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Consumismo, corrupción y más
E

l sábado pasado nuestro periódico nos informó en primera plana sobre la captura en el aeropuerto de Barajas del presunto delincuente Humberto Moreira, bajo los cargos de lavado de dinero, cohecho y asociación criminal. Detrás del arresto hay una dilatada historia de hechos de corrupción. Es inimaginable el incontable número de actos de corrupción que deben haberse cometido en México entre el sábado de la aprehensión y hoy martes que lee usted, amable lector, este artículo.

Este Moreira es parte de un conglomerado también de dimensión inimaginable de los corruptos, cuya reproducción como verdolagas se aceleró especialmente a partir del régimen de Carlos Salinas. La historia de la corrupción moderna de México, con altas y bajas de intensidad, la inauguró el régimen de Miguel Alemán, pero a partir del gobierno de Salinas no ha hecho sino seguir una curva de crecimiento exponencial. La otra curva, paralela a la de la corrupción, es la de la impunidad.

Se diría que la impunidad sostiene eficazmente a la corrupción. Pero es más que eso: dado que la corrupción en México no es un acto punible, ello significa que el aparato judicial es una más de las mil caras de la propia corrupción. Los corruptos nunca se harán el haraquiri.

El ex presidente de Uruguay José Mujica ha dicho numerosas veces que los latinoamericanos somos víctimas del consumismo, móvil que ha contribuido a profundizar una condición común en la región: la corrupción. Definitivamente tiene razón. Esa es otra curva de crecimiento exponencial que ha corrido al parejo de la corrupción: el consumismo más desenfrenado de la historia, generado por la globalización neoliberal.

Pasamos presurosos de ciudadanos a medias a consumidores y, ahora velozmente, a consumistas enloquecidos.

El hecho de consumir tiene el propósito de satisfacer necesidades o deseos. Pero entramos en caminos espinosos cuando esta actividad se vuelve patológica a rabiar. A partir de cierto nivel –asunto por supuesto muy debatible– debemos hablar no de consumo, sino de consumismo. La Real Academia Española (RAE) define suavemente el consumismo como la tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no siempre necesarios.

Como nunca, el modelo de bienestar de la sociedad actual se basa en la posesión y acumulación de bienes, lo cual sirve de justificación para que prolifere el consumismo de modo insaciable entre las personas. Se acumule lo que se acumule y se consuma lo que se consuma, la vida se vive siempre como carencia; por eso siempre se quiere más y más; no existe estación de llegada. Vivir es poseer y consumir siempre más.

La sociedad vive esta alienación naturalmente. Para acudir nuevamente a la RAE, define alienación como el proceso mediante el cual el individuo o una colectividad transforman su conciencia hasta hacerla contradictoria con lo que debía esperarse de su condición humana, agrego.

El lector se da cuenta que estoy refiriéndome al muy connotado 1 por ciento. Pero podemos seguir bajando por la escalera de los niveles de ingreso, y abarcaremos a una parte muy significativa de la sociedad, que lo que le ocurre es que no puede consumar el anhelo que la consume.

La sociedad consumista, el hoy del capitalismo, lleva a dos consecuencias desmesuradamente monstruosas. La primera es una desigualdad frente a la cual el mundo está azorado. Es simplemente inconcebible. En un reporte divulgado antes de la reunión anual de esta semana de la élite internacional en el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, la organización contra la pobreza Oxfam dijo que los más acaudalados aumentaron su proporción de riqueza de 44 por ciento en 2009 a 48 en 2014 y que, con las tendencias actuales, la proporción superará 50 por ciento en 2016. Sólo así los insaciables pueden seguir manteniendo la expectativa de poseer y consumir más y más. Oxfam nació en el Reino Unido en 1942 para auxiliar a las familias más afectadas por la Segunda Guerra, pero en el presente agrupa a 17 ONG que trabajan en 90 países.

La segunda consecuencia de los enloquecidos niveles de consumo de los pudientes del mundo es el horror cometido con el planeta llamado cambio climático. Entre los gases de efecto invernadero, los principales son el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), el óxido nitroso (N2O) y los halocarbonos (gases que contienen flúor, cloro y bromo). No todos estos gases tienen el mismo poder de calentamiento, es así que el más abundante es el dióxido de carbono, al que le siguen los restantes. Pero es de hacer notar que una molécula de metano tiene 21 veces más efecto de calentamiento que una de dióxido de carbono. Es sólo una nota parcial, pero todo surge de la actividad industrial, que debe producir más y más, para vender más y más (ahí están ya los consumistas para comprar más y más), para ganar más y más, para acumular más y mas. El modo de ser del capitalismo es el crecimiento, que no puede realizar en épocas de crisis, pero siempre estará buscando retomar la senda del crecimiento. Y es que, por más que los pudientes consuman, parte de las inmensas ganancias tienen que acumularse como nuevo capital industrial y comercial, para seguir acumulando.

Así el círculo se cierra. La acumulación exige que la producción se venda y se consuma; ya los pudientes han sido convertidos por el marketing y otras vías en consumistas irredentos; matamos al planeta y al tiempo lo tapamos de corruptos.