Opinión
Ver día anteriorMiércoles 18 de mayo de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Modelo sin futuro
L

as elecciones primarias en Estados Unidos ventilan, en el escenario político, las discordantes visiones en disputa. Por un lado una buena tajada de ella, encrespada por sus incapacidades para ser protagonistas, se rebelan con la intención de paliar su enojo, poner a salvo sus intereses y progresar. Otros, en cambio, afectados por similares sucesos restrictivos para su desarrollo, se juntan, en abigarrado núcleo de activistas, para posar sus miradas en un futuro que sienten asequible. El primero de esos conjuntos de personas externan sus iras y frustraciones para asirse a una figura que parece darles confianza y fuerza catalizadora para sus furias. Son estos los resistentes y corajudos votantes de Donald Trump. Los mismos que lo han llevado a ganar la nominación de su partido. En el segundo conjunto se apilan diversos grupos humanos con mentes abiertas y activo entusiasmo para dibujar realidades diversas a las hasta hoy conocidas. Es el enjambre que ha catapultado la figura del senador Sanders hasta hacerlo llegar a las mismas puertas de la nominación demócrata. No la tienen asegurada, pero las condiciones que han creado a su derredor les permiten aspirar con cierta solidez y muy a pesar de las condicionantes sistémicas que manejan sus contrapartes.

Sanders se ha convertido no sólo en un aspirante a la presidencia de la república sino, además, en el eje de un movimiento que pretende un mañana con futuro cierto. En este movimiento se apilan las juventudes educadas del país. Hombres y mujeres por igual, menores de 45 años, que han puesto sus vastas capacidades efectivas, para dar solidez a la campaña en marcha. El trabajo que han puesto en este juego es, sin duda, el más aguerrido y novedoso. No es ilusorio ni momentáneo, sino de continuidad y amenazante rigor para lo establecido o lo tradicional de una campaña cualquiera, aún la más exitosa que se pueda citar del pasado y el presente. Su ánimo lleva insertado lo mero principal: la entrega, el entusiasmo individual que se torna colectivo e incita a la acción creativa. Es tal movimiento ciertamente reactivo por su rechazo a verse condenados a la marginalidad, al desprecio de sus potencialidades, al sentirse sustituibles, desechables. Su centro nervioso estriba en el convencimiento personal de que, en efecto, otra forma de vida, por ellos diseñada, es posible. Y de que tal modo de vida está al alcance de sus posibilidades actuales. Los jóvenes que empujan este movimiento lo hacen con desprendimiento, con generosidad, de manera solidaria. Se alejan de las consignas usuales del individualismo y los variados espejismos que propaga el modelo en boga.

Las juventudes estadunidenses no pugnan solas en esta lucha. Saben que su triunfo dependerá en mucho de otras compañías, de otras luchas solidarias que viajan en similar dirección. Se les unen –al­gunas, incluso, se han adelantado– los manifestantes españoles del 15 de Mayo. Esos varios millones de rebeldes que se juntaron para elevar sus voces y unir sus talentos y que después emprendieron una aventura que ya ha dado frutos. Jóvenes españoles que antes eran carne de comisaría por ruidosos están ahora al borde de formar gobierno (Podemos-IU) Apuntan hacia un cambio de paradigmas que asume la lucha de clases, los muchos de abajo contra los muy pocos de arriba. Saben, porque es hecho documentado, que padecen las tropelías de una cúpula por demás depredadora, egoísta y ciega que los llevó, a ellos y a otros millones de connacionales, hasta el borde de una vida precaria y sin futuro. No en balde sus partidos son mayoría, en expectativa de votos, entre los electores de menos de 50 años. Al Partido Popular (PP) de la derecha española, como la del PRI en México, los votan viejos, los menos educados y la ruralidad dependiente y manipulable.

También los jóvenes ingleses irrumpieron hace poco en el panorama político. Con similar entusiasmo y deseos de porvenir llevaron a su líder, James Corbyn, a la cima del Partido Laborista, el mayoritario actual. Y, logrado tal cometido, han puesto manos e imaginación en la construcción de una alternativa que lleva creciente destino de gobierno, distinto al impuesto por el modelo vigente. El modelo conservador (neoliberal) de amplias repercusiones mundiales (Margaret Thatcher) que incluso abrazan, con empatía convenenciera, conocidos dirigentes laboristas crea, con sus políticas concentradoras y de austeridad, las condiciones de su próxima sustitución, si no ahora mismo, sí, con seguridad, en el cercano futuro. Incluso el movimiento de los jóvenes franceses llamado Nuit debout (Noche en pie) ha empezado a canalizar la energía de oposición a lo establecido. Una reforma laboral idéntica a la española y la mexicana fue el detonante. Aunque todavía no acceden a los niveles de conciencia masiva indispensable para plantarse como actores decisivos, van por similar ruta a los antes nombrados.

La presente rebelión de las juventudes lleva implícito el agotamiento de un modelo que los destierra como seres humanos. Les ha quitado la esperanza y los deposita en ignominiosa condición de descartable sobrevivencia. Les negó vitales seguridades, el empleo, la tranquilidad, les achicó horizontes y desprecia sus arrestos para arrumbarlos en el rincón de la precariedad. No hay en estos alegatos ironías o exageraciones. La brutalidad del presente bajo el control neoliberal no tiene parangón temporal. Para comparar la depredación vivida hay que remontarse a otras épocas muy anteriores. Es por ello que tal modelo perdió la base de sustentación indispensable para su continuidad: el legítimo futuro que aporta la juventud.