Opinión
Ver día anteriorLunes 12 de diciembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Aprender a Morir

Vejez y culpas

E

ntre las toneladas de mentiras que el sistema emplea a diario para convencernos de que las cosas son como son y no como podemos hacer que sean, están los ríos de tinta para tratar de explicar, amabilizar u ocultar el arduo proceso de envejecimiento en todos los seres vivos del planeta, menos dramatizado entre los irracionales y complicado al máximo por los llamados racionales, a merced de desalmadas industrias como la financiera, farmacéutica, familiar o funeraria.

No obstante que todo cuanto nace ya ha empezado a morir como parte del ciclo de la vida, al sistema le interesa maquillar la muerte natural y, si interviene la libre voluntad, prohibirla con leyes como en el caso del suicidio asistido, las eutanasias o el aborto, al tiempo que difunde, falaz y perversa, todo el día, todos los días, accidentes, violencia, guerras, el rentable combate al narcotráfico y una calculada impotencia ante la corrupción y el crimen organizado.

Por las utilidades que deja esta aversión al deterioro, el sistema social es particularmente inhumano con los viejos, a los que prohíbe no sólo morir con dignidad, sino envejecer en paz y a su modo, ejerciendo sobre ellos una despiadada presión, ya sea mediante solícitos o fastidiados familiares, de medicamentos sin fin, de cuidadores más o menos eficientes o de responsabilidades varias con la finalidad de que sigan siendo útiles a como dé lugar. Esa amenaza constante enajena y desespera, porque impide al anciano ser y actuar en sus términos, tras una vida sujeta a obediencias diversas.

El sistema entonces se disfraza de humanitario y dispone que los viejos no sólo prolonguen su existencia por tiempo indefinido, sino que lo hagan con actividades en teoría benéficas para su salud o para una agonía menos molesta, sobre todo para los demás. Sobrevienen la culpa y el pavor en los ancianos a ser maltratados, confinados en casas de reposo –otro eufemismo generado por la falsa compasión– o de plano abandonados.

Ante el irreversible hecho del envejecimiento, además de descreer de dogmas, promesas familiares, teorías y métodos rejuvenecedores, es imperativo aprender a elaborar el duelo de la pérdida de nuestras facultades, a aceptar la disminución de éstas evitando simulaciones (me siento muy bien, tráiganme a los nietos, háblenme más fuerte) y obsesiones, y de esta manera deshacernos de afanes, de cosas y de la infame idea de acabar nuestros días en un hospital.