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México no es un Estado fallido
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e venido insistiendo sobre el error político y conceptual del término Estado fallido para caracterizar el caso mexicano, así como el de declarar la desaparición de las naciones-Estado. Esteban Cabal, por ejemplo, publicó un artículo hace unos años cuya tesis central se infiere de su título: El fin de la soberanía nacional y las naciones-Estado (Rebelión, 21/11/11). Cabal sostiene que la globalización económica está ocasionando el nacimiento de un nuevo modelo político destinado a sustituir al viejo de naciones-Estado, iniciado con la independencia de Estados Unidos en 1783 y la Revolución Francesa en 1789. Despojados los estados cada vez en mayor medida del atributo de la soberanía, el planteamiento es que se configura un sistema de gobernanza mundial, un nuevo orden mundial, regido por corporaciones privadas o instituciones trasnacionales o internacionales.

Rehenes de los poderes fácticos –se afirma–, las naciones-Estado ya no controlan la gestión de los recursos naturales (el agua incluida), las materias primas, la energía, la salud y la política económica y monetaria, mientras la soberanía alimentaria les ha sido arrebatada. También –destaca Cabal–, la OTAN y el Consejo de Seguridad de la ONU (y añadiría, el sistema imperialista mundial hegemonizado por Estados Unidos) limitan la soberanía de los estados en materia de seguridad y tienden supuestamente a configurar un ejército mundial único. Se afirma tajantemente: “Ya no son necesarios los ejércitos nacionales… De hecho existe un proceso silencioso y silenciado de desmantelamiento de las estructuras militares, cada vez más subordinadas a organismos globales”.

En el terreno de la política, se argumenta que los políticos ya no gobiernan, sólo administran, son meros gestores al servicio de las grandes corporaciones que, por otra parte, son quienes financian sus campañas electorales. En suma, Cabal vaticina: Vacías de contenido, de competencias efectivas, las naciones-Estado son cáscaras huecas, cadáveres, un emergente poder privado global ha decretado su caducidad y tenderán progresivamente a desaparecer.

Paralelamente, desde una perspectiva política que podría tener también fines intervencionistas, se hace referencia al Estado fallido o colapsado. La organización Fund for Peace y la revista Foreign Policy utilizan ese término de Estado fallido para referirse a países con las siguientes particularidades: pérdida de control físico de su territorio, erosión de autoridad gubernamental, incapacidad de interactuar con otros Estados de la comunidad internacional, imposibilidad de proveer servicios públicos de manera razonable, altos índices de corrupción y severas condiciones económicas. Fue el Comando de las Fuerzas Conjuntas de Estados Unidos el que dio a conocer, en 2009, un reporte en el que se subrayan los retos a enfrentar en el futuro cercano en materia de seguridad. El reporte señala ya en esa fecha que México y Pakistán tienen los mayores riesgos de colapsarse, por lo que el gobierno estadunidense debería poner mayor atención en dichos países, por las implicaciones en su seguridad nacional.

Coincido con Cabal en el diagnóstico en torno a la pérdida de soberanía de algunos estados nacionales (sobre todo, los articulados en forma subalterna en la mundialización capitalista actual) y comparto la direccionalidad crítica anticapitalista de su análisis, el cual toca un tema trascendente que en el marxismo forma parte de la llamada cuestión nacional. Sin embargo, discrepo de varias de sus derivaciones argumentativas.

Por ejemplo, las ideas en torno al desmantelamiento del Estado, tendencia a su desaparición o sustitución en el capitalismo neoliberal, así como las referentes a los estados fallidos son parcialmente ciertas. Es verdad que todas sus obligaciones sociales (salud, educación, seguridad pública, pensiones, vivienda, etcétera) –y por ende las instituciones a ellas relacionadas– se deterioran o privatizan al desaparecer los elementos constitutivos del Estado benefactor. Sin embargo, con el neoliberalismo se fortifican sus tareas represivas y de control social (sobre todo los aparatos mediáticos) y, en consecuencia, toman preminencia política las fuerzas armadas, policiales y de inteligencia, locales y globales. Esto es, la violencia y el autoritarismo –intrínsecos del sistema estatal capitalista– asumen un papel preponderante (Ayotzinapa). Los estados nacionales se transforman lisa y llanamente en guardianes del orden y de la reproducción del sistema mundial de explotación, al trasnacionalizarse sus clases dominantes. Así, mientras el Estado desmantela algunos de sus aparatos, da fuerza a otros.

Lejos de la desaparición de los ejércitos nacionales, para el caso de América Latina se observa su modernización en todos los órdenes, el fortalecimiento de su capacidad de fuego, mayor tecnificación, entrenamiento intensivo en tareas contrainsurgentes, cambio en sus misiones para transformarse en fuerzas de ocupación interna de los pueblos con la justificación ideológica, como ocurre en México, de la supuesta lucha contra el narcotráfico.

En el terreno de las coincidencias con Esteban Cabal, destaco una de singular importancia con la que concluye su trabajo: “El capitalismo puede y debe ser sustituido porque es incompatible con la paz y los derechos humanos. Pero la alternativa a la soberanía nacional de Sieyéz sigue siendo la soberanía popular de Rousseau, la democracia directa, transparente, participativa, y de ningún modo nos podemos encomendar al gobierno plutocrático de las élites. A la sociedad de consumo sólo puede sucederle la sociedad del conocimiento”. En la época actual, caracterizada por una profundización de las tendencias universalistas del capital, vislumbramos, paradójicamente, en el campo de lo alternativo, el tránsito de procesos nacionalitarios que buscan disolver los vínculos nación-burguesía hacia una entidad nacional de nuevo tipo: popular, multiétnica, pluralista y democrática.