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La Jornada: 30 años de periodismo crítico
F

ue en las postrimerías de los años 70 del siglo pasado cuando recalé por primera vez en México. Suele ser costumbre preguntar a los amigos cual periódico debemos comprar para estar informados.

Se trata de un ejercicio de aproximación a una realidad conocida a retales o tópicos. Por esa época la respuesta no fue halagüeña. Mis interlocutores me hicieron saber que los medios de comunicación, la prensa escrita especialmente, estaban en su mayoría controlados, financiados y articulados en torno a las diferentes familias del entonces omnipresente y todopoderoso partido-estado: el PRI. Aún así, señalaron la calidad de periodistas, reporteros y columnistas, cuya labor era meritoria y llena de vericuetos para sortear la censura. Me aconsejaron Excélsior, El Día y un periódico de reciente aparición, Unomásuno. Lo importante era leer los editoriales, las columnas y las voces autorizadas que escribían en sus páginas. Tomar nota de lo implícito y los giros lingüísticos. Una verdadera labor detectivesca.

En ese contexto, un destacado historiador, en tono jocoso, me soltó una frase lapidaria que no olvido: en México, subrayó, se está en el PRI o se está en el error. Fue un jarro de agua fría. México, para los latinoamericanos demócratas, era un país solidario y antiimperialista. La afirmación lo corrobora la actitud mantenida por el general Lázaro Cardenas en dos acontecimientos que tuvieron hondas repercusiones en el siglo XX. La revolución rusa y la derrota del gobierno republicano en España a manos del fascismo. Concretamente, abrió las puertas al exilio español, y cuando el mundo sucumbía a las presiones de Stalin, tomó la decisión de cobijar a uno de los impulsores de la revolución rusa y jefe del ejército Rojo, León Troski.

Asimismo, desde el triunfo de la revolución mexicana, muchos académicos, políticos, científicos, poetas y trabajadores de la mayoría de los países latinoamericanos fijaron su residencia de exilio en México. Las reglas eran claras, no participar en los asuntos internos y evitar cualquier opinión contraria al gobierno. En este contexto pensar en una censura de prensa era inconcebible. El sólo enunciado era incompatible con la presencia de grandes intelectuales defensores de la libertad de expresión y de prensa en las universidades, los institutos de investigación y los medios de comunicación social.

Había que encajar el golpe. Entender la complejidad política de un régimen que se movía de manera contradictoria entre un férreo control interior de su población, dejando un margen muy estrecho para el ejercicio de las libertades civiles y su cara amable hacia quienes, fuera de su territorio, nos dejamos llevar por el discurso de la revolución institucional.

Iniciada la década de los 80, mis viajes a México se hicieron más frecuentes. A fines de septiembre de 1984 recibí una invitación a participar en un seminario internacional promovido por la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe. En dicho coloquio uno de los comentarios de pasillos, era la edición de un nuevo periódico, independiente, cuyo destino, vaticinaban algunos de sus primeros lectores, si sobrevivía, sería convertirse a medio y largo plazo, en referencia obligada para el pensamiento crítico y creación de opinión pública en México. Sus miembros, pude enterarme, provenían, en parte, de las filas del periódico Unomásuno y su director era un periodista llamado Carlos Payan. Con el tiempo pude hacerme idea del proyecto y la personalidad de su fundador. Cuando visitaba México, nada mas recalar en un quisco de prensa, compraba La Jornada. Era una bocanada de aire fresco. En sus páginas se podía leer información sin censura. Excelentes columnas, editoriales mordientes y noticias imposibles de encontrar en el resto de la prensa diaria.

Mis amigos, no importaba su militancia, se volvieron adictos a La Jornada. Por las tardes, si no habías leído La Jornada no era posible participar de las tertulias y los debates. Las reuniones giraban en torno a los artículos o noticias extraídas de sus páginas. Con el tiempo ganó presencia. La forma de tratar los temas y su pluralidad la convirtió en un referente indispensable para la elite política no sólo de México, sino de América Latina. Ningún gran acontecimiento histórico, cultural, económico, político y social de orden mundial, regional o nacional ha pasado inadvertido. Grandes autores, periodistas y reporteros han puesto su sello con escritos, columnas de opinión o ensayos breves, verdaderas joyas del ensayo periodístico.

La Jornada constituye un ejemplo del buen hacer periodístico, digno y comprometido, que ha sabido defender la libertad de expresión y las demandas democráticas sin sucumbir a presiones ni amenazas, informando sin miedo a represalias. Para quienes hemos sido sus lectores y, por azar, colaboradores, escribir en sus páginas constituye un honor y un privilegio. A sus trabajadores, sin distinción, las gracias por mantener viva la llama de un periodismo de calidad, independiente y crítico. A 30 años, La Jornada, es una referencia insustituible para estar formado y bien informado sobre los hechos que se producen en el mundo globalizado de hoy.