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IPN: entre lo esencial y lo secundario
E

l movimiento estudiantil en el Instituto Politécnico Nacional (IPN) ilustra los graves problemas internos que existen en una de las más importantes y emblemáticas instituciones de educación superior e investigación en México. Pero este conflicto es, al mismo tiempo, la mayor oportunidad que se ha presentado en las décadas recientes para la evolución positiva de ese centro de estudios, transformación que, sin embargo, puede frustrarse ante la falta de voluntad para distinguir entre lo que es esencial y lo que es secundario.

El detonador del actual movimiento de jóvenes politécnicos fue la decisión de las autoridades de ese instituto de modificar los programas de estudio y el reglamento interno. Una decisión vertical que no fue presentada previamente a la comunidad. Por esta falta de comunicación, los contenidos de las nuevas disposiciones han sido interpretados de muy distintas maneras; por ejemplo, como la intención de rebajar a los ingenieros y arquitectos de un nivel profesional a uno puramente técnico, o como producto de la injerencia externa (incluso trasnacional) sobre el instituto.

No estoy diciendo que esas interpretaciones sean acertadas o falsas. Creo que lo más importante aquí es que se pone de manifiesto que la comunidad politécnica (y me refiero no sólo a los estudiantes) no dispone de los instrumentos para autogobernarse, pues siente que todo le llega de arriba o de afuera. Entonces, si este es el origen de un conflicto que desde hace varias semanas mantiene cerrado uno de los centros educativos más importantes de México, la solución es, sin duda, discutir sobre bases académicas la autonomía del Instituto Politécnico Nacional… y eso es lo esencial.

Curiosamente, ese planteamiento, que cobró fuerza en las primeros días del conflicto y que fue visto con gran simpatía por distintos sectores sociales e incluso gubernamentales, ahora va quedando en los últimos lugares de un pliego petitorio que cambia a gran velocidad, en el que lo más importante deja de ser lo esencial para que ocupen su lugar aspectos tan secundarios como el auditorio en el que habrán de realizarse las reuniones entre autoridades y estudiantes.

Además de la fuerza intrínseca del movimiento estudiantil en el Politécnico, éste ocurre en un momento muy especial en la vida del país, en el que el asesinato de jóvenes y la desaparición de 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa ha traído consigo la indignación de todos los mexicanos. Esto ha puesto en movimiento a los estudiantes de casi todas las instituciones de educación superior e investigación en la ciudad de México y otras regiones del país.

Este marco de movilizaciones nacionales, en el que el centro de atención se concentra en los acontecimientos ocurridos en Iguala, Guerrero, resulta beneficioso para la causa politécnica –lo digo con toda claridad, pues además es evidente para todo el mundo– y es del mayor interés para el gobierno federal darle solución inmediata.

Casi desde el inicio del conflicto, el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, reconoció como justas las demandas de los estudiantes y ha celebrado reuniones con parte de su gabinete para dar respuestas a las demandas estudiantiles. El secretario de Gobernación ha salido a la calle a dialogar con los jóvenes del IPN, y más recientemente el secretario de Educación ha respondido a las demandas de los jóvenes.

El tema de la autonomía del IPN debería ser el tema central a discutir y yo veo que existen grandes posibilidades de que pudiera conseguirse. Es ahora o nunca. Yo sé que para algunos intelectuales la autonomía de las instituciones de educación superior es una especie de mito, parte del atraso que vive nuestro país. Yo no estoy de acuerdo, pues creo que son las comunidades académicas las más capacitadas para definir el rumbo de sus instituciones ante el predominio del conservadurismo y las posturas anticientíficas que abundan hoy en el mundo.

Quiero dejar claro que la autonomía a la que me refiero debe estar sustentada en criterios académicos, científicos y técnicos del más alto nivel, basada en el autogobierno a través de órganos colegiados conformados por los especialistas más destacados en las distintas áreas del conocimiento, y no debe ser para convertir a este instituto en un espacio político de permanente confrontación, por eso debe iniciarse una amplia discusión académica (y no solamente política) sobre sus características.

La existencia del IPN como institución vinculada a las decisiones del gobierno ya no tiene razón de ser, como sí la había en la época cardenista e incluso años después con la existencia de grandes empresas estatales principalmente en el área energética. Pero éste, que es el tema esencial, podría fracasar si la parte gubernamental no adopta una posición más flexible, o si el movimiento estudiantil entra en el círculo infiltración-control-inactivación, que ya hemos presenciado en otras partes.

En 1929, un movimiento estudiantil logró la autonomía de la Universidad Nacional de México, y quizá hoy otro movimiento estudiantil pueda lograr lo mismo para el Instituto Politécnico Nacional, a menos que, como hoy, se detenga en aspectos puramente secundarios.