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La nueva música clásica
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Periódico La Jornada
Sábado 15 de octubre de 2016, p. a16

Un clásico: So, de Peter Gabriel, cumple 30 años.

De manera orgánica, la frase del maestro José Agustín se aplica consuetudinariamente: La nueva música clásica. A esa categoría pertenece ese álbum que es una obra maestra de poesía, música de África, Japón y Brasil, percusiones interculturales, instrumentación originalísima, revolucionaria, una de las mejores canciones de amor: In your eyes y mucha, mucha poesía.

Es el álbum parteaguas. Hay un antes y un después en la música de Peter Gabriel, quien insistía en titular sus discos como solista con su nombre, luego de la terminación de una era maravillosa con uno de los mejores grupos de música conceptual, progresiva, originalísima, en la historia de la cultura rock: Genesis.

Después de So, Gabriel desplegó sus alas en territorios sin fronteras. Su muy inteligente contacto con músicos de distintas partes del mundo, dueñas de una cultura musical milenaria, misteriosa, vastos océanos, lo llevó a fundar su propia disquera, Womad, para aportar nuevas riquezas y libertad a los melómanos que se desenvolvían en territorios con fronteras.

Gracias a él, muchos jóvenes se maravillan con Nusrath Fateh Ali Khan, su canto sufi, su música espiritual y así con otros músicos fuera de serie que, no hay casualidades, forman parte también de otro de los catálogos más exquisitos en el planeta: la disquera alemana ECM (Manu Katché, por ejemplo, que fue descubrimiento de Píter Guébriel).

El disco So no tiene desperdicio. Comienza con Red Rain, cuyo título de plano alude a lo que en aquellos años era un descubrimiento: la famosa música visual, o bien los paisajes sonoros, conceptos que en la música de concierto eran muy usuales.

La importancia de este disco, entonces, es multívoca. Amaridó la música pop y rock con la de concierto, al mismo tiempo que con la de las aldeas más apartadas.

Consolidó los frutos naturales que nacieron durante esa era, cuando el fenómeno de la migración creó otros maridajes. Desde entonces, a todos parece lógico que un dijeridoo suene junto a una viola da gamba, un oboe junto a una concha marina, un huéhuetl al unísono con una tiorba.

El paisaje sonoro de Red Rain está dibujado con sintetizadores y detalles exquisitos, como platillos de orquesta sinfónica activados por una celebridad del ámbito rock: Stewart Copeland, bataquista de la banda The Police.

La siguiente pieza, Sledgehammer, se inicia con el sonido de un shakuhachi, esa milenaria flauta japonesa de bambú, y nuevos artificios en sintetizador.

El poderío energético de este disco, enarcado en piezas dinamitadas y puestas en órbita como este segundo track, encuentra un equilibrio formidable con pasajes que rayan en lo sublime, como el track tercero: Don’t give up, en su primera versión, con la cantante Kate Bush (habría de haber otras versiones, como la celebérrima con Sinnead O’Connor y otra con Melanie, la hija de Gabriel) y el contenido de las piezas, la poesía, subraya los aspectos políticos, la atmósfera social de la época. En esa pieza en particular, la catástrofe que sembró Margaret Thatcher.

In your eyes, la siguiente en el track listing, es una joya. Supuestamente está inspirada en la obra arquitectónica de Gaudí y si ponemos atención estaremos de acuerdo con las muy particulares y extrañas maneras de dar vuelta de los sonidos, su estructura ósea, su caminar como cadenas de piedra, su hondura y liviandad. Su poesía: “amor, hay veces que me siento perdido/… /intento escapar/ me subo al coche/ pero el camino que tomaré/ me regresa siempre a ti/… / En tus ojos me completo/ quiero tocar la luz, el calor/ que veo en tus ojos/ la solución a toda búsqueda incesante/ está en tus ojos...”

El personal que reunió Píter Guébriel para grabar este disco no tiene parangón: Youssou N’ Dour entona cánticos rituales en esa pieza, In your eyes, para elevarnos a confines de eternidad y encanto místico.

Tony Levin, nada menos que uno de los semidioses que conforman el grupo superior King Crimson, activa el instrumento que inventó, el stick, de manera que las bocinas tiemblen de terror y nos entreguen paz.

La señora Laurie Anderson colabora con Saint Peter (Gabriel) y le pone en préstamo una de sus piezas favoritas: Excelent birds y escuchamos los copos de nieve caer suavemente sobre el piso luego de verlos danzar, como los hizo danzar años atrás Debussy.

La conjunción de celebridades no tiene fin. La pieza que Gabriel tituló Mercy Street toma su nombre, atmósfera, historia y hondura de ese poema de la escritora Anne Sexton: “En mi sueño,/ me taladra hasta la médula/ de mi esqueleto entero/ que es mi sueño real/ camino hacia arriba y hacia abajo por la calle Beacon Hill/ en busca de una calle que tenga un letrero/ que la nombre Mercy Street/ Pero no es aquí…/ Camino enfundada en mi vestido amarillo/ y mi bolso blanco lleno de cigarrillos/ pastillas medicinales, bastantes, mi cartera, mis llaves/ y tengo veintiocho años, ¿o son cuarenta y cinco?/ Camino, camino/ levanto cerillos encendidos para ver los letreros con el nombre de las calles/ todo está a oscuras/ tan a oscuras como la muerte correosa...”

Lo dicho. Un clásico es un clásico.

Disfrutemos (¡loor, maestro José Agustín!) de la nueva música clásica.

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