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Puntos sobre las íes

Recuerdos VIII

¿E

xageración?

De ningún modo.

En el último párrafo de mi anterior entrega me despedí de la siguiente manera: “vaya tarde, la del 9 de diciembre de 1945, tan importante y trascendental en la historia de la fiesta brava en México –en todos sentidos–, es por ello que la considero un antes y un después por todo lo que de ahí se derivó”.

¿No exagera? Me preguntó un meramente conocido, de esos de lengua picante, que todo cuestionan y que nada les parece.

Que de todo hay.

Mi respuesta fue por demás clara y precisa.

–Siga leyéndome.

¿Lo habrá hecho?

La verdad, me vale…

* * *

Remontémonos a los años 1934, 1935 y 1936 (este último fue en el que vine al mundo).

Don, sí, don Fermín Espinosa Armillita chico y que tan grande fuera, alcanzó el sitio de una primerísima figura en España y de qué calibre no habrá sido aquello que antes que diera inicio la temporada de 1936 tenía firmadas 80 corridas, lo que, obviamente, sacó de quicio a espadas que si bien gozaban de fama y prestigio no estaban en las alturas en las que, por derecho más que propio, ocupaba el saltillense.

¿Quiénes eran?

Principalmente, Marcial Lalanda, Victoriano la Serna y Domingo Ortega, a quienes se sumaron otros peninsulares de media tabla para abajo que, dolidos y resentidos, decidieron boicotear a todos los coletudos mexicanos, manchando de esa manera no sólo sus orígenes y sus nombres, sino que en su pecado (sacrilegio) se llevaron un bofetón mexicano de gran señorío, amén de haberse quedado, taurinamente hablando, sin lo de allá y sin lo de aquí.

¿Y eso?

En 1936 se desató la guerra civil española que tantas vidas y tanta sangre costó y, lógicamente, la vida española se vino muy a menos, la economía se derrumbó, el campo dejó de ser trabajado, la industria se paralizó, los comercios poco o nada ofrecían y se desataron la hambruna y el pillaje.

Todo se desquebrajó.

Y, en la desesperación, adiós toros.

La mayoría del ganado vacuno se convirtió en preciado alimento y, lo peor, es que se detuvo su reproducción y entre la precaria situación económica y el no toros, adiós fiesta.

La guerra fratricida y sus terribles consecuencias terminó en 1939 y la recuperación del país fue por demás lenta y, líneas arriba, mencionábamos el guante blanco de México, por partida doble o triple.

Siendo muestra y ejemplo para el mundo, el gobierno del general Lázaro Cárdenas del Río abrió las puertas de México a muchos de los damnificados que tuvieron que salir huyendo de su país, un crecido número de los cuales estuvieron en calidad de confinados en tierras francesas y que, al llegar aquí, fueron bautizados como Los refugiados.

Los llegados a México enriquecieron las letras, el comercio, la industria y varias otras variadas activi- dades y, como si eso fuera poco, muchos pequeños encontraron casa, abrigo, sustento y educación en la capital michoacana, por lo que se les llamó Los niños de Morelia.

Así que volviendo a lo taurino, ¿cuál fiesta, apá?

Ninguna.

* * *

¿Y aquí?

Una fiesta taurina que, por su grandeza, fue y sigue siendo considerada como la epoca de oro del toreo mexicano, ya que allá se habían curtido matadores como don Fermín, Jesús Solórzano, Luis Castro El Soldado, Lorenzo Garza, Carnicerito de México, David Liceaga, Ricardo Torres y Fermín Rivera, entre otros varios, a los cuales hay que agregar a Carlos Arruza.

Así que, justicia divina, los corridos se hartaron de torear y, lo más grandioso de todo, de haber sido pilares en la dignificación de una fiesta que, quiérase que no, es patrimonio cultural importantísimo de la historia de México.

Insisto, considero que la presentación y consagración ante los mexicanos de Manuel Rodríguez Manolete marcó un antes y un después en nuestro país.

He tratado, aunque sea a vuela pájaro del odioso boicot de la torería hispana, sin haber mencionado lo mucho que les costó volver a lo andado y entre los nombres que de allá llegaban el de Manuel Rodríguez era sinónimo de triunfo y reivindicación de la fiesta por aquellos lares.

Continuará...

(AAB) [email protected]