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Ver día anteriorLunes 7 de julio de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Copa está terminando; volvemos a la vida real
E

n unos días más termina la Copa del Mudno en Brasil. Será hora de volver a la rutina pequeña y nada emocionante del periodo electoral. Es decir: nada emocionante si se compara con la rutina vivida por el país en las últimas semanas. Al contrario del Mundial, en la disputa electoral los favoritos son favoritos, y no hay ninguna Costa Rica a la vista.

Ayer fueron confirmadas y divulgadas las previsiones de los candidatos sobre lo que pretenden gastar en la campaña. Dilma Rousseff pretende gastar hasta 298 millones de reales, o sea, unos 135 millones de dólares. Su competidor más directo, Aecio Neves, dice que gastará hasta 290 millones de reales, algo así como 132 millones de dólares. Casi lo mismo que la actual mandataria. Eduardo Campos, que tiene muy poca posibilidad, es, hasta en ese rubro, más modesto: dice que gastará a lo sumo 150 millones de reales, alrededor de 68 millones de dólares.

Sumadas todas las declaraciones de todos los candidatos confirmados, se llega a 400 millones de dólares (hay otros postulantes sin chance alguno, pero que igual tienen que declarar el tope de gastos previstos). La verdad es que todos esos números no merecen confianza alguna. En las elecciones brasileñas existe la contabilidad oficial, cuentas presentadas junto a la justicia electoral, y la otra, eso que llamamos de caja 2 y en otras partes es llamado de dinero negro.

Aun en un país acostumbrado a manejar ríos de dinero en la política, suena extraño. Porque el total declarado formalmente (y que, vale reiterar, será siempre inferior al que será utilizado en la práctica) es 50 por ciento más elevado que lo declarado hace cuatro años, cuando Dilma fulminó a José Serra. Resultado de la inflación, dirán algunos despistados.

Pero la verdad es que no: esta será una disputa especialmente reñida, y los gastos de campaña serán efectivamente muy superiores a los de 2010. La mayor parte es destinada a los programas de televisión y, novedad muy nueva, a la estructura de las redes sociales. Eso, para no mencionar los desplazamientos de los candidatos en un país de dimensiones continentales como es Brasil.

Una vez que termine la Copa, nuevos sondeos indicarán la situación de los tres principales adversarios. Los antecedentes indican que un Mundial no llega a tener efectos concretos y directos sobre la disputa electoral. Por coincidencia, las elecciones brasileñas son como las copas del mundo, o sea, ocurren cada cuatro años. Los especialistas manejan números y comparaciones para convencernos de que una cosa no tiene nada que ver con la otra. ¿Será?

Esta vez, el Mundial de Futbol ocurre en Brasil. Y no habrá sido por mera casualidad que los grandes medios de comunicación hicieron altas apuestas por el desastre. Porque, si todo hubiese resultado muy mal, la culpa, claro, sería del gobierno de Dilma Rousseff y de su Partido de los Trabajadores (PT), el mismo partido del ex presidente Lula da Silva, responsable por traer el acto a Brasil.

Cualquiera que hubiese seguido a la prensa escrita y, muy especialmente, la televisión brasileña en los últimos seis meses habría previsto un desastre de proporciones planetarias. Sin embargo, fuera de la cancha ningún desastre ocurrió. No hubo manifestaciones multitudinarias y violentas, los aeropuertos funcionaron bien; los estadios, pese a muchísimas fallas, estaban listos y este ha sido uno de los mundiales más alegres y festivos de la historia.

La televisora Globo –que tiene un control hegemónico más poderoso aun que Televisa en México– se encargó de prever desastres y apocalipsis. Una orden interna del departamento de periodismo instruyó específicamente a que se evitasen las pautas positivas, es decir, había que dar realce a los problemas y ocultar rigurosamente los logros en los preparativos. La realidad se encargó de poner las cosas en sus debidos sitios. Dilma no ganará mucho con el éxito del evento. Pero perdería muchísimo en caso de incidentes graves.

Es verdad que la mandataria brasileña no es un primor de simpatía, así como es evidente que su equipo de comunicación no funciona. Es verdad que tanto entre los partidos aliados como dentro de su mismo PT las disputas y divergencias funcionan como palancas de boicot al proyecto de relección de Dilma. Y más: el sistema político brasileño favorece, olímpicamente, el juego sucio, la burla de los chantajes de última hora, la imposición de intereses mezquinos sobre coincidencias políticas o ideológicas. Todo eso es verdad.

Pero es igualmente visible y palpable la manipulación desatada por la alianza entre capital y medios de comunicación en mi país.

Dentro de poco menos de tres meses iremos todos a las urnas. La campaña, que empezó hace rato, entrará, a partir del final de la Copa, en una nueva y decisiva etapa. Toneladas de dinero –vale reiterar: alrededor de 400 millones de dólares declarados oficialmente, vaya a saber cuánto más circulando en negro– circularán alrededor de las campañas.

Será una disputa ardua. Pero lo más complicado es saber que, gane quien gane, 2015 será un año especialmente difícil para la economía. Mucho de lo conquistado en los últimos 12 años de gobiernos del PT, e incluso del primer gobierno (1995-1998) de Fernando Henrique Cardoso, estará en riesgo. Esa es la cuestión. O mejor, una de las cuestiones. La otra es qué pasará con Brasil frente a Alemania el martes…