Opinión
Ver día anteriorDomingo 18 de septiembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mar de Historias

Zapatos nuevos

E

n previsión de marchas y plantones que pudieran causarle retraso, Ignacio abordó un taxi a las diez. Está citado en un despacho de Madero a las doce del día. Consulta su reloj. Antes de esa hora le queda mucho tiempo libre. Decide invertirlo en pasear por las calles, que a esa altura de la mañana aún son transitables.

Las cortinas metálicas de las tiendas empiezan a levantarse y producen un extraño concierto que enriquecen los cláxones y el tañido de las campanas. Al cambiarse de acera Ignacio ve a dos empleadas de guardia junto al aparador de una zapatería. De niño estuvo allí varias veces. El recuerdo despierta su interés por entrar en el establecimiento. En cuanto traspasa el umbral lo aborda la más bajita de las empleadas: ¿Buscaba algo en particular, caballero? No, gracias. Sólo voy ver, gracias, responde Ignacio en dirección a la vitrina donde se exhibe el calzado masculino.

II

En el centro, entre una gran variedad de estilos y colores de zapatos, destaca la figura en bronce de un maestro remendón que clavetea una bota metida en una horma. Después de tantos años de no verlo, a Ignacio le da gusto que el viejo sigue allí, con sus arrugas en la frente, el mandil de carnaza caído de un tirante y sus toscos chanclones. Esa escultura y un espejo cóncavo (ojalá que aún exista) eran los emblemas del establecimiento.

Ignacio lo conoce desde que lo llevaban a comprar sus zapatos. Era toda un acontecimiento y exigía preparativos especiales: bañarse la noche anterior y, a la mañana siguiente, desayunar temprano y correr hasta la parada del camión. En el trayecto de la casa al centro, sin importar que otros pasajeros la escucharan, su abuela le recordaba que debía cuidar mucho sus zapatos nuevos y que sólo iba a usarlos para salir y en ocasiones especiales.

En aquellos momento nunca faltaba una señora que interviniera diciendo que eso mismo advertía a sus hijos; pero era inútil, porque los muchachos acababan poniéndose los zapatos nuevos hasta para jugar futbol, sin importarles el gasto que habían hecho sus pobres padres.

Ante las inesperadas intromisiones, Ignacio se tornaba huraño y su abuela lo reconvenía: ¿Por qué esa cara tan fea? ¿No estás contento porque vas a estrenar zapatos? Anoche te vi muy ilusionado y mírate ahora... ¿Quieres que nos regresemos a la casa? ¿Eso quieres? Él neutralizaba la amenaza fingiendo una sonrisa beatífica, cuando en realidad odiaba a todo el mundo, en especial a las señoras metiches que convertían su viaje al centro en un infierno.

Sumido en la evocación, Ignacio lamenta que para los niños de hoy no sea tan emocionante estrenar zapatos. Para él significaba un gusto que se repetía cada año, en septiembre, cuando la celebración de las fiestas patrias en la escuela terminaba con un desfile por las calles alrededor de su primaria. ¡Momento ideal para exhibir los zapatos nuevos!

III

Ignacio lleva 10 minutos frente al aparador y no han llegado clientes. Le gustaría que apareciera uno que lo liberara de la empleada chaparrita. Sigue observándolo, ávida de cualquier indicio que le anuncie una venta. Él sabe que no comprará nada y siente lástima por ella.

Tal vez sea su primer trabajo o su primera jornada en la zapatería o el gerente la obligue a una cuota diaria de compradores. Si no la alcanza es probable que amenace con despedirla en términos ventajosos para él: Si ahorita te corro, en menos de cinco minutos llegará tu remplazo. Las calles están llenas de mujeres dispuestas a ganar lo que sea con tal de tener trabajo. Ignacio se burla de sí mismo por ser tan imaginativo. Quizá la vendedora sea parienta cercana del dueño, él no le exija nada y en cambio le da oportunidad de adiestrarse en el comercio.

Sabe que es muy temprano y, sin embargo, Ignacio vuelve a consultar su reloj como para indicarle a la chaparrita que tiene prisa y debe irse. Da tres pasos y la muchacha literalmente corre hacia él: ¿Ya se decidió por algún modelo? Sin esperar la respuesta, con un ademán, lo invita al interior de la zapatería. Él acepta aunque no piense comprar nada, sólo por mantenerle la ilusión de que está a punto de hacer una venta.

IV

La empleada, que ya se presentó como Alma, le ofrece una butaca de vinilo y se aleja para traer de la bodega los modelos de otoño. Ignacio se probará uno o dos y luego dirá que no, que muchas gracias. El momento va a ser incómodo. Puede ahorrárselo con sólo levantarse y salir. Cuando se dispone a hacerlo descubre en un rincón el espejo cóncavo frente al que, de niño, inventaba visajes que divertían a su abuela.

Tentado de repetir la experiencia, se acerca al espejo deformante y, como supone que nadie lo ve, empieza a hacer muecas. Enrojece al oír la risa de Alma, aunque no sabe si la provocaron sus bufonadas o la dicha de verse a punto de cerrar una venta.

Minutos después, Ignacio abandona el establecimiento. Lleva una bolsa en la mano y, renovada, la grata sensación de que estrenará zapatos.