Opinión
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Jaroussky a la francesa
E

l lleno pletórico que recibió al destacado contratenor francés Philippe Jaroussky el domingo en Bellas Artes no alcanzó a ocultar el hecho de que buena parte del público se dio cita allí para estar, como siempre, en los mejores eventos. El tufo de ignorancia y esnobismo fue patente a lo largo de toda la velada, que resultó musicalmente muy interesante.

En años recientes, Jaroussky se ha hecho particularmente famoso con sus interpretaciones de la música barroca italiana, en especial Vivaldi, Händel y Porpora. Para Bellas Artes, trajo un programa 100 por ciento francés, cuyo contenido decepcionó a muchos, pero que resultó muy ilustrativo de algunas de sus capacidades como cantante. En un extremo de este variado repertorio de mélodies, una linda pero intrascendente canción de Saint-Saëns; en el otro, una austera, oscura y muy bien lograda canción de Honegger.

En medio, un repertorio compacto y coherente que giró alrededor de dos ideas centrales: en la música, el impresionismo y sus fronteras con el romanticismo tardío y el modernismo; en los textos, solamente canciones basadas en poemas de Paul Verlaine.

En primera instancia cabría destacar la refinada musicalidad de Jaroussky para comunicar los perfiles mórbidos y decadentes de las canciones de Hahn, Bordes y Severac que interpretó en la primera parte del programa. Por otro lado, se agradece al contratenor francés haber cantado adaptaciones de distintos compositores a los mismos textos de Verlaine, lo que permitió hacer un interesante, si bien cabalmente subjetivo, ejercicio de comparación, tanto de la calidad de las adaptaciones como de las interpretaciones de Jaroussky.

He aquí mi visión de este ejercicio: Mandoline, mejor Fauré que Podlowski, y mejor Debussy que Fauré; En sourdine, mejor Debussy que Hahn; Clair de lune, de igual nivel Fauré y Debussy, y ambas muy superiores a la de Szulc. Écoutez la chanson bien douce, notablemente mejor la adaptación de Chausson que la del chansonnier Leo Ferré, cuyo Coloque sentimental tampoco funcionó en el contexto de este repertorio.

Mucho mejor lograda, sin duda, la versión de otro chansonnier, Charles Trenet, al notable texto de la Chanson d’automne, que Jaroussky también cantó en una hermosa versión de Reynaldo Hahn, que fue uno de los puntos cimeros del recital. Vale decir que la elección de las chansons de los modernos trovadores franceses no resultó tan afortunada como la de las obras de los compositores de mélodies.

El hilo conductor de este repertorio es el hecho de que se trata de canciones que forman el repertorio del reciente álbum Green, en el que Jaroussky dedica integralmente su atención a Verlaine. De las dos versiones de la canción titular del álbum, resultó mejor la de Fauré que la de Caplet.

A lo largo del recital, el contratenor estuvo acompañado por el competente pianista Jérôme Ducros, quien interpretó piezas instrumentales de Debussy y Chabrier logrando momentos de buena dinámica y expresividad en L’isle joyeuse de Debussy. Si por un lado puede decirse que la homogeneidad textual y la similitud de estilos musicales pudieron parecer monótonas (como los largos sollozos de los violines de otoño de Verlaine) para una parte del público, por el otro cabe afirmar que uno de los méritos del recital de Jaroussky fue precisamente sostener cabalmente los perfiles impresionistas de la música elegida, con particulares logros en la delicada afinación necesaria para hacer destacar sobre todo los lánguidos y evanescentes perfiles armónicos que caracterizan a esta hermosa música. Ese control y esa unidad de propósito a lo largo de un recital de esta naturaleza fueron las herramientas con las que Jaroussky demostró que, en efecto, es un gran músico.

Debo consignar aquí a manera de complemento que dos músicos mexicanos con oídos profundos y vasta experiencia en estos asuntos comentaron que la gran musicalidad de Jaroussky, innegable a la luz de la evidencia, debe ser puesta en contexto de una voz a la que, dicen, le falta soporte en la región grave, es decir, un poco más de cuerpo, colores y presencia. De ninguna manera, sin embargo, puede caerse en el lugar común de decir que Jaroussky quedó a deber, como se dice indiscriminadamente de boxeadores, toreros o bandas gruperas.

Más bien, yo me he quedado a deber el escuchar a Jaroussky cantando el repertorio barroco que lo ha hecho justamente famoso por el mundo. Me dicen que es ahí donde su voz es más poderosa y resonante. Finalmente: merci bien, maître Jaroussky, por haber puesto en su lugar a la gentuza desaforada que desató a gritos destemplados la hora de las complacencias. Simplemente, no hay manera de que los villamelones aprendan.