Opinión
Ver día anteriorMiércoles 18 de mayo de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Isocronías

De excesos y templanza

N

o faltará quien crea que la poesía es un exceso, quiero decir que sin exceso no hay poesía. Y, será la edad, yo pienso que la poesía es moderación, arte bien temperado.

Pero uno es contradictorio: pudiera parecer que como maestro (mi acta de nacimiento señala que nací, y no es verdad, el 15 de mayo, así es que el amable lector disculpará por hoy que me distraiga en estos motivos) promuevo el exceso. Es muy probable que piense que pienso una cosa y que mi pensamiento corporal –mi expresión en actos, vaya– vaya precisamente en sentido contrario.

¿Es esto una confesión? Yo diría que no. ¿Pero lo es o no? Dejémoslo entre paréntesis. Regresemos al principio.

No faltará quien piense que sin excesos la vida no es vida y que si el arte tiene que ser siempre cosa viva, del exceso requiere. En mi apreciación la naturaleza no es excesiva; es lo que es: natural, y no en todos los casos real pero sí por percepción metafórica naturalmente viva: el río, las montañas nevadas, la eclosión de la rosa, los pájaros y su alboroto de trinos en el amanecer, las mismas piedras, hasta los bancos de arena…

La naturaleza es natural. El hombre puede ser, suele serlo, artificioso. Artífice es una cosa, artificioso muy otra. El artífice, siempre a mi ver, genera cultura de manera natural. De ese principio parte mi modo de compartir el conocimiento que de la poesía me ha tocado (no es mucho, pero en mi sentir tampoco vano).

Un buen amigo me reclama que en los talleres que coordino aquí y allá insisto demasiado en el sufrimiento. Tiene razón. Debieras insistir más bien en el camino de iluminación que la poesía es, me aconseja.

Alguna vez en Xalapa unas escritoras ya mayores, reunidas en una asociación, me dijeron con cierto humor, pero también con cierta jiribilla, que lejos de incentivarlas parecía que pretendía desalentarlas. Sí pretendía desalentarlas, ahora lo sé, respecto de la escritura que acostumbraban, mejor que cultivaban. Pero, dada la cantidad y la calidad de personas que han pasado por mis talleres contradictoriamente, si acaso tendiera a desalentar, en ese que yo a veces llamo espacio hechizado –o lugar de la fluidez o fuente de la voz– del taller ellos consiguen expresar su natural, sensible, largo aliento.