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La indignación

¿Qué les puede decir esa imagen cuando el viernes la PGR les mostró cenizas de lo que podrían ser sus hijos?

Padres de los desaparecidos observan en silencio las llamas en el palacio de gobierno

Un día después del informe del procurador general de la República la solidaridad se ha desbordado en Ayotzinapa

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Normalistas patean una patrulla de la Policía Federal afuera del palacio de gobierno, en Chilpancingo, y más tarde le prendieron fuegoFoto Reuters
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Estudiantes utilizan resorteras para romper los vidrios de la sede del gobierno de Guerrero, en Chilpancingo, para luego lanzar bombas molotov por los huecosFoto Reuters
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Periódico La Jornada
Domingo 9 de noviembre de 2014, p. 3

Chilpancingo, Gro.

¿Qué hicieron la policía estatal, la Policía Federal –una de sus patrullas atizó el fuego– o el Ejército mientras ardía por segunda vez el palacio de gobierno de Guerrero? Lo mismo que en Iguala: nada, dice entre risillas un ciudadano que mira las llamas a distancia.

Más que los camiones y camionetas ardiendo en dos costados de la sede del Ejecutivo guerrerense, llama la atención un grupo de personas que mira a prudente distancia. El grupo ha descendido de un autobús con el letrero Padres, y está ahí, en silencio, como dando su aprobación.

El viernes, estas mismas personas escucharon al procurador general de la República, Jesús Murillo Karam –primero en vivo y luego en la pantalla–, decir que sus hijos están muertos, que fueron asesinados y sus cuerpos quemados en una pira de llantas y leña. Aun sin pruebas concluyentes de su identidad, el procurador mostró imágenes del lugar del crimen, trozos de huesos, cenizas, confesiones de los presuntos asesinos.

Así que, ¿qué les puede decir a estas personas ese montón de fierros quemándose ahí enfrente mientras los muchachos, los compañeros de sus hijos, gritan que Ayotzi vive y la lucha sigue?

Más tarde, desde Acapulco, el gobernador interino, Rogelio Ortega Martínez, hará un llamado a pacificar las manifestaciones: La violencia, venga de donde venga, no conduce a nada; apostémosle a la paz.

¿Qué le dice esa frase a la madre que mira ahora arder la patrulla de la Federal y ayer vio, repetidas hasta el hartazgo en la televisión, las cenizas de quien le dijeron puede ser su hijo?

Los padres, madres y demás familiares miran en silencio las llamas, unas horas después de que la serpiente sexenal se mordiera la cola: el gobierno que diseñó una nueva narrativa para sacar la violencia de las pantallas y los titulares termina, sin haber llegado a su segundo año en el poder, mostrando imágenes en la televisión, testimonios de criminales, en busca de la credibilidad perdida.

Sólo para normalistas

La acción de los normalistas ganará las portadas, pero ha durado apenas media hora. Las únicas víctimas son los cristales de la sede del gobierno estatal –hay, por si usted lo había olvidado– y algunos vehículos que los normalistas tenían guardados desde varias semanas atrás, la mayor parte pintados con las marcas propiedad de un señor de apellido Servitje.

Los estudiantes usan los vehículos como arietes y les prenden fuego. Derriban una puerta, lanzan piedras a los ventanales y bombas molotov a los huecos que logran abrir. Los vehículos que rodean el palacio dan la impresión de que los edificios arden de nuevo.

Los muchachos que participan directamente en la acción son realmente pocos. La mayoría apoya con su presencia. Aunque la normal de Ayotzinapa está repleta de estudiantes chilangos que llegaron en plan solidario, la movilización es sólo de los normalistas venidos de todo el país.

Quien no ha vivido el normalismo rural puede entenderlo un poco aquí. A una señal, y formados como escolapios, se mueven para un lado u otro. Ahora, por ejemplo, regresan a los autobuses y se suben en un tris.

Arde una patrulla de la Policía Federal, queda chimuelo el palacio de gobierno. Enfrente, el auditorio Sentimientos de la Nación, una estructura metálica con paredes de vidrio, queda intacta.

De ese lado se salvaron todos los vehículos. Un muchacho lo explica así a sus amigas que toman fotos: Los líderes dijeron que el pedo es con el gobierno, no con la sociedad, y que no fueran para allá; en serio, eso dijeron.

No caben las despensas ni el cansancio

En Ayotzinapa cabe de todo. Bueno, menos las despensas y el cansancio. La solidaridad se ha desbordado y en la cocina batallan para acomodar bolsas de frijol, sacos de azúcar, botellas de aceite.

En la cancha de basquetbol techada tampoco caben los víveres (aunque la desaparición de los conejos indica que quizá haga falta carne fresca). La cancha de volibol es ahora campamento de los estudiantes de la Universidad Pedagógica Nacional. Rumbo al arroyo, al lado de una milpa, alumnos de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México hacen composta. Dicen que otros aceptaron el reto de ir a chaponear.

Con todo, los normalistas y los chilangos universitarios se hablan poco. Cosa de tiempo, quizá. O de que la solidaridad ablande la rigidez de los jefes de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (que ha sido, obligado es decirlo, clave de su sobrevivencia).

El terreno que ocupa la normal es enorme. Trabajan al mismo tiempo Médicos sin Fronteras y una bola de ONG. Transcurre una sesión de la Asamblea Nacional Popular (en el comedor, para desgracia de los hambrientos).

Los familiares de los 43 que faltan pueden pasar desapercibidos, como quieren. Varios muchachos se dan tiempo para nadar en la alberca. Unos choferes ordeñan una pipa expropiada.

Van y vienen equipos que hacen entrevistas, que preparan documentales o cápsulas para noticieros.

Algunos de los muchachos ya se han vuelto famosos entre los documentalistas porque son buenos para el rollo. Otros son discretos, pero precisos. Como el muchacho de primer grado que dialoga con una universitaria del DF. Él vive en la casa del activista, que antes de Iguala tenía 20 habitantes. Diez están desaparecidos y otros cuatro se marcharon por miedo.

–¿Has ido a una marcha? – pregunta el estudiante de Ayotzinapa a la muchacha de la Universidad Nacional Autónoma de México.

-–Pues allá sí, aquí no; acabo de llegar.

–Uy, pues aquí no vas a saber para dónde correr –dice, y vuelve a soltar esa sonrisa que ya le ganó un reloj, regalo de una estudiante de la Autónoma Metropolitana.