gozosamente celebran quienes se agolpan en los estadios para seguir los juegos de la selección mexicana en Brasil. Andar de desmadroso es, para un alto número de porristas nacionales, un estilo de vida para ostentar ante las miradas impávidas de quienes siguen a otros representativos nacionales.

Es un error banalizar el desaforado grito de puto, aligerarlo sosteniendo que es casi una broma inocente insertada en la conciencia relajienta, desmadrosa. Para comprender lo anterior es válida la cita que hizo hace poco más de una década El Fisgón sobre el objetivo de Portilla en su ensayo: “comprender el relajo, esa forma de burla colectiva, reiterada y a veces estruendosa que surge esporádicamente en la vida diaria de nuestro país […] una forma de conciencia tan incidental y pasajera como la burla o la risa puede servir de clave para comprender los rasgos esenciales de la condición humana o para penetrar en la estructura espiritual de un pueblo”.

Puede haber violencia simbólica que se quede ahí, que no se desborde hacia la violencia física. Pero una precondición de esta última es la reiterada y creciente violencia simbólica. La forma verbal de etiquetar ofensivamente a otros es una manera de excluirlos, estigmatizarlos y hacerles sentir su inferioridad. Estos componentes están presentes, no cabe duda, en el frenético adjetivo puto que continuamente vociferan los partidarios de la futbolera selección nacional.

¿Tiene alguna relación el creciente bullying en centros escolares desde prescolar hasta universitario con la violencia verbal cotidiana que es posible observar por todas partes en el país? Si la tolerancia y el respeto a quienes no son como nosotros conlleva referirse a ello(s) en formas que dejen fuera lo denigratorio, ¿qué revela que para tantos en México el uso de puto sea intrascendente y deba, incluso, aceptarse comprensiblemente por el receptor del adjetivo?

El siempre atento Carlos Monsiváis dedicó parte de su amplísima obra al tema del linchamiento simbólico. Le gustaba reiterar que en la lucha contra la exclusión/denigración padecida por diversos grupos la lid también tenía que ser semántica. A la luz de ello hay que aquilatar que el uso de puto en algunos sectores de la sociedad mexicana es una persistencia cultural que no tiene por qué seguirse reproduciendo. Y para que dicha adjetivación deje de naturalizarse, al grado de hacerla parte de los usos y costumbres celebratorios de los fans de la selección mexicana, es imprescindible criticarla y dejar de hacerle el juego a quienes pretenden que el vocablo no solamente es valorativamente neutro, sino hasta digno de festejo por los afortunados arqueros sacrificados en el altar del desmadre.