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Ciudad Juárez: pueblo esperanzado, Papa acotado
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ocos días como el pasado 17 de febrero en Ciudad Juárez; tal vez ninguno. La urbe violenta, atemorizada de muchos años, se eclipsó para que saliera la cara oculta de compañerismo, solidaridad y tolerancia que siempre ha estado ahí pero pocas veces emerge con tanta fuerza. La visita del papa Francisco tuvo tanta fuerza en la gente de esta frontera que anuló los intentos de manipulación del gobierno y minimizó los silencios del propio Bergoglio.

Para las y los católicos de estos rumbos el solo hecho de que el Papa eligiera venir a esta ciudad, la más violenta del mundo durante varios años, la que se dio a conocer por los feminicidios y los juvenicidios, fue ya un signo de predilección, de acompañamiento paternal en medio de la sangre y de las lágrimas. Eso borró totalmente los intentos desesperados del gobierno por construir la representación de que en Juárez ya no pasa nada, que se superaron totalmente aquellos años aciagos. Para el común de la gente Francisco visitó Juárez, no por sus atractivos turísticos o históricos, ni por ser un ejemplo de prisiones certificadas, como lo quiso presentar el gobernador, sino por ser un símbolo del pueblo sufriente y resistente, como expresó el primer papa latinoamericano. Por eso a la mayoría se le quedaron grabados a fuego los conceptos esenciales del pontífice:

En la reunión que celebró el papa Francisco con el mundo del trabajo, más bien con la clase política y económicamente más poderosa, empleó como punto de referencia el discurso de la obrera de maquiladora que denunció la explotación, los salarios de hambre y las jornadas de trabajo que no dejan tiempo para la convivencia de la familia. En unas cuantas frases resumió la doctrina social de la Iglesia sobre la dignidad de la persona humana y el trabajo. Fustigó la subordinación de las personas al lucro y al capital, así como el acoso laboral, los salarios insuficientes, el trabajo esclavo. Ante un auditorio que le aplaudía mayoritariamente pero que no era capaz de comprometerse con lo que el Papa decía, remató con las tres T, pilares de la exigencia evangélica en la sociedad de hoy: trabajo digno, techo decoroso, tierra para trabajar.

En su sermón de la misa vespertina, Francisco estableció una profunda comunicación con los cientos de miles de juarenses ahí presentes: retomó las lágrimas que lloraron ante una ciudad que se estaba autodestruyendo, fruto de la opresión y la degradación, de la violencia y la injusticia. Aunque para algunos no nos resultó muy apropiada su comparación con Nínive la pecadora, por caer en el estereotipo de las ciudades fronterizas como sitios de perdición, la gente sintió que Francisco conecta con su sufrimiento, con sus esfuerzos por seguir aquí la vida con dignidad. Conexión que se profundiza con las denuncias papales de las injusticias, las extorsiones, secuestros, esclavización, que sufren los migrantes que dejan forzadamente sus lugares de origen. Esta profunda comunicación del pueblo juarense capturó al Papa y lo hizo llorar al ver tanta esperanza de un pueblo tan sufrido.

Lo mejor de esta visita estuvo a cargo del pueblo juarense. El Papa le respondió con certeros y valientes mensajes de denuncia general. Sin embargo, los silencios de Francisco desalentaron a sectores muy específicos: no se refirió a las desapariciones forzadas, por más que las madres de las víctimas se dirigieron a él con consignas y leyendas en la valla del recorrido papal. Dedicó sólo una línea al final de su discurso a los feminicidios. No habló más claramente de las miles de víctimas de la guerra contra el narcotráfico.

Así como hubo silencios y ausencias, hubo también en Juárez omnipresencia: el Estado Mayor Presidencial. Su lógica de control de población, como dice el obispo Raúl Vera, se impuso en todos los actos públicos y en la valla que daba la bienvenida al pontífice. Para figurar en ésta en primera línea había que registrarse en un sitio de Internet, aportar datos como si se tratara de la credencial de elector, comprar la camiseta y la gorra reglamentarias. Además, se saturó la ciudad de soldados, de policías federales y estatales, contingentes que le remueven a la gente la memoria de los años del terror: nunca ha habido tantos asesinatos en Juárez como cuando el operativo de Felipe Calderón invadió estos desiertos con las fuerzas federales. Todo esto hizo que las vallas estuvieran flojas y con vacíos.

Controlar férreamente a los de abajo y a los de en medio cuando querían hacerse presentes y, a la vez, facilitar y privilegiar la entrada de los de arriba: empresarios, políticos, clérigos, fue una constante en Juárez durante la visita papal. Pensando mal, con eso se quería evitar que la indignación de las víctimas de Ayotzinapa, de la guerra sucia, del modelo económico descartador, de la pederastia, abordaran a Francisco. Lo cierto es que el de la sotana blanca siempre estuvo rodeado de trajes negros, no sólo los guardias suizos o los del Estado Mayor Presidencial, sino de los hombres y las mujeres del poder y del dinero. En la reunión con el mundo del trabajo dominaron los invitados de la Coparmex, aunque debemos reconocer que a dos mujeres y dos hombres derechohumanistas se nos asignaron sorpresivamente los lugares más cercanos a Bergoglio. Gracias a ello, Lucha Castro pudo poner en las manos del pontífice una carta de los campesinos barzonistas y varios dibujos de las hijas e hijos de las víctimas de desaparición forzada.

Así, el pasado 17 de febrero, en esta ciudad, epicentro del dolor, como dice Javier Sicilia, y uno de los epicentros de la extracción de plusvalía en este país, la esperanza del sufrido pueblo juarense se mostró más grande que la denuncia profética y la valentía del papa Francisco.