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Disquero
El último caballero meridional
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De izquierda a derecha: Ellis Marsalis, el papá de los Marsalitos: Delfeayo en trombón, Wynton en trompeta; Branford en sax y Jason ataca la bataca (el contrabajista es Carlos Henríquez), en concierto
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Periódico La Jornada
Sábado 2 de mayo de 2015, p. a16

Un cuadro de Escher. Así suena la pieza inicial del nuevo disco de Delfeayo Marsalis: The Last Sou-thern Gentlemen (2014, Troubador Jass Records).

El trombón de Delfeayo propone una frase que se infla, se vuelve cubo, voluta, cuadrícula que se curva, a lo que su padre al piano, Ellis Marsalis, responde con una frase tubular, en reversa y avance, entra y sale, penetra y vuela y el efecto en el oído es similar al que produce en la vista un cuadro de Escher: imágenes en movimiento, sonidos en remolinos sinfín. Vaya prodigio.

La melodía que dibuja papá Marsalis tiene el encanto del misterio, la sensualidad de lo terso, la gracia de la danza, mientras la melodía que traza su hijo Marsalitos posee el encanto del fluir, una columna de aire color oro que se funde con las líneas plúmbago que avanzan, como en Piedra de Sol, de Octavio Paz: un caminar de río que se curva,/ avanza, retrocede, da un rodeo/ y llega siempre: un caminar tranquilo/ de estrella o primavera sin premura.

Como las casualidades no existen, se han sucedido en México las presencias físicas de otros grandes Marsalitos, hijos de papá Ellis: Wynton (http://goo.gl/GKXK00) y Branford (http://goo.gl/yxvO0U), así como de sus discos recientes, cuyas reseñas realizó el Disquero y los links correspondientes están entre paréntesis en este párrafo.

Causalidad: en los estantes de novedades discográficas esplende el nuevo disco de otro gran Marsalito: Delfeayo. No sería raro que apareciera en breve el turno del menor de los Marsalitos: Jason, quien ataca la bataca. Los otros Marsalitos, además de los ya nombrados, no militan como músicos, pero son hijos y hermanos de grandes músicos: Ellis III y Mboya Kinfatta.

En el disco, también imprescindible, que ahora nos ocupa, papá Ellis juega ajedrez con su hijo Delfeayo y no le hace el feo a ninguna de las buenas ideas que el trombonista despliega como ejes de esta grabación: hacer música a partir de materiales propios pero en especial de piezas plenas de la tradición clásica del jazz, en un balance que va del blues a la balada, para hacer un énfasis genial en los momentos de romanticismo, en las tonadas propicias al romance, en las épicas de idilio y de sordina.

El resultado es un asombro que recorre todo el disco, tan preñado de sorpresas, guiños, alegrías, romance, mucho romance, humor y un despliegue extremo de calidad musical.

Dice Delfeayo: “me gusta reunir en un disco a dos o más generaciones. Es el caso ahora: los músicos de mayor edad poseen el don especial del tono exacto, relajado, la diestra construcción melódica y el swing. Mientras que los jóvenes proveen generalmente el fuego y una desenfrenada naiveté”.

En 13 episodios, Delfeayo Marsalis nos rinde, con su padre, Ellis, un recital con la elegancia que caracteriza a todos los Marsalis. Elegancia de sonido, inteligencia deslumbrante, músicos cultos, sencillos. Elegantes.

¡Larga vida al señor Marsalis y a sus Marsalitos!

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